Por Karin Gamba
“Jesús lloró.”
El versículo más corto del evangelio, por breve que sea, es fuente de consuelo sagrado y de profunda esperanza para Cyndi y Jim McGinnis, quienes perdieron a su hija a causa del cáncer.
“Jesús no se quedó fuera de nuestro dolor. Él entró en él. Lloró con nosotros. Lloró conmigo”, dijo Cyndi.
Actualmente, Cyndi y Jim residen en Glenwood Springs, donde son miembros activos de la parroquia St. Stephen. Su camino de fe y encuentro comenzó en el 2006, en Pensilvania. Su historia está marcada por el amor, la pérdida y un profundo sentido de gratitud, cultivado no en la facilidad, sino en las trincheras de un dolor indescriptible.
Punto de inflexión
“Crecí en una familia católica”, recuerda Cyndi. “Pero tuve mis años de rebeldía … esos que quisiera olvidar”.
Maestra de primer grado, Cyndi se convirtió en madre soltera cuando Maggie tenía dos años y Kenzie cinco.
“Ese fue un punto de inflexión para mí”, dijo. “Acepté mi fe de corazón, y podría decirse que Dios se convirtió en mi esposo en ese momento”.
En el 2006, cuatro años después de comenzar su camino como madre soltera, Cyndi conoció a Jim, originario de Pensilvania, a través de amigos en común.
“Tuvimos cuidado, claro”, recordó. “Ambos habíamos estado casados anteriormente. Yo tenía dos hijas, Kenzie y Maggie, y Jim tenía dos hijos, Logan y Rachel, que vivían en otro estado; unir nuestras familias no fue fácil”.
En el 2010, la pareja decidió casarse. Un año después, Maggie, que entonces tenía 11 años, fue diagnosticada con sarcoma de Ewing, un cáncer óseo agresivo, raro y doloroso que ataca con fuerza a los adolescentes.
“Fue rápido e intenso”, explicó Cyndi. “Todo el recorrido de Maggie, desde el diagnóstico hasta su partida, duró apenas ocho meses”.

Una historia de amor en dos actos
Como nuevo miembro de la familia, Jim recordó: “Fue una historia de amor en dos sentidos. Cyndi y yo teníamos nuestro camino. Pero luego estaba la historia de amor entre Maggie y yo. Al principio, ella no estaba segura de mí. Yo era el hombre que le quitaba a su mamá. Pero después ella se enfermó, y ya no pudimos separarnos”.
Jim asumió su nuevo papel de padrastro con entrega y fortaleza.
“Él fue mi san José”, dijo Cyndi.
Una de las cosas que Jim tuvo que aprender fue a administrarle a Maggie su inyección diaria de Neupogen, un procedimiento doloroso destinado a aumentar su conteo de glóbulos blancos.
“Cuando Jim se enteró de que yo tenía cáncer, se convirtió en uno de los mejores cuidadores que jamás pude tener”, escribió Maggie en su libro autopublicado Learning to Live with What You Have (Aprendiendo a vivir con lo que tienes). “Dominó la medicina, la inyección y el tubo en el pecho”.
También le preparaba papas horneadas y filete cada vez que lo pedía. Poco después, cuando ya no podía caminar, Jim se convirtió en las piernas de Maggie.
“A ella no le gustaba usar la silla de ruedas, así que la cargaba a todos lados: por hospitales, estacionamientos. La cargué durante meses”, contó Jim.
“Fue una verdadera historia de amor entre ellos”, recordó Cyndi. “La manera en que él la cargaba. Era como un esposo llevando a su esposa en brazos al cruzar el umbral. Jim fue el papá que mis hijas no tenían”.
La súplica de una madre
Durante la primera ronda de quimioterapia de Maggie, Cyndi se sentó en la tenue luz de la habitación del Children’s Hospital y compuso la siguiente oración mientras observaba cómo el medicamento tóxico se introducía en el cuerpo de su pequeña:
Padre celestial:
Tú eres más grande que el cáncer. Si es tu voluntad, sanarás a Maggie, y será considerado un milagro… uno de los más grandes.
Por favor, sana a Maggie, Señor. Te lo ruego. Quiero más tiempo con ella aquí. No puedo imaginar la vida sin mí compañerita inseparable, mi sombra, mi reflejo. Y, sin embargo, sé que nunca fue realmente mía. Es tu hija, y yo tuve el increíble privilegio de ser su madre en esta tierra. Si es tu voluntad llamarla a casa después de tan poco tiempo aquí, entonces te suplico PORFAVOR, con desesperación, que me concedas tu gracia y tu fortaleza para aceptar tu voluntad y acompañar a mi hija al encuentro contigo, su Padre celestial. Gracias por honrarme con el don más precioso: ser la mamá de Maggie.
