“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada, por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia prueba, la prueba esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rom 5, 1-5)
En su carta a los romanos, san Pablo escribe: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Estas palabras de aliento nos recuerdan que la verdadera esperanza está arraigada en el amor y la fidelidad de Dios. Esta misma esperanza está en el centro del Año Jubilar del 2025, un tiempo de renovación y encuentro con el Señor, proclamado cada veinticinco años en la tradición de la Iglesia.
El Jubileo de Esperanza llega en un momento en el que muchos luchan con incertidumbre, dudas e incluso desesperación acerca del futuro. Como reflexiona el papa Francisco en Spes Non Confundit, la encíclica de proclamación para el Jubileo: “Todos saben lo que es esperar… sin embargo, la incertidumbre acerca del futuro puede dar lugar a sentimientos contradictorios, que van desde la confianza hasta la ansiedad y la duda.” El papa nos invita a superar esta incertidumbre volviendo a Cristo, la “puerta de nuestra salvación” (Jn 10, 9) y aquel a quien la Iglesia proclama como “nuestra esperanza” (1 Tim 1, 1).
La esperanza, sin embargo, no es una emoción transitoria ni un mero optimismo. Es una confianza segura de que Dios está obrando en nuestras vidas, incluso cuando no podemos verlo. Es el ancla que nos sostiene a través del sufrimiento y la incertidumbre, como nos recuerda san Pablo: “La tribulación produce paciencia, la paciencia prueba, la prueba esperanza” (Rom 5, 3-4). Esta esperanza no está arraigada en la fuerza humana, sino en el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, quien habita en nosotros debido a nuestro bautismo.
El Concilio Vaticano II señala la importancia de esta esperanza divina, afirmando que “cuando las personas carecen de este apoyo divino y pierden la esperanza en la vida eterna, su dignidad se ve profundamente afectada… por lo que muchas veces se sumergen en la desesperación.” El Año Jubilar nos invita a redescubrir esta esperanza y compartirla con un mundo que la necesita desesperadamente.
La Iglesia, optimista en este Jubileo, invita a cada católico a reflexionar sobre su relación con Cristo, quien es la fuente de toda esperanza. Solo a través de un encuentro personal con él podemos experimentar la plenitud de este don. Cristo es el ancla firme que nos mantiene firmes en las tormentas de la vida, y el Jubileo ofrece una oportunidad para renovar nuestra confianza en él.
En la arquidiócesis de Denver, el arzobispo Samuel Aquila anima a todos los católicos a abrazar este Jubileo de Esperanza como un tiempo de oración, renovación y proclamación. Para el mes de enero, nos invita a orar por el Jubileo de Esperanza, pidiendo que la Iglesia universal dé con confianza una razón de nuestra esperanza: Cristo, nuestra esperanza, que no defrauda.
Oración del Jubileo
Padre que estás en el cielo,
la fe que nos has donado en
tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano,
y la llama de caridad
infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
despierten en nosotros la bienaventurada esperanza
en la venida de tu Reino.02
Tu gracia nos transforme
en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio
que fermenten la humanidad y el cosmos,
en espera confiada
de los cielos nuevos y de la tierra nueva,
cuando vencidas las fuerzas del mal,
se manifestará para siempre tu gloria.
La gracia del Jubileo
reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales
y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz
de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos.
Amén.