En la que podría ser su última ordenación sacerdotal en la Arquidiócesis de Denver, el arzobispo Samuel J. Aquila exhortó a los recién ordenados —el padre Daniel Viana Pereira y el padre Paolo Mori— a seguir a Jesucristo, entregándolo todo a Él, al Padre y al Espíritu Santo. Al iniciar su ministerio sacerdotal en un mundo marcado por el dolor, el sufrimiento y la oscuridad —como “corderos en medio de lobos”—, los nuevos sacerdotes de la arquidiócesis están llamados a encarnar el amor, la misericordia, la Verdad y la compasión de Jesucristo a todos los que encuentren, sin importar a dónde sean enviados.
A continuación, te presentamos la homilía completa del arzobispo Samuel, la cual también está disponible en su pódcast de homilías.
Queridos hijos y hermanos, en las lecturas que han elegido hoy para su ordenación, la primera lectura del profeta Jeremías habla de su juventud. Él reconoce, ante todo, que es Dios quien lo creó. Es la palabra de Dios la que habla a su corazón: “Antes de formarte en el vientre te elegí, antes de que salieras del seno materno te consagré, te constituí profeta de las naciones”.
Y es la acción de Dios en la vida de todo sacerdote, cuando entra al seminario, que primero ha escuchado ese llamado de algún modo, que es el plan de Dios para su vida que se entregue por completo al Señor. Y todos nosotros, en algún momento de la formación, tal vez desde el principio, le decimos al Señor: “No sé hablar, soy demasiado joven”. Pero el Señor nos recuerda depender de él: “No digas: ‘Soy un demasiado joven’, porque adondequiera que te envíe irás y todo lo que te mande dirás. Yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—”.
Y esas palabras son importantes para nosotros en los tiempos que vivimos. Son parecidos a los tiempos de Jeremías, donde hay mucha confusión en el mundo, donde ha habido abandono de Dios, donde las personas, sin darse cuenta, adoran falsos dioses. Nunca se han encontrado con Jesús.
Y el Señor nos asegura: “He puesto mis palabras en tu boca”.
Hijos míos muy queridos, deben tener un amor profundo por la Palabra de Dios. Tenemos la palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura y, de manera especial, en la voz de Jesús. Al abrir nuestros corazones al Espíritu Santo y dejar que él forme nuestra mente y nuestro corazón al escuchar con atención, siempre nos llevará a la verdad, a la verdad que es Jesucristo.
San Pablo habla de esto en su segunda carta a los Corintios, cuando escribe lo que han rechazado: acciones vergonzosas y ocultas, falsificación de la Palabra de Dios. Pero fue con la declaración abierta de la Verdad que no se predicaron a sí mismos, sino a Jesucristo como Señor.
Hijos y hermanos muy queridos, es esencial que mediten en esas palabras. No deben usar su autoridad como un poder sobre las personas. No deben ponerse como jueces de los demás. Deben predicar a Jesucristo y deben actuar, como recuerda san Pablo, como esclavos por amor a Jesús. Esas pueden ser palabras muy difíciles para nosotros hoy, pero el Señor nos las exige. Él habla del camino estrecho. Él habla de entregar la vida como él la entregó. Nuestro Señor nunca habla de privilegios, de decir: “Solo iré aquí o allá”. Al contrario, como escuchamos en el evangelio, envía a sus discípulos a todas partes para preparar el mundo y a las personas para él. Es esencial que comprendan que, sin importar dónde sean enviados dentro de la Arquidiócesis de Denver —sea el corredor de la I-25, la zona occidental o las llanuras del este— están llamados a ser esclavos por amor a Jesús. Están llamados a ir. Y si son enviados en misión a otras partes del mundo, es a Jesucristo a quien deben llevar, no enfocándose en ustedes mismos, sino entregándose al poder sobreabundante de Dios. Es Dios quien formará su corazón y su mente en la medida en que se entreguen a él.
En la lectura del evangelio, Jesús envía a sus discípulos de dos en dos. Sabe que deben sostenerse mutuamente y, en esa experiencia, les dice que la cosecha es abundante, pero los obreros pocos.
Queridos hermanos y hermanas, eso nos impone a todos, seamos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos o laicos, ser quienes recemos por las vocaciones. ¿Con qué frecuencia pedimos al dueño de la mies que envíe obreros a su mies? Mi director vocacional se queja de que rezo demasiado y lo mantengo demasiado ocupado, pero está bien. Es respuesta a mi oración diaria: que la semilla de la vocación sacerdotal se siembre en el corazón de los jóvenes; que la semilla de la vida consagrada o religiosa se siembre en el corazón de las jóvenes y de los jóvenes; que la semilla de la vocación matrimonial se siembre en el corazón de hombres y mujeres que, en el sacramento del matrimonio, engendren hijos para el Reino de Dios. Es fundamental que recemos por las vocaciones, sobre todo en un mundo que se resiste tanto al sacerdocio, a la vida religiosa y, sí, incluso al matrimonio.
