Marcada desde niña por el abandono, el abuso, las adicciones, el dolor y las heridas profundas del alma, Mónica Marie López, de Fort Morgan, vivió años de oscuridad y vacío interior. No obstante, fue a través de un retiro del ministerio Prevención y Rescate que encontró en Cristo la sanación y el sentido de vida que tanto anhelaba.
Nacida en Colorado, de padres con raíces mexicanas, Mónica experimentó por primera vez el abandono a sus apenas 5 años, cuando sus papás se divorciaron y su mamá decidió dejarla, a ella y a su hermano, con su padre.
“Mi papá nos sacó adelante como él podía. Trabajaba y muchas veces nos dejaba solos. Hizo lo que pudo”, recuerda Mónica. “Crecí en el ambiente del baile y las cantinas porque mi papáִ nos lleva donde él iba”.
Sin la presencia de su mamá y sin el apoyo de su papá, Mónica creció en un entorno de mucha vulnerabilidad. Entre los 7 y 8 años, atravesó momentos profundamente dolorosos, incluyendo situaciones de abuso sexual por parte de unos vecinos. A tan corta edad, y casi completamente sola en su sufrimiento, cargó en silencio con este dolor.
Lejos de Dios, pero no de su mirada
Nueve años después de que sus padres se divorciaron, el padre de Mónica decidió rehacer su vida y llevó a una mujer a vivir con ellos. Mónica, que en ese entonces tenía 14 años, se rebeló ante esta decisión.
“Para mí fue difícil aceptar que nuestro trío ya era de cuatro. Sentí que me robó a mi papá y me puse muy rebelde”, reveló.
Ante este sentimiento de soledad y con heridas que ya venía cargando desde su niñez, Mónica encontró un “alivio” a su dolor en las drogas.
“Comencé a hacer cosas que no debía. Entre mis 15 y 16 años, me hice adicta a la cocaína. La mamá de una amiga vendía, y ella le robaba para darme”, aseguró Mónica. “Me sentía sola, mi papá ya estaba haciendo su vida y sentía que no había nadie que viera por mí”.
Alrededor de sus 17 años, recuerda haber tocado fondo y prometer no volver a caer en las drogas tras una confrontación con su hermano.
“Empecé a sangrar mucho por la nariz, por la cocaína. En una ocasión recuerdo haber llegado a mi casa muy drogada y me puse como loca. Mi hermano se enojó tanto y comenzamos a agredirnos y a pelear físicamente. Recuerdo que él nomas me gritaba, me miraba y me decía que yo no servía, que me iba a quedar en la calle, que iba a quedar mal. Me decía cosas que eran verdad, yo estaba muy mal. Lloré tanto, que reaccioné y dije ‘No, esa no es la vida que yo quiero, no quiero vivir así, estoy muy mal’ y fue cuando lo deje de hacer”, recordó.
Un ángel en medio del caos
Aunque Mónica fue bautizada en la Iglesia Católica al nacer, creció en un hogar donde no practicaban activamente la fe. Aun así, su padre, dentro de sus posibilidades, a veces los llevaba a Misa. Gracias a una vecina que llevaba a los niños al catecismo, Mónica recibió la primera comunión y la confirmación, gracias a una vecina que llevaba a los niños al catecismo cada semana.
Curiosamente, o por cosas de Dios, a pesar de su adicción y su dolor, Mónica permanecía cerca de su fe y asistía a un grupo de jóvenes en su iglesia local, donde conoció a su ahora esposo, Armando. “Sentía seguridad ahí. Sentía que era un lugar que me daba paz”, recuerda.

Armando, que en aquel entonces era su amigo, se convirtió en un “ángel” que la cuidaba siempre. A diferencia de ella, él no hacía drogas, ni tomaba.
“Era mi ángel de la guarda. Yo estaba en malos pasos y él siempre me cuidaba y me aconsejaba que no hiciera cosas malas. Él me quería bien”, compartió.
En una ocasión, tras un conflicto con su madrastra y su padre, Mónica se refugió en casa de Armando. Sus padres les pusieron como condición casarse por la Iglesia si querían estar juntos. Con el deseo de salir de casa y encontrar el amor y la estabilidad que deseaba, Mónica aceptó casarse a los 17 años.
Vacío del alma y el anhelo de Dios
Mónica formó una familia junto a su esposo y llegó a convertirse en enfermera. Sin embargo, aunque las drogas quedaron en el pasado, en la adultez comenzó a refugiarse con frecuencia en el alcohol, encontrando en él una forma de evasión que poco a poco se volvió un hábito difícil de controlar.
“Yo iba a Misa con mi esposo. Pero a mí me gustaba mucho tomar. Crecí con esa idea de que un sábado todos se emborrachan y se ponen locos en la fiesta, y el domingo van a Misa”, dijo.
