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martes, octubre 7, 2025
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Fratican: Donde la fe, la amistad y la formación moldearon cuatro vocaciones en la Universidad de Denver

Cuatro compañeros de cuarto en la Universidad de Denver tomaron la inusual decisión de vivir una vida basada en la oración, la virtud y la fraternidad católica radical. Lo que comenzó como un sorprendente experimento de fe compartida se convirtió en una fuente duradera de vocación, sanación y gracia, transformando el curso de sus vidas.

Por Kristine Newkirk

Era el turno de Alex Aleman de preparar la cena en el Fratican, un departamento tipo rectoría fuera del campus que compartía con otros tres jóvenes católicos: Carl Berner, James Joseph y Jack Collins (ahora hermano Felipe). Pero Alex lo había olvidado.

Según cuenta James, Alex asistía a un evento de liderazgo con comida de Chipotle en la Universidad de Denver (DU, por sus siglas en inglés) cuando el invitado a cenar esa noche llegó al Fratican. Una notificación en su celular le recordó que era su turno de cocinar.

“Yo me encargo”, dijo.

Al terminar el evento, los organizadores ofrecieron a los asistentes llevarse la comida sobrante. Alex no lo dudó: “¡Me la llevo toda!”. Regresó a casa con los brazos llenos de Chipotle.

“Tuvimos un banquete, no pudo haber salido mejor. El Señor siempre provee”, recordó James.

Y en efecto, el Señor proveyó en la vida de los “cuatro del Fratican”: de guacamole a la gracia, de salsa a los sacramentos, de burritos a la hermandad. Esa generosa providencia refleja una verdad más profunda de la vida cristiana: no estamos hechos para caminar solos. Ya sea discerniendo una vocación o viviendo la fe, la gracia florece en comunidad, en formación.

Con ese espíritu, los cuatro eligieron caminar juntos sus senderos individuales hacia la vocación religiosa en una casa de discernimiento.

“No puedo describir del todo cómo se dio todo”, dijo Carl. “El Espíritu Santo estuvo presente en la creación de la casa Fratican”.

El comienzo de una hermandad

Los cuatro se conocieron en el ministerio católico universitario de DU, donde participaban activamente en una comunidad de fe muy unida. Aunque la población católica en DU es relativamente pequeña, el hermano Felipe la describió como un ambiente espiritual sorprendentemente rico, sostenido por líderes y mentores dedicados.

“Es pequeña pero fuerte”, dijo.

Su amistad pronto se convirtió en una hermandad intencional. Los cuatro se comprometieron a vivir el ministerio entre pares y la fraternidad bajo el mismo techo, mientras cumplían con las exigencias de la vida universitaria. Bajo la guía de los Siervos de Cristo Jesús —una comunidad religiosa con sede en Denver— redactaron una regla de vida para la casa, estructurada en tres preguntas: ¿Cuáles son nuestras responsabilidades hacia Dios, entre nosotros y con la comunidad?

La regla incluía oración compartida, comidas, hospitalidad, formación y rendición de cuentas en la vida espiritual, y estaba anclada en el compromiso de exigirse mutuamente un alto estándar de santidad e integridad.

“No era la típica casa de universitarios”, se rio el hermano Felipe. “La manteníamos limpia. Teníamos reglas. Había un cierto orden en nuestras vidas”.

Carl, a quien sus compañeros atribuyen la iniciativa de la idea, recordó lo sencillo que fue organizarlo todo.

“Esto habla mucho de lo natural que es para los hombres desear la vida común. Por la gracia de Dios, todos coincidimos en vivir de esta manera”, dijo.

El Fratican se convirtió en una casa de discernimiento, fraternidad y crecimiento espiritual. Cada uno tenía un director espiritual, y los siervos les ofrecían formación semanal.

“Recibíamos y aprendíamos mucho de los hermanos y sacerdotes de los Siervos de Cristo Jesús”, recordó el hermano Felipe.

Los siervos esperaban que, a su vez, los jóvenes hicieran discípulos en la comunidad.

“La casa estaba ungida con un espíritu de hospitalidad y castidad”, afirmó Carl.

Se convirtió en un lugar donde los visitantes se sentían seguros y bienvenidos, y donde jóvenes encontraban inspiración duradera para servir.

A pesar de su juventud, los cuatro tenían un mismo propósito.

