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FOTOS | “Por Cristo, con él y en él»: Recordando133 diáconos de la Arquidiócesis de Denver

Por el diácono Ernest Martínez
Director de diáconos
Arquidiócesis de Denver

Desde la reinstauración del diaconado en la Arquidiócesis de Denver, 133 diáconos han an sido llamados a su recompensa eterna. Detrás de ese número se esconde un océano de gracia: miles y miles de bautizos, bodas, funerales, visitas a hospitales y bendiciones de hogares, así como incontables horas dedicadas a enseñar la fe. Cada uno de esos momentos revela el rostro oculto de Cristo siervo, hecho presente a través del ministerio de estos hombres.

Durante décadas, nuestros diáconos han permanecido junto al altar, proclamando el Evangelio, asistiendo en la Eucaristía y caminando con el pueblo de Dios hacia el abrazo de Cristo. Han enseñado en clases del Orden de Iniciación Cristiana para Adultos (OICA, por sus siglas en inglés), visitado a los enfermos, consolado a los que sufren y fortaleciendo matrimonios. Su vocación no es de prestigio, sino de presencia. Al recibir el Libro de los Evangelios de manos del arzobispo en su ordenación, escuchan el encargo: “Recibe, cree, enseña y practica”. Es un llamado a encarnar la Palabra viva de Dios en cada rincón del mundo.

El viernes 3 de octubre del 2025, en la Capilla Gallagher del cementerio Mount Olivet, en Wheat Ridge, se recordó con gratitud y oración a esos 133 diáconos durante la Misa Anual en Memoria de los Diáconos. El padre Matthew Book, vicario arquidiocesano para el clero, presidió la celebración, en la que diáconos, viudas, familias y amigos se reunieron para dar gracias por vidas entregadas al servicio y al sacrificio. Bajo el cielo otoñal, la Iglesia dio gracias por hombres que llevaron a Cristo a las cárceles y a las parroquias, a los lugares de trabajo y a las bodas, comunicando su misericordia mediante innumerables actos de amor humilde.

Durante la liturgia eucarística, como en toda Misa, se despliega un signo poderoso. El sacerdote eleva el Cuerpo de Cristo, mientras el diácono sostiene el cáliz a su lado. Juntos encarnan la plenitud de la entrega de Cristo: el sacerdote como cabeza, el diácono como servidor, unidos en un mismo acto de sacrificio. En ese momento, el sacerdote pronuncia, y el diácono reza en silencio: “Por Cristo, con él y en él…”, una oración que resume toda su vocación. Brota entonces la gratitud: “Jesús, gracias por llamarme a este don, por permitirme compartir tu sacrificio y tu servicio. Transfórmame a través de este ministerio”.

Esa misma gratitud llenó los corazones de quienes se reunieron en Mount Olivet.

“Durante la Misa por nuestros hermanos difuntos, me impactó cómo también estábamos orando por sus familias y por los sacrificios que hicieron para que estos hombres pudieran servir como diáconos, así como por su sanación en medio del duelo”, compartió el diácono Thom García. “Algún día, mis hermanos orarán por mi familia.”

Sus palabras reflejan la verdad del diaconado: la vocación es compartida; también pertenece a las esposas, hijos y nietos que ofrecen generosamente su tiempo y su amor.

Para Marie Sandoval-Warner, hija del diácono Alfonso Sandoval, exdirector arquidiocesano de diáconos, el día estuvo lleno de memoria y paz.

“La serenidad y la belleza del altar al aire libre en Mount Olivet fueron una inspiración al recuerdo de mi papá y al gran trabajo que hizo para Jesús en su vida”, dijo. “Combato la tristeza de haberlo perdido sabiendo que ha alcanzado la felicidad eterna en Cristo. Estar rodeada de diáconos me llenó el corazón al recordar el mundo en el que mi papá vivía y cómo ese mundo sigue vivo hoy”.

Su testimonio revela la continuidad del diaconado, una fraternidad que abarca la vida y la muerte, la tierra y el cielo. La celebración memorial en sí es una obra de amor.

“Es un honor formar parte del equipo que ayuda a coordinar esta Misa anual en memoria de los diáconos”, expresó el diácono Marc Nestorick. “Nuestros hermanos diáconos y sus familias han dado tanto a nuestra comunidad a través de su servicio y testimonio. Es un acto profundamente conmovedor y humilde recordarlos y elevarlos en oración.”

Cada año, este encuentro nos recuerda que el diaconado no es un ministerio que termina con la muerte; es un “amén” que dura toda la vida. Los hombres recordados en Mount Olivet alguna vez estuvieron de pie junto al altar sosteniendo el cáliz de la salvación; ahora beben de él eternamente. Su testimonio sigue inspirando a los vivos a servir con mayor fidelidad, amar con más profundidad y creer con más plenitud que toda gloria y honor pertenecen a Dios, por él, con él y en él, por los siglos de los siglos.

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