Por Lyseth Ortega, LPCC, NCC
Clínica católica St. Raphael
Recuerdo a una joven madre que vino a mi consultorio con los ojos llenos de lágrimas y el corazón roto. Me dijo: “Yo rezo, voy a Misa, hablo con mi sacerdote, pero algo en mí sigue doliendo. Siento que no puedo más”.
Su historia, como la de muchos en nuestra comunidad hispana, estaba llena de fe, de lucha y de silencio.
En nuestras familias hemos aprendido a enfrentar el dolor con fortaleza, a callar lo que duele y a seguir adelante. Nos refugiamos en la oración, en la Virgen, en el trabajo y en el sacrificio. Pero muchas veces, lo que queda sin hablar también queda sin sanar.
Fue en ese momento que le respondí con ternura: “La oración y la fe son fundamentales. Pero también Dios puede usarnos a nosotros, los terapeutas, como instrumentos para ayudarte a sanar desde lo más profundo”.
La terapia o consejería es precisamente eso: un espacio seguro y profesional para hablar, sentir y sanar. No es para los “locos” ni significa falta de fe. Al contrario, es un acto de amor propio.
En terapia, exploramos las heridas que venimos cargando desde la infancia, las creencias que nos limitan y los patrones que repetimos sin entender por qué. Es una oportunidad de reencontrarnos con nuestra historia y abrirle paso a la sanación.
La consejería, o counseling, suele ser más breve y enfocada en un problema específico: por ejemplo, mejorar la comunicación en el matrimonio, manejar el estrés en el trabajo o aprender nuevas habilidades para la crianza de los hijos.
La terapia, en cambio, va más a fondo: ayuda a lidiar con la ansiedad, la depresión, el duelo, los traumas, las crisis familiares o simplemente a entendernos mejor. No hay problema demasiado pequeño o grande. Si afecta tu paz, vale la pena atenderlo.
Muchas veces me preguntan: “¿Y esto no se puede resolver solo con dirección espiritual?” La respuesta es que ambos caminos se complementan. La dirección espiritual te ayuda a crecer en tu relación con Dios, a discernir su voluntad y a fortalecer tu vida interior. La terapia, por su parte, te ayuda a comprender tus emociones, sanar heridas psicológicas y transformar patrones dañinos.
Un sacerdote puede ayudarte a ver la luz del evangelio. Un terapeuta católico puede ayudarte a quitar los escombros que no te dejan ver esa luz.
La diferencia entre la terapia católica y la secular está en esa integración. Como consejera católica, creo firmemente que somos cuerpo, mente y alma. Eso significa que, además de trabajar con estrategias de afrontamiento y cambios de pensamiento, también se abre un espacio para integrar la fe, la oración, los sacramentos y la enseñanza de la Iglesia. Nuestra fe no se deja fuera de la sala de terapia: es parte central de nuestra identidad.
La terapia secular puede decir: “Tú importas por lo que logras o por cómo piensas de ti mismo”. La terapia católica afirma: “Tú importas porque eres hijo de Dios, amado incondicionalmente”. Este fundamento cambia por completo la manera en que una persona se entiende y sana. Mientras la terapia secular se enfoca en la mente, los pensamientos y la conducta, ayudando a resolver problemas prácticos y emocionales desde una perspectiva humana y científica, la terapia católica, sin dejar de lado la psicología y la ciencia, integra también la dimensión espiritual.
También comprendo lo que significa ser parte de una familia hispana. La culpa, la expectativa de ser fuerte, el “qué dirán”, el papel de la mujer como cuidadora, el machismo, la devoción profunda… todo esto forma parte del corazón hispano y debe abordarse con respeto y comprensión.
He visto personas transformarse a través de la terapia. Personas que llegaron sin esperanza y que, poco a poco, con la gracia de Dios y el trabajo interior, volvieron a reír, a amar y a soñar.
Quizá tú también estás leyendo esto y algo en tu interior se identifica. Tal vez hay heridas que nunca contaste, emociones que te abruman o simplemente un deseo de vivir con más paz. No estás solo. No estás sola. Y no tienes que cargarlo todo en silencio.
Dios quiere tu sanación completa. A veces esa sanación llega a través de la oración, y otras veces, a través de la terapia.