“Es raro encontrar esa armonía de mentes en el mundo”, reflexionó James. “Fue una gracia que dijimos sí, vamos a vivir en comunidad, vamos a vivir 100% para Dios y a apoyarnos mutuamente en eso, de manera madura y virtuosa”.

En cuanto al nombre “Fratican”, su origen depende de a quién se le pregunte. Carl recordó que un amigo lo creó al dejarles una nota agradeciendo su hospitalidad en el “Fratican”: un hogar donde se podía ser “radicalmente católico” y vivir una “fraternidad y amistad auténticas”. James atribuye el nombre a un antiguo residente. De cualquier forma, la combinación de “fraternidad” y “vaticano” se quedó, al igual que la misión.

Y, como señaló James, “el Señor realmente tenía su propio plan para cada uno de nosotros”.

Residentes de los «Fraticanos» con el hermano Thomas Gonzaga, hermano de los Siervos de Cristo Jesús que acompañó a los universitarios en su camino vocacional. (Foto proporcionada)

Conversión en el encuentro

El camino de Jack hacia convertirse en el hermano Felipe estuvo lejos de ser lineal. Criado fuera de la Iglesia, comenzó a explorar el cristianismo no denominacional en su segundo año en la universidad. Pero un día que faltó al servicio, decidió asistir espontáneamente a la Misa católica del campus, donde notó la ausencia de prédicas estilo “charla TED”.

“Había una profundidad en la liturgia, y luego alguien se me acercó”, recordó.

Al intentar salir sin ser visto, un hermano de los Siervos de Cristo Jesús lo detuvo. Ese breve encuentro encendió un nuevo camino. Pronto, Jack comenzó a reunirse semanalmente con el padre Paul Kostka, capellán de la Marina y sacerdote de los siervos, quien respondía sus preguntas con claridad y convicción varonil.

“Era simplemente normal y auténtico”, dijo el hermano Felipe.

Tras una experiencia intensiva de RICA, Jack fue bautizado en la Iglesia católica en la Pascua de su segundo año. Su madre, una católica alejada, asistió al bautismo y más tarde regresó a la fe, conmovida por el testimonio de la conversión de su hijo.

En su último año, Jack discernió un llamado a la vida religiosa con lo que conocía: los Siervos de Cristo Jesús. Lo que lo atrajo, dijo, fue “la radicalidad con que vivían su vida religiosa: los votos, el aspecto misionero, el hecho de que eran hombres dispuestos a hacer lo que fuera necesario para expandir el Reino de Dios”.

Su conversión fue rápida, impulsada por el discernimiento constante que vivió en el Fratican. Ahora cursa su segundo año de estudios teológicos en el seminario St. John Vianney en Denver.

“Una vez que me bautizó, Dios se echó a correr conmigo”, dijo.

El camino de James hacia el sacerdocio fue más pausado. Sintió por primera vez el llamado a los 15 años, mientras estudiaba en la preparatoria Bishop Machebeuf en Denver, inspirado por un profesor de teología que era seminarista en su año pastoral. Pero cuando James se sintió listo para actuar en su último año en DU, percibió que el Señor le pedía esperar.

“Dos semanas después llegó el COVID, que nos paralizó a todos. Un mes más tarde, Carl nos dijo que iba al seminario. Fue un tiempo confuso”, recordó.

Tras graduarse, James consiguió un trabajo remoto en programación y llevó una vida lo más normal posible durante la pandemia. Sin embargo, rezaba cada día pidiendo guía.

“Entonces, el domingo 20 de marzo de 2022, en la capilla de adoración de St. Vincent de Paul en Denver, le pregunté a Dios por la enésima vez: ¿Qué misión tienes para mí? Y esta vez, Dios fue muy claro: ve al sacerdocio”, contó James.

Ahora, en su primer año de estudios teológicos en el seminario St. John Vianney, con cuatro años de formación por delante, James se mantiene enfocado en lo que Dios le pide hoy, confiando en que el Señor tiene el futuro en sus manos.

“No sé cómo va a ser este camino”, dijo. “El Señor me pide vivir un día a la vez, hacer lo pequeño y dejar que lo grande sea su prioridad”.

Vivir con rectitud

La regla de vida del Fratican abordaba de frente la responsabilidad y la corrección fraterna. En su búsqueda de santidad, los compañeros hicieron promesas de ser honestos, directos y claros entre sí.

“Confiábamos en que podíamos llamarnos la atención para volvernos hacia Dios”, dijo Carl.