El Señor advierte a sus discípulos en su tiempo, y las palabras siguen siendo válidas para nosotros hoy: “Yo los envío como corderos en medio de lobos”. Hijos míos, lo hemos visto en estas dos semanas: con el asesinato de Charlie Kirk, con el trágico tiroteo de jóvenes, vivimos entre lobos. Vivimos entre personas llenas de odio. Vivimos entre personas que no respetan la dignidad de la vida humana, que no alcanzan a ver que todo ser humano, sin importar quién sea, incluso si es un enemigo, ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Son los lobos quienes más necesitan escuchar la buena nueva de Jesucristo. No conocen ni han recibido, sino que han resistido el amor del Padre, el amor de Jesús y el amor del Espíritu Santo. Nuestro Señor nos dice que, vayamos donde vayamos, proclamemos que el Reino de Dios está cerca. Y no importa a dónde vayan, sea en la pastoral parroquial, en misión o en itinerancia, esa es su tarea: proclamar el Reino de Dios.
Hoy, al ser ordenados por la imposición de mis manos y el poder del Espíritu Santo, quedarán configurados con Cristo, pastor y esposo de la Iglesia. Es importante que en su vida de oración busquen la santidad, crezcan en santidad, se entreguen totalmente a la Trinidad y a quienes sirven. Serán llamados a enseñar, a enseñar a Jesucristo, a enseñar las Escrituras, a ser quienes señalen a Jesús, como lo hizo Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca y que yo disminuya”. Se trata de enseñar las verdades de la fe católica y transmitir esas verdades que hemos recibido de generación en generación.
También serán llamados, como sacerdotes, a ofrecer el único sacrificio de Jesucristo. Queridos hijos, es importante que comprendan, cada vez que recen las palabras: “Este es mi cuerpo que será entregado por ustedes. Esta es mi sangre que será derramada por ustedes”, que esas palabras se conviertan en sus palabras, que ustedes también se conviertan en don total de sí mismos, así como Jesús se hizo don total de sí mismo. Por eso la Iglesia pide que los sacerdotes celebren la Misa cada día, como un recordatorio constante, como un fortalecimiento constante de la entrega de uno mismo en alabanza, gloria y adoración al Padre.
También vivirán los sacramentos: la penitencia, la unción de los enfermos, el matrimonio, el bautismo, la confirmación… todos esos sacramentos celebrarán. Asegúrense de celebrarlos con la compasión de Jesús, con el amor de Jesús, saliendo a cualquier hora en medio de la noche para atender a los moribundos, para acompañar a quienes han perdido a un ser querido, para estar con quienes han experimentado la muerte repentina de un familiar.
Recen siempre antes de ir, pidiéndole al Señor que les dé las palabras para quienes van a servir. No vayan murmurando ni quejándose de que son las tres de la mañana. No se enojen, sino vuelvan al Espíritu Santo, pídanle al Espíritu las palabras que deben decir.
También en esto ustedes pastorearán y velarán por el pueblo que se les ha confiado. Deben caminar con ellos como siervos. Pero al caminar con ellos, también deben dirigirlos, guiarlos, proclamarles la verdad a tiempo y a destiempo. Deben procurar la unidad en Cristo y ayudar a recibir esa unidad que solo él puede dar.
Hoy es la memoria de los mártires coreanos, san Andrés Kim y san Pablo Chong con sus compañeros. Son mártires recientes: en los primeros años del 1800 fueron martirizados, entregaron su vida por Cristo. Y hemos visto mártires en nuestro tiempo, en África, en Asia e incluso aquí en Estados Unidos. Estamos llamados, pase lo que pase, a ser fieles a la verdad, cueste lo que cueste. Nunca podemos traicionar a Jesús. Estamos llamados a mantener los ojos fijos en él, sabiendo que él es fiel a sus promesas.
Hoy es un gran día de alegría para la Iglesia de Denver, al ver a dos de sus hijos ordenados sacerdotes. Mediten estas lecturas en su corazón y sepan que el Señor es fiel cuando les dice que los está enviando, que está con ustedes para librarlos, que pondrá sus palabras en su boca. Y hagan todo para la gloria de Dios, para la gloria del Padre, confiando en el poder sobreabundante de Jesús y de Dios.
Nunca teman ser enviados a la mies como corderos en medio de lobos. El Señor estará con ustedes para librarlos. Y sí, habrá quienes los odien, quienes los calumnien, quienes hablen mal de ustedes. Se los garantizo. Pero, aun así, debemos ser quienes, con amor y humildad, proclamemos que el Reino de Dios está cerca.
Que su sacerdocio sea fecundo mientras mantengan los ojos fijos en Jesús y su corazón y su mente en él, quien los fortalecerá para muchas décadas de ministerio.
Que el Señor los llene cada día de un amor más profundo por él, por el Padre y por el Espíritu, y de manera muy especial por los fieles a quienes servirán.