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Del cementerio al seminario: cómo servir a los difuntos dio vida a cuatro vocaciones

A través del cuidado de las tumbas, el consuelo a los afligidos y el ser testigos de las oraciones de la Iglesia por los difuntos, estos seminaristas aprendieron lo que verdaderamente significa pastorear almas.

Por Kristine Newkirk

La primera experiencia de Zach Welton en un funeral en el cementerio católico Mount Olivet, en Wheat Ridge, fue distinta a todo lo que había vivido antes. Asignado para ayudar en un servicio mensual de entierro llamado “Vidas preciosas”, se encontró de pie dentro de una fosa, extendiendo las manos para recibir diminutos ataúdes de familias en duelo, cada uno con los restos de un bebé perdido por un aborto espontáneo o nacido sin vida.

No había mecanismos para bajar estos ataúdes. Eran demasiado pequeños. Así que Zach, un ex conductor de camiones que estaba discerniendo un llamado al sacerdocio, descendía él mismo a la tierra. Una a una, las familias le entregaban pequeños símbolos de amor: ositos de peluche, carritos, flores y notas.

“Estaba a punto de llorar”, recordó, “pero no quería quitarles ese momento a las familias. Solo recé: ‘Señor, permíteme ser un faro de esperanza para estas familias que han pasado por lo impensable’”.

Mucho más que un deber laboral, para Zach fue un destello del sacerdocio que comenzaba a imaginar: una vida en la que tendría la gracia de acompañar a otros en el misterio de la vida y de la muerte.

“Al bajar un ataúd o colocar unas cenizas, siempre había un momento hermoso entre la persona fallecida y yo, los dos aferrados a la cruz de Cristo”, explicó. “Esto es lo que significa ser sacerdote, ser llamado a pastorear.”

No es poca cosa enterrar a los muertos, y por eso vale la pena observar el hilo que conecta a cuatro seminaristas de la Arquidiócesis de Denver: Zach Welton, Isaac Cunnings, Greg Hitschler y James Hochanadel. Los cuatro trabajaron atendiendo a los difuntos antes de responder al llamado de servir a los vivos. En un proceso profundo de discernimiento, cada uno siguió ese hilo desde el trabajo en el cementerio hasta su formación en el seminario teológico St. John Vianney en Denver.

7 dólares y una señal

Para Zach, ese susurro de vocación llegó después de un largo viaje desde Wyoming, mientras se sentía desilusionado con el ritmo agotador del mundo laboral.

“Estaba persiguiendo el dinero y me sentía bastante desolado”, dijo. “Le dije al Señor: ‘No creo que me quieras aquí’”.

Solicitó trabajo en la parroquia St. Joan of Arc, en Arvada, pero al no abrirse ninguna vacante, revisó el sitio web de la diócesis. El anuncio de Mount Olivet “saltó de la pantalla”.

Venía con una fuerte reducción de sueldo: 13 o 14 dólares menos por hora que su trabajo como conductor. Tras hacer algunos cálculos rápidos caminando por Walmart, Welton se dio cuenta de que todo saldría bien.

“Después de pagar cuentas y comida, me quedaban 7 dólares a la semana. Pero siete es el número de la plenitud en la Biblia. Así que acepté el trabajo”, contó.

Trabajó en Mount Olivet durante casi 18 meses mientras discernía sus siguientes pasos. Animado por su compañero de trabajo en el cementerio, Isaac Cunnings, Zach comenzó su solicitud al seminario.

“Isaac me dijo: ‘Voy a entrar al seminario este año; deberías aplicar tú también’”, recordó. “Él me inspiró a volver a subirme al caballo”.

Donde el silencio habla

El camino de Isaac hacia el seminario también se enriqueció con su paso por Mount Olivet. Ex profesor de matemáticas de secundaria en St. Louis, regresó a Colorado después de escuchar el llamado del Señor, pero necesitaba un trabajo de verano antes de comenzar el seminario. Como Mount Olivet estaba a pocas cuadras de su casa en Arvada, y su hermano había trabajado allí, presentó su solicitud.