“Esa era mi oración principal a Dios, pero llegó un punto en que ya no podía orar. Por gracia de Dios, fue entonces cuando Maggie y toda nuestra familia fueron sostenidas por las oraciones de los demás. Muchísima gente rezaba por nosotros”, recordó Cyndi.
La fe puede vencer al miedo
Magdalena Rose —Maggie— nació en la fiesta de la Visitación y recibió el nombre de santa María Magdalena, con su segundo nombre en honor a la Virgen María. Amaba la escuela, los caballos, los perros, correr, a sus primos y a su familia.
“Ella era el alma de la fiesta. Podía iluminar una habitación. Además, era muy organizada”, dijo su madre. “Se puede decir que Maggie llevaba las riendas de nuestra casa”.
Un video en la página de la fundación Milagros de Maggie muestra a la alegre preadolescente haciendo bromas y bailando “Single Ladies” con su hermana Kenzie y sus primos.
“Dios llenó a Maggie con una sabiduría y gracia que desafiaban sus años jóvenes”, dijo Cyndi. “Él me dio el valor que necesitaba para acompañar a mi hija a casa del Padre”. A través de su sufrimiento, Maggie creó la frase que se convirtió en el lema de la familia: ‘La fe puede vencer al miedo’.
Gran fe en una niña pequeña
Maggie solo preguntó “¿Por qué a mí?” una vez.
“Fue a la mitad del camino”, recordó Cyndi. “Con grandes lágrimas de cocodrilo, me miró y me dijo, ‘¿Por qué Dios querría a alguien como yo? Solo tengo 11 años.’ Yo le respondí, ‘Maggie, no sé por qué, pero sé que Él está muy orgulloso de ti. Las vidas de las personas están cambiando solo por verte’”.
En Learning to Live with What You Have, Maggie escribió: “Si no tuviera amigos, si no tuviera una familia increíble, si no conociera a Dios, no podría luchar contra este cáncer. ¿Te imaginas si no tuviera a nadie que me apoyara o si no tuviera fe? Sé que no podría luchar. ¡Gracias a todos mis amigos y familiares increíbles, y especialmente a Dios, puedo hacerlo!”
Jim y Cyndi le aseguraban a Maggie que, aun si Dios la llamaba a la casa del Padre, siempre estaría a un “parpadeo” de distancia.
“Mi hermana también había perdido a un hijo por cáncer. Su hijo Tyler vivió hasta los nueve. Maggie lo conoció. Le dijimos: ‘Todo lo que Tyler tiene que hacer es parpadear, y nos vuelve a ver’. Así que practicamos el parpadeo”, dijo Cyndi entre lágrimas. “Le dijimos: ‘Desde el cielo podrás vernos siempre que quieras. Los que te vamos a extrañar somos nosotros’”.
“Ha sido un proceso aprender a abrazar nuestra cruz. Me alegra saber cuál es mi cruz”, añadió Jim. “Con el tiempo te haces más fuerte, pero la tristeza no desaparece. Y no quiero que desaparezca. Está tan unida al sufrimiento de Cristo. Es estar junto con él”.
Un pie en el cielo
Cuando la quimioterapia, la radiación y otros medicamentos dejaron de hacer efecto, Maggie pasó a cuidados paliativos en casa. Y con Maggie llegó Jesús.
“Durante cinco semanas, la Eucaristía llegó a nuestra casa todos los días”, dijo Cyndi. “Entrabas a nuestro hogar y sentías la presencia de Jesús. La gente lo comentaba. Nuestro hogar era tierra santa.
“Era gracioso. Tenía que decir: ‘Perdón, Jesús, necesito sacar la mantequilla del refrigerador’. Así de presente estaba”, recordó con una sonrisa.
Mientras Maggie tuvo fuerzas, la adoración eucarística formó parte de su rutina con Cyndi.
“Rezábamos un rosario con sus cuentas de valentía, las cuentas que recibía por cada procedimiento médico que soportaba. Maggie tenía cientos”, explicó Cyndi. “En la adoración, ella conocía la paz y el consuelo de Cristo. Descansaba o se quedaba dormida en su presencia”.
“Es increíble lo que hace la fe”, explicó Jim. “Él [Jesús] viene. Maggie y otros niños con cáncer son nuestros maestros. Ellos son los que nos guían”.
El consuelo de la Eucaristía para una madre
Cyndi experimentó varios encuentros muy personales con la Eucaristía, cada uno de los cuales le trajo profunda paz y una certeza duradera de la cercanía de Dios.
Uno de ellos ocurrió poco después de la partida de Maggie, el Miércoles de Ceniza del 2012. Rodeada de seres queridos, Cyndi encontró consuelo en la sonrisa serena en el rostro de su hija, un recordatorio de la cercanía de Cristo.
Otro llegó meses después, en la quietud de una capilla privada, donde la adoración se convirtió en un lugar de sanación y esperanza. Allí recibió un momento de claridad y consuelo que le reveló lo delgada que puede ser la línea entre el cielo y la tierra.
