En una emotiva homilía el 4 de mayo de 2025, el arzobispo Samuel J. Aquila marcó el fin de los novemdiales (los nueve días de luto) por el papa Francisco. En su predicación del Tercer Domingo de Pascua, se hizo eco de la voz de Cristo que preguntaba a Pedro, y a cada uno de nosotros: «¿Me amas?», desafiando a la Iglesia a una fidelidad radical a Jesús ante las tentaciones de las concesiones culturales.
A continuación, la homilía completa del arzobispo Samuel Aquila.
Tercer Domingo de Pascua – 4 de mayo, 2025
Homilía para el noveno día de luto por el papa Francisco
Hoy celebramos el noveno día de luto por el fallecimiento de nuestro santo padre, el papa Francisco. Las lecturas de hoy son muy apropiadas para esta celebración: el encuentro con Pedro y con Francisco, quien fue Pedro en esta tierra durante 12 años. La pregunta que Jesús plantea en el Evangelio: «¿Me amas?» (Jn 21, 15) no solo se dirige a Pedro, sino a cada discípulo.
El deseo más profundo de Jesús es que todos le respondamos con amor, porque Él nos amó primero. Demostró la profundidad de su amor por nosotros el Viernes Santo, cuando murió por cada uno de nosotros. Nos diría en los evangelios que no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos (Jn 15,13). Es la entrega total que Jesús nos da, y busca esa respuesta de Pedro, de cada discípulo y de cada uno de nosotros aquí presentes.
Es precisamente en ese encuentro personal con Jesús que escuchamos el llamado, sin importar nuestra condición ni nuestro camino. Ese llamado es para todos. Al convocar este Año Jubilar de la Esperanza, el papa Francisco, en la bula que presentó para establecer este Año Jubilar, declaró: “Que [el Jubileo] pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, ‘puerta’ (Jn 10, 7.9) de salvación… (Spes Non Confundit 1)”. Jesús es nuestra esperanza, que debe ser proclamada en todas partes. El papa Francisco nos recuerda que también nosotros debemos proponer el evangelio, que también nosotros debemos proponer a Jesucristo al mundo de hoy, que debemos ser como los apóstoles que predican el nombre de Jesús e invitan a otros a encontrarlo y a confiar en él.
Jesús le hizo la pregunta tres veces a Pedro porque Pedro lo negó tres veces. En las tres ocasiones, Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Entonces Jesús hace la invitación a cada discípulo al final: “Sígueme”. Esta es una invitación para todo discípulo: ser quienes lo siguen, en relación con él.
En el evangelio nos dice: «Vengan a mi todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les proporcionare descanso… y aprendan de mi…” (Mt 11,28-29). En Juan 6 nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56). Y en Juan 15,4-6 nos dice: «Permanezcan en mí… porque separados de mí nada pueden hacer”.
Con estas palabras, Jesús nos invita a una relación e intimidad con él. Jesús debe ser lo primero, y es una relación de intimidad y amistad (Jn 15:14-16). Es un llamado constante a obedecer el primer mandamiento. Creemos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, y el primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas. Esta invitación es para todos. Aprendemos de Jesús lo que significa amar al estar en relación con él. Significa escuchar sus palabras: que su alimento es hacer la voluntad del Padre.
Pedro y los apóstoles escucharon esto cuando, en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, comparecieron ante el Sanedrín y fueron interrogados. Dijeron: “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres”. Deja que estas palabras penetren en tu corazón. Hoy debemos preguntarnos: ¿A quién obedezco? ¿Obedezco al mundo? ¿Al secularismo? ¿A la sociedad? ¿A la cultura? ¿A alguna ideología? ¿O a Dios?
Es precisamente en esa escucha, en esa obediencia, que llegamos a vivir el evangelio, que escuchamos las palabras de Jesús dirigidas a cada uno de nosotros. Al comenzar su ministerio, proclama: “Conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1,15). Queremos arrepentirnos de todo lo que no sea de Jesucristo. Eso significa una conversión continua. Significa una búsqueda constante de su misericordia. Significa que somos llamados a crecer en virtud y santidad a lo largo de toda nuestra vida. Significa vivir el evangelio y ser fieles a él. Significa que, en todo, Jesús debe estar primero, antes que cualquier otra cosa.