Como trabajador temporal, Isaac pasó el verano al aire libre, apisonando fosas, colocando pasto y regando la tierra.

“Reconocía algunas tumbas”, dijo. “Pensaba en esas personas, rezaba por ellas, esperaba que estuvieran en el cielo con el Señor”.

El cementerio se convirtió para él en un lugar de reflexión.

“Contemplé mi propia muerte”, admitió Isaac. “Me preguntaba si estaría listo para encontrarme con el Señor”.

Encontró belleza en los estanques utilizados para riego, en las aves que se reunían allí y en el simple acto de mantener el lugar hermoso para las familias en duelo.

“Ojalá la belleza del lugar les recuerde a Dios”, afirmó.

Una comprensión más profunda

Ambos descubrieron que trabajar entre los muertos profundizó su comprensión del catolicismo, especialmente de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida eterna, el purgatorio y la comunión de los santos.

“El purgatorio es una gracia que no merecemos”, dijo Zach. “Ni siquiera merecemos el cielo, pero Dios es tan misericordioso que quiere que estemos con él”.

Isaac coincidió, imaginando con frecuencia a las almas de los difuntos mirando desde el cielo.

“Hay un contraste”, señaló, “entre la tristeza de extrañar a alguien y la alegría de las almas en el cielo”.

Su tiempo en Mount Olivet también moldeó su visión del ministerio sacerdotal. Zach hablaba de la reverencia que veía en los ritos funerarios: el sacerdote celebrando las exequias, la experiencia física de colocar a nuestros seres queridos en su última morada.

Esto fue especialmente significativo cuando falleció su abuela.

“Ella es la razón por la que soy católico”, dijo. “Pude colocarla en su tumba yo mismo. No estaba triste; tenía un dolor sereno. Pero sentía alegría sabiendo que ella se iba a casa”.

Isaac también empezó a preguntarse qué significaría acompañar a los moribundos y a sus familias.

“¿Cómo consuelas a alguien que ha perdido a un hijo?”, preguntó. “¿Incluso a uno que murió en el vientre? La gente sufre muchísimo. ¿Por dónde empezaría uno siquiera a consolarlos?”

Preguntas esenciales como estas ahora forman parte de su formación. Isaac cursa pre-teología I, estudiando filosofía para prepararse para la teología. Zach está en la etapa propaedéutica, concentrado en los estudios, la oración y la vida comunitaria.

Lazos que continúan

Zach e Isaac se conocieron en el cementerio, junto con su compañero seminarista Greg Hitschler, quien, igual que James Hochanadel, trabajó en un cementerio antes de ingresar al seminario para la Arquidiócesis de Denver.

“Greg me apoyó durante mi entrevista, y yo estuve allí cuando él tuvo la suya”, dijo Zac sobre su tiempo de discernimiento. “Desarrollamos un nivel de hermandad porque ambos teníamos interés en el sacerdocio”.

Isaac recordó haber trabajado también con Greg.

“No nos limitábamos a cumplir tareas”, dijo sobre su trabajo honrando a los difuntos y consolando a los vivos. “Nos preguntábamos: ‘¿Cómo podemos hacer este lugar más hermoso?’”

A medida que avanza noviembre —el Mes de los Fieles Difuntos y de la concientización sobre el final de la vida— las historias de estos seminaristas ofrecen una invitación a reflexionar y a reconocer que es el Espíritu Santo quien traza la línea que nos conduce al servicio del Señor.

“Todo lo que haces como sacerdote es por amor a otra persona”, dijo Zac. “Nunca se trata de ti. Se trata de Dios o de alguien más. Ojalá de ambos al mismo tiempo”.

Nota del editor: Greg Hitschler y James Hochanadel se encuentran en su año de espiritualidad para la Arquidiócesis de Denver y no estuvieron disponibles para entrevista.

 

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