Esa confianza abrió espacio para conversaciones difíciles. Con la libertad de hacer preguntas complicadas y recibir respuestas sinceras, los jóvenes se convirtieron en apoyo mutuo, especialmente cuando necesitaban claridad moral.

El hermano Felipe recordó un momento en que fue tentado a copiar con sus compañeros en un examen en línea.

“Estaba en la cocina, platicando con Carl. Y Carl simplemente me dijo: ‘Sí, eso es hacer trampa’. Era lo que necesitaba escuchar”, contó.

La corrección fraterna se volvió característica de su hogar.

“Me ayudó a vivir con integridad, y me ayudó a discernir”, continuó el hermano Felipe.

El impacto de la amistad del Fratican fue más allá de las rutinas domésticas, llegando incluso a sanar. Antes de entrar al seminario, los hombres deben someterse a una evaluación psicológica integral para determinar su idoneidad emocional, psicológica y espiritual para el ministerio sacerdotal. James recordó claramente la suya.

“El psiquiatra estaba muy interesado en escuchar sobre el Fratican, porque parecía que yo estaba sanando heridas que había cargado desde antes en mi vida”, dijo. “Eso es testimonio, creo, del poder de la auténtica hermandad en Cristo. Creo que las amistades hechas en Cristo son el medio principal que él ha usado para sanar mi vida”.

Actualmente, el Hno. Philip Collins, Alex Alemán, James Joseph y Carl Berner se encuentran en formación sacerdotal en la Arquidiócesis de Denver. Si bien tres de los cuatro que aparecen en esta foto ya habían comenzado su formación, Alex fue el último en ingresar al seminario este otoño y actualmente cursa el año de espiritualidad. (Foto proporcionada)

Gracias del “Fratican

Somos moldeados por quienes caminamos a nuestro lado, y para los jóvenes del Fratican, ese caminar dejó una huella profunda.

Ahora en su tercer año de estudios teológicos en el Pontificio Colegio Norteamericano en Roma, Carl describe su decisión de vivir la fe compartida como tierra fértil para descubrir sus vocaciones. Vivir en Cristo, dijo, dio lugar a tres gracias perdurables que siguen moldeando su comprensión de la fraternidad y el llamado:

Primero, la búsqueda sincera de algo apartado y santo.
“No creo que nos diéramos cuenta de lo inusual que era lo que hacíamos. Simplemente queríamos el don de una amistad centrada en Cristo”, afirmó Carl.

Segundo, la vulnerabilidad y la responsabilidad en la hermandad.
“Éramos libres de compartir nuestras vidas espirituales, nuestras alegrías y sufrimientos. Conocíamos nuestras historias”, añadió.

Tercero, un espíritu de oración y fraternidad que hacía de la casa un refugio.
“Esto fue lo que distinguió al Fratican. Los hombres y mujeres que venían se sentían seguros para ser ellos mismos”, explicó.

El hermano Felipe recordó la paz que provenía de vivir una vida cristiana en comunidad.

“No se trataba de intentar resolver todo. Se trataba de ser fiel en lo pequeño y dejar que Dios hiciera el resto”, dijo.

De su tiempo en el Fratican, Carl conserva una convicción para su vida futura: “Necesito hermanos en mi vida de fe”.

James compartió el mismo sentir.
“El Fratican fue un lugar donde aprendí a confiar más profundamente en Dios, y a confiar en los hombres que él puso en mi vida. Había una gracia en esa casa, una libertad para vivir con abandono total al Señor”, dijo.

Las amistades, la fraternidad, la libertad de vivir vidas radicalmente católicas en el Fratican: el hermano Felipe lo recuerda todo con humildad y alegría. Compara su conversión con una escena de The Chosen, donde María Magdalena le dice a Nicodemo: “Yo era de una manera, y ahora soy completamente diferente. Lo que estuvo en medio… fue él”.

Para el hermano Felipe, la experiencia del Fratican fue ese “medio”: el lugar donde Cristo lo encontró en comunidad y cambió el rumbo de su vida.

Nota: Alex Aleman, el cuarto miembro del Fratican, se encuentra en su año de espiritualidad en el seminario St. John Vianney de la Arquidiócesis de Denver y no estuvo disponible para entrevista en este artículo. Acompáñanos en oración por todos nuestros seminaristas arquidiocesanos y por un aumento de vocaciones santas en el norte de Colorado, en el país y en el mundo.

 

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