Amar a Dios puede ser muy complicado, pero ¿amar al prójimo? A veces es aún más difícil.
El apóstol san Juan nos dice: “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20).
Es difícil decir que amamos a Dios, a quien no hemos visto en persona, si decimos que odiamos a nuestro prójimo, a quien sí hemos visto.
Pero ¿qué pasa si rara vez vemos a nuestro prójimo? ¿Cómo se ve la caridad espiritual desde la distancia?
Para las monjas benedictinas de la abadía de Santa Walburga, ese amor oculto por el prójimo es el núcleo de su vocación. En “el medio de la nada”, cerca de la frontera con Wyoming, las monjas han dedicado sus vidas al amor de Dios —la caridad— que rebosa en un profundo amor por su pueblo.
“No estamos aquí para ser conocidas”, dijo la madre María-Michael, O.S.B., la abadesa de la comunidad. “Estamos aquí para amar y para orar, así que el reconocimiento es secundario en cierto sentido. A quien Dios nos envíe, estamos felices de recibirlo como a Cristo. Pero nuestro primer deber es amar a Dios en todo. Es realmente una vida de oración, de ir y venir diciendo, ‘Te amo, Señor. No te hemos olvidado. Queremos amarte en cada momento’. Esa es la alegría de nuestra vida”.
Porque aman a Dios tan profundamente —tanto que han dado toda su vida a él en una unión como un matrimonio— las monjas no pueden evitar amar a su pueblo.
“Amo a la Iglesia porque es el Cuerpo de Cristo, y es lo que él ama”, continuó la madre. “Si estás casada, amas lo que tu esposo ama, y tu esposo ama lo que tú amas”.
Parte de ese amor por el pueblo de Dios, dijo la madre, es llevarlo a él, aunque sea desde la distancia. Aunque apartadas del mundo, las monjas tienen un terreno privilegiado junto al Sagrado Corazón de su divino esposo. Ellas, que han dedicado sus vidas a la oración y al alabamiento de él que nos ama primero, se ven a sí mismas como intercesoras privilegiadas por el pueblo de Dios.
“Es como la novia al lado del rey, diciendo, ‘Sabes, tu gente necesita esto. Sabes, quiero mencionarte esto’. Sientes que llevas a estas personas a Cristo en tu oración”, explicó la madre. “Si tu esposo es el Rey, llevas a las personas al Rey. Imploras a Dios, tu Rey, ‘Por favor, cuida de tu pueblo. Muéstrales el camino’”.

Desde su tranquilo monasterio de oración y trabajo, las monjas de Walburga elevan a la Iglesia —especialmente a la iglesia local en el norte de Colorado— de una manera especial.
“Siempre hemos tenido una intención muy clara 26 de que estamos aquí para la arquidiócesis”, dijo una monja de Walburga. “En muchos sentidos, estamos muy felices de llevar a la arquidiócesis en oración y de sentir que nuestra presencia como monasterio dentro de la arquidiócesis sí marca la diferencia. Puede haber fruto de nuestra presencia. Solo nuestra presencia ante Dios dará fruto dentro de la arquidiócesis. En los últimos dos años, hemos recibido muchas visitas de sacerdotes que no habíamos conocido antes”.
Pero ¿qué frutos realmente puede traer una comunidad enclaustrada a la Iglesia? Las monjas de Walburga no parecen ser muy activas en obras de caridad o misericordia. No reciben muchos visitantes, entonces ¿cómo pueden amar a su prójimo si no lo ven?
Para ellas, su vocación es una de amor por Dios, por la Iglesia y por todo su pueblo, un amor que da grandes frutos incluso a distancia. Aunque su vocación no tenga muchos “métricos prácticos” para medir el éxito, su amor por su prójimo —a través de la arquidiócesis y más allá— está misteriosamente transformando el mundo.
“Si estás dirigiendo un hospital, enseñando o alimentando a los hambrientos, tienes esa sensación de ‘He hecho esto. He salvado a esta persona del hambre o le he puesto un techo sobre su cabeza’. Pero si tu misión es alimentar al mundo o a la arquidiócesis espiritualmente, eso es más difícil de entender para alguien que no tiene fe”, dijo otra monja de Walburga.
“Pero eso es lo que lo hace poderoso”, continuó, refiriéndose a la historia del evangelio de la mujer que ungió los pies de Jesús en Betania (ver Mateo 26, 6-13). “Si no crees, no tiene sentido. Ella simplemente desperdició un año entero de salario. Para nosotras, es toda nuestra vida y todo lo que podríamos haber estado haciendo. Todo depende de la fe. Y lo hacemos porque amamos a Dios. Dios nos ha pedido esto por su pueblo. Estamos llamadas a ser como la Madre Bendita y a sostener a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, con nuestra oración. Eso es lo que él nos pide. No lo hacemos para ser vistas o no. Es nuestra misión, pero lo vemos menos como una misión y más como nuestra respuesta de amor a Cristo, quien es nuestro esposo”.
A través de su oración devota y su santa hospitalidad, las monjas de Walburga ayudan a fomentar una “línea delgada” donde los fieles pueden encontrar al que las monjas han entregado sus vidas. Y, al encontrar a Jesús, dijo la madre, los fieles crecen en su amor por él y en escuchar su voz.
“Creo que cuando oramos, buscamos la voz de Dios, y comenzamos a buscarle para que nos guíe, y al hacer eso, estaremos siguiendo a Cristo. Cuando tienes una relación que ha crecido en amor, eres muy rápido para escuchar esa voz. Eres muy rápido para escuchar el susurro”, dijo la madre, refiriéndose a las palabras de Jesús en Juan 10, 27.
Cuanto más seguimos a Jesús, más nuestro amor por él se desbordará en amor al prójimo, explicó la madre.
“Lo único que tienes que hacer es mirar los frutos”, continuó. “¿Es la escritura? ¿Es lo que Dios estaría pidiendo? Nos pide que sacrifiquemos. Nos pide que amemos. ¿Cuánto estás dispuesto a ayudar a los demás? ¿Dónde está tu caridad? La caridad es la prueba. ¿Puedes detener lo que estás haciendo y ayudar a alguien? Incluso si es muy importante, o si estás en medio de algo y alguien se acerca. ¿Puedes hacerlo?”.
Ya sea que reciban visitantes o no, las monjas en la abadía de Santa Walburga traen enormes frutos de la viña de Dios. Su unión cada vez más profunda con la Trinidad —caridad— y su constante intercesión por la Iglesia gana grandes gracias para los demás en todo el norte de Colorado y más allá. De alguna manera, misteriosamente, su “sí” hace posible muchos de nuestros pequeños “síes”, mientras buscamos amar a Dios y al prójimo a nuestra manera.
En resumen, otra monja de la abadía dijo: “Mi constante búsqueda del rostro de Cristo, mi constante alabanza a Dios en mi vida como contemplativa, es lo que sé que da a las personas en el mundo su capacidad para cumplir sus misiones como apóstoles laicos y personas ocupadas en el mundo”.
“De verdad se siente como si fuéramos una parte muy importante de tu vida en el ajetreado Denver”, concluyó la primera monja. “Esperamos sinceramente, que nuestra oración te sostenga y promueva tu misión”.