Los fines de semana de Mónica solían dividirse entre el desahogo y la búsqueda espiritual: el sábado se entregaba a la fiesta, y el domingo servía como catequista y asistía a Misa. A pesar de ello, seguía sintiendo un profundo vacío en su interior. A lo largo de su vida, recuerda haber tenido pensamientos suicidas en distintas etapas, incluso en su adultez. Pasaba por momentos de profunda tristeza, sintiéndose mala madre, hija y esposa.
En esa época, una de sus hijas tenía 17 años, y la relación entre ambas era difícil. En su intento por protegerla de los mismos sufrimientos que ella había vivido en la adolescencia, Mónica adoptó un rol muy estricto, lo que la volvió una madre poco accesible para su hija.
“Yo anhelaba cambiar mi vida. Anhelaba llenar este vacío. Aunque tenía mi vida, mi carrera y mis hijos, yo me sentía sola y vacía, como que algo me faltaba”, expresó.
Nuevo camino de fe
Con toda esta carga, una amiga la invitó a buscar un retiro para mujeres. En el intento de encontrarlo, llegaron a Prevención y Rescate, un ministerio católico que brinda apoyo y sanación a familias y personas que están luchando con una situación de adicción y pandillas.
“Esos cuatro días [del retiro] sentí tan cerca a Dios y a su amor. Él me mostró que nunca me dejó, que él siempre estaba a mi lado y que yo valía. Yo valía mucho como mujer. Todo lo que yo pensé que estaba mal en mí, él me enseñó lo contrario. Me demostró su amor… y fue ahí donde dije ‘quiero cambiar mi vida, por mis hijos, por mis nietos, ya no quiero que esas cadenas continúen, yo quiero romperlas”, expresó con emoción.

Tras su encuentro con Dios en el retiro, Mónica regresó transformada y con un fuerte deseo de cambiar su vida. Aunque enfrentó desafíos, no desistió y pronto se integró a un grupo de Prevención y Rescate. No fue un camino fácil, pero siempre confió en el plan de Dios.
“Yo hice mucho daño con mi egoísmo, con mi orgullo. Yo manipulaba, yo controlaba. Cuando quise cambiar, no me creyeron”, dijo recordando que incluso Armando se molestaba al ver que pasaba mucho tiempo en la iglesia. “Yo quería dedicar mi vida a Dios, a buscarlo”.
Aunque al principio Armando no veía la necesidad de asistir a un retiro, ya que él no era un adicto, con el tiempo Dios tocó su corazón, guiándolo a tomar la decisión de vivir su propio retiro de Prevención y Rescate.
“Cuando bajó era un hombre completamente cambiado. Me dijo, ‘Te entiendo y yo quiero caminar contigo’. Desde ahí comenzamos a caminar juntos”, explicó.
Con 15 años, una de sus hijas vivió su retiro e ingresó al grupo de Prevención y Rescate juvenil. Su hijo menor, que al principio se oponía porque el retiro “cambiaba a las personas” y decía que su mamá “era más divertida cuando tomaba”, decidió el año pasado, a los 14, vivir el retiro por voluntad propia donde tuvo una profunda experiencia de fe.
“Yo era una persona por dentro y otra por fuera. Hoy ya no tengo que buscar como ganarme o engañar a las personas. Dios está obrando en mí y puedo ser genuinamente la persona que soy. Ya no tengo que aparentar… Dios me ha invitado a aceptarme. Me dice: ‘Tú eres mi hija, yo te hice así y así te quiero’”, compartió.
Si bien este camino de fe ha dado un giro en la vida de Mónica, la lucha es de todos los días, pero hoy puede refugiarse en el Señor y soltar las riendas.
“Muchas veces soy muy dura conmigo misma, y siempre Dios me recuerda: ‘Tú eres mi hija, porque yo lo quise, no por lo que tú haces”, añadió. “Dios está en mi vida, y él siempre acomoda las cosas. Él comenzó a abrir puertas en mi trabajo y fue acomodando todo para que yo pudiera servirle y que no falte nada en mi casa”.
Para las personas que quizás estén pasando por un momento difícil en la vida o un problema de adicción, incluso de un familiar, Mónica les aconseja abrirse al amor de Dios y confiar en él.
“A veces tenemos rencor, odio, resentimiento y nos preguntamos, ¿por qué me suceden estas cosas?, pero Dios tiene un porqué para cada quién. Todos tenemos un propósito en este mundo. Dios quiso que nacieras en este momento, que estuvieras aquí en este tiempo, porque Dios tiene un plan para ti. Solo Dios puede llenar tu corazón de verdad”, explicó.
“Dios es un caballero. Él no puede entrar a tu corazón si tú no lo dejas”, concluyó.
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Si deseas conocer más sobre el ministerio Prevención y Rescate o vivir un retiro, acércate a tu parroquia o visita https://prevencionyrescate.org/