Más adelante, Dios continuó ofreciendo consuelo a través de su hija Kenzie, entonces una adolescente tímida de 15 años. Durante la adoración en un retiro juvenil en Steubenville, Kenzie tuvo su propio momento de gracia, uno que le confirmó a Cyndi que ambas hijas estaban bien y bajo el cuidado de Dios.
“Sé que no son milagros Eucarísticos oficiales. Pero para mí fueron milagros. Son míos. Y son la razón por la que puedo decir con certeza: la Eucaristía es real. Es verdad”, dijo Cyndi. “Dios me estaba consolando de manera radical. Creo que él puede hacerlo de mil maneras diferentes, de una manera que funcione para cada persona”.

Del dolor a la gracia
Ahora, en sus veinte años, Kenzie ha canalizado su dolor en un propósito.
“La trágica pérdida de su hermana se convirtió en su brújula”, dijo Cyndi.
Kenzie obtuvo una maestría en trabajo social y ahora es consejera escolar en la escuela católica St. Stephen de Glenwood Springs, a través del Aspen Hope Center, donde ofrece empatía, apoyo y esperanza a niños que enfrentan sus propios desafíos.
Su corazón por los niños y jóvenes va más allá del salón de clases. Hace tres años ayudó a fundar el grupo juvenil parroquial junto al entonces vicario parroquial, el padre Anthony Davis, y sigue sirviendo junto al actual vicario, el padre Jacob Machado. El grupo se reúne los domingos por la tarde, acogiendo a adolescentes en una comunidad vibrante, alegre y llena de fe.
En julio del 2025, Kenzie llevó jóvenes a la conferencia Steubenville of the Rockies.
“Es providencial que ahora sea Kenzie quien lleve a los jóvenes a Steubenville, el mismo lugar donde ella fue tan consolada durante la adoración”, dijo Cyndi.
Jim también se ha transformado. Educado como metodista y luego cercano a iglesias no denominacionales, con el tiempo sintió hambre de algo más.
“Eran acogedores, con buena música, pero cuando terminaba, se acababa todo. Necesitaba algo más profundo”, compartió. “La Iglesia Católica tiene profundidad: la Eucaristía, los santos, la vida de oración”.
Después de 17 años caminando junto a Cyndi, Jim ingresó oficialmente a la Iglesia Católica en la Vigilia Pascual del 2023.
“No poder recibir la Eucaristía era una espina en mi costado”, admitió. Lo que finalmente lo atrajo fue la presencia real, y Maggie. “Su camino me acercó a Dios de la forma más íntima y personal”.
Hoy, Jim acompaña a otros que se preparan para entrar a la fe a través de la Orden de Iniciación Cristiana para Adultos (OICA), compartiendo su testimonio de conversión y respondiendo preguntas de los catecúmenos.
Para Jim y para Kenzie, sus vidas son testimonio de cómo el dolor puede transformarse en gracia y cómo el amor, enraizado en la fe, puede convertirse en misión.
Compartiendo la gracia
Tras la muerte de Maggie, Jim y Cyndi fundaron Milagros de Maggie, una organización que ayuda a otras familias a enfrentar enfermedades graves en niños y diagnósticos devastadores.
A través de su fundación brindan apoyo emocional y ayuda económica, cubriendo desde pasajes de avión y hospedaje hasta regalarle a una niña un perro.
“Se trata de compartir la gracia recibida”, dijo Jim.
“Ya hemos estado allí. No nos da miedo acompañar a las familias en sus trincheras”, añadió Cyndi.
“El servicio es la mayor ayuda”, continuó Jim. “Cuando somos manos y pies de Jesús, sentimos que Maggie lo hace junto con nosotros”.
La pareja también coordina un ministerio de duelo en St. Stephen y organiza las cenas mensuales de Extended Table para personas sin hogar o subempleadas de Glenwood Springs. Además, como encargados de un rancho local, cada año son anfitriones de la competencia de campo traviesa y raquetas de nieve de las Olimpiadas Especiales de Invierno.
“Parece que lo hacemos por los demás”, dijo Jim, “pero en realidad nos sana a nosotros”.
¿Por qué somos católicos?
¿Por qué siguen siendo católicos Jim y Cyndi después de tanto sufrimiento? Las respuestas son sencillas.
“Solo tienes dos opciones. ¿Dónde quieres poner tu energía? ¿En la esperanza o en la desesperación? ¿Quieres el cielo o no? Jesús nunca dijo que el camino sería fácil”, explicó Jim.
“Jesús lloró”, dijo Cyndi. “Él lo entiende. No se queda lejos. Entra en medio del dolor, de la pena, de la ruptura. Entró bajo nuestro techo —nuestro hogar desordenado— y nunca se fue”.