Por Elizabeth Zelasko
Desde que la humanidad camina sobre la tierra, hemos dejado huellas: en cuevas con pigmentos, en arcilla, piedra y madera, en papel y lienzos. ¡Las pinturas rupestres más antiguas tienen 45,000 años! Si lo piensas, no había inauguraciones de galerías, discursos de artistas ni redes sociales, solo el impulso humano universal de decir: “Estuve aquí y creé algo bello”.
Para mí, estos primeros ejemplos de arte son prueba de que fuimos creados por el Creador. Eso significa que la creatividad está en nuestro ADN. El arte siempre ha contado nuestras historias, mostrando a las siguientes generaciones lo que consideramos importante y ayudándonos a recordar lo esencial. La Iglesia lo ha entendido durante dos milenios. Siempre hemos adornado nuestras basílicas, capillas y catedrales con imágenes que enseñan la fe y elevan el corazón al cielo.
Nos demos cuenta o no, las imágenes que vemos cada día nos afectan profundamente. Algunos estudios muestran que nuestro cerebro recuerda mejor las imágenes que las palabras. Con esto en mente, parece natural que Dios mismo nos hable también por medio de imágenes. El arte sacro es mucho más que decoración: es un lenguaje universal que trasciende el habla y permite a Dios tocar nuestros corazones a través de la belleza.
Y para mí, ninguna imagen habla con más fuerza que la Virgen de Guadalupe.
Señal de amor en el Tepeyac
Su historia comenzó en 1531, cuando María se apareció a san Juan Diego, un humilde indígena en el México recién evangelizado. En su lengua materna, se presentó como la Madre del verdadero Dios y pidió que se construyera un templo en su honor. Como prueba para el obispo escéptico, hizo florecer rosas en un cerro árido en diciembre y dejó su propia imagen impresa en la tilma de Juan Diego.
Esa imagen sigue siendo milagrosa hasta hoy. El ayate de fibra de maguey debería haberse desintegrado en 20 años, y sin embargo ha durado casi 500. La ciencia no ha podido explicar la conservación de los colores. Además, estudios microscópicos han revelado en los ojos de la Virgen el reflejo de 13 personas: exactamente las que estaban presentes cuando se desplegó la tilma.
Más allá de la ciencia, la imagen habló directamente al corazón del pueblo mexicano: su manto azul verdoso significaba realeza para los aztecas, y la cinta negra en su cintura mostraba que estaba embarazada. Aparece delante del sol y sobre la luna, señal de que es mayor que los dioses aztecas, pero con la cabeza inclinada en humildad, indicando que no es Dios, sino que nos conduce a él.
A los pocos años de su aparición, millones abrazaron la fe. Ella trajo sanación a una tierra dividida. Y todavía hoy obra milagros en los corazones. Lo sé porque obró uno en el mío.
Un cuadro en el pasillo
Durante mi adolescencia, vivía inquieta e insatisfecha, persiguiendo todo lo que el mundo prometía que me llenaría. Mi madre, viendo mis luchas, rezó por la intercesión de la Virgen. Y luego hizo algo pequeño pero transformador: colgó un cuadro de la Virgen de Guadalupe en el pasillo, frente a la puerta de mi cuarto. No hubo sermones ni discursos, solo una imagen en la pared. Pero era lo primero que veía cada vez que salía de mi habitación.
Noté cómo mi madre trataba esa imagen: la besaba al pasar. Un día, sin pensarlo, hice lo mismo. Al principio fue simple imitación. Pero, con el tiempo, su mirada —la mirada de María— empezó a hablarme. No usaba palabras, pero de alguna manera me decía: “Eres amada. Vale la pena amarte. Fuiste creada para más. Eres hermosa”.
Ese cuadro en el pasillo fue más que papel y tinta. Fue un canal de gracia. El sencillo gesto de mi madre plantó una semilla que creció hasta convertirse en fe floreciente y en mi camino de regreso a la Iglesia. Por esa experiencia, creo profundamente en la importancia de rodearnos de arte sacro. No es simple adorno: vive contigo. Te mira. Es testigo de la verdad cuando tú mismo no puedes verlo.
El hogar como santuario
Vivimos en un mundo saturado de imágenes. La mayoría son superficiales y distracciones; algunas, incluso destructivas. Pero nosotros podemos elegir lo que llena nuestros hogares, lo que ven nuestros hijos y lo que alimenta nuestro propio corazón. El hogar es la iglesia doméstica, y el arte sacro que colocamos allí funciona igual que en una catedral: convierte paredes en oración y habitaciones en santuarios.
No necesitas empezar con una galería entera. Empieza con una sola imagen. Ponla en un lugar donde la veas cada día. Deja que sea una compañera silenciosa de tu oración y no subestimes el poder de un gesto tan sencillo como un clavo, un marco, una imagen. Nunca sabes a qué corazón podrá llegar.
Para mí, la Virgen de Guadalupe fue esa imagen. A través de ella, Cristo entró en mi vida, tocó mi corazón y me llamó de regreso a casa. Con su dulce mirada, me recuerda cada día mi dignidad inherente, que no estoy olvidada y que soy profundamente amada.
Como artista, me enorgullece pertenecer a una iglesia con una historia tan rica de belleza material y diversidad cultural. Agradezco a la Iglesia primitiva que luchó por el derecho de crear imágenes. La Virgen es una de las muchas razones por las que hoy soy católica.
Si alguien te preguntara: “¿Por qué eres católico?”, ¿qué responderías?

