Por Emma Ramirez, directora de Respeto a la Vida en Denver
La esperanza es una persona. Su nombre es Jesús. Él es nuestro anhelo más preciado de lo que está por venir: el Cielo.
Aunque he escuchado esto una y otra vez, no creo que lo haya entendido realmente hasta hace poco.
Mi esposo, John, y yo dimos la bienvenida al mundo a nuestro primer hijo el 8 de octubre del 2024. El viaje de ser padres ha sido uno de alegría, lágrimas, agotamiento, sorpresa y… esperanza.
Convertirme en madre es al mismo tiempo lo mejor y lo más difícil que he hecho en mi vida. Ha sacado a la luz los defectos que creía que estaban cerca de resolverse: la impaciencia, el egoísmo y la necesidad de control, por nombrar algunos.
Todos los días, me acuerdo de mis defectos, pero, lo que es aún más importante, de que esta vocación de ser esposa y madre es un camino lleno de esperanza: la esperanza de que es mi camino hacia la santidad.
Cada día, recuerdo que Jesús me está llamando a acercarme a él a través de mi “sí” radical al momento presente, ya sea en forma de un despertar a las 2:00 a.m., un cambio de pañal maloliente, una comida que necesita cocinarse o un compromiso con la oración diaria.
De todas estas maneras y más, Jesús me ha mostrado una esperanza más profunda y hermosa en cada persona a la que me pide que sirva, especialmente mi esposo y mi hijo. Él me ha mostrado continuamente que él, la encarnación misma de la esperanza está mucho más cerca de lo que creo.
Durante este Año Jubilar de la Esperanza y más allá, estoy agradecida por mi vocación a la maternidad y por las formas en que Jesús me está mostrando su rostro misericordioso y compasivo en y a través de ella. Estoy agradecida por la esperanza que me está dando.
Rezo para que tú también encuentres esperanza —Jesucristo mismo— en cualquier circunstancia, desafío y bendición que estés experimentando.