Ahí reside el gran desafío hoy, porque hay quienes en el mundo —ya sean cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos o laicos— quieren priorizar el mundo, la cultura, la sociedad o alguna ideología. Dirán: “Bueno, la Iglesia necesita adaptarse a los signos de los tiempos”. Todo lo que hacen es escuchar la voz del mundo, no la invitación de Jesús de “ven y sígueme”, ni la invitación a “arrepentirse y creer en el evangelio”, ni la invitación a buscar primero la voluntad del Padre, ni a permanecer en Jesús.
En cambio, dice: “Nosotros decidiremos”. Todos sabemos por la historia que las culturas y las sociedades —todas, en algún momento— surgen, caen y cambian. Pero como nos recuerda el autor de la Carta a los Hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No se dejen seducir por doctrinas diversas y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con los alimentos (Heb 13, 8-9). El evangelio no es un capricho; el evangelio es Jesucristo y el encuentro con Él.
Debemos seguir a Jesús, proclamarlo y permanecer en Él. En medio de todo lo que se habla hoy sobre la inclusión, debemos recordar que sí, la llamada del evangelio, la invitación, es inclusiva. Pero el discipulado no es inclusivo, porque significa seguir radicalmente a Jesucristo. Significa vivir nuestras vidas según sus planes, sus mandamientos, su llamado en el evangelio. No soy yo quien elige lo que está bien y lo que está mal. No soy yo quien decide qué es bueno o malo. Soy yo quien vive, en palabras del papa Francisco, ese encuentro vivo y personal con Jesucristo, la «puerta». Jesús es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 16).
Algunos hoy dirán: “Bueno, la Iglesia necesita cambiar”. Pero debemos fijarnos en la promesa de Jesús en Juan 15: “Por sus frutos los conocerán”. Él nos dice: “Si permanecen en mí, darán mucho fruto”. Sí, seremos podados por el Padre, porque todos somos pecadores y necesitamos ser podados. Pero si no permanecemos en Jesús, nos marchitaremos y moriremos.
Hermanos y hermanas, eso es precisamente lo que ha sucedido en Europa y en otros lugares. En lugar de darse cuenta de que se han alejado de Dios y no permanecen en Él, dicen: “Bueno, debemos seguir la cultura, el mundo o la sociedad”. Eso solo trae caos y miseria. No da fruto. ¿Qué fruto dan las ideologías actuales? Salvo amargura, odio y resentimiento. Debemos ser quienes viven el evangelio en caridad y en verdad, en toda su plenitud y, sí, en todas sus exigencias. El discipulado tiene un costo real: morir a uno mismo para poder decir con Pablo: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí” (Gal 2,20).
Lamentablemente, en el proceso sinodal alemán, lo que se ha propuesto durante los últimos tres o cuatro años son cosas que otras comunidades cristianas han propuesto y están haciendo, ya sean episcopales, luteranas, metodistas, bautistas, etc. Han ordenado mujeres, bendecido uniones entre personas del mismo sexo, promovido la anticoncepción y actualizado las creencias según la cultura y la sociedad. Esas comunidades están vacías, divididas y siguen fragmentándose. Basta con buscar en Google para ver cuántas comunidades cristianas existen y los miles de distintos tipos de metodistas, bautistas, episcopales, unitarios, iglesias bíblicas, etc., separados unos de otros, siguiendo su propio camino. No han dado fruto porque no han proclamado a Jesucristo, el mismo ayer, hoy y mañana. Aún más triste es que el proceso sinodal alemán haya ignorado al papa Francisco y sus súplicas para que no continúen por el mismo camino, y que después de su muerte haya publicado bendiciones para las «parejas que se aman». Un completo desprecio por Pedro y la unidad de la Iglesia. No han creído que, para Jesucristo, para Dios, todo es posible: que Él puede sanar toda herida, toda quebrantamiento, que puede perdonar todo pecado. Lo vemos en el evangelio, ya sea en el encuentro con el hombre de la mano seca, con la samaritana, con Zaqueo, con la adúltera o con Pedro y Pablo.
Y lo vemos a lo largo de la historia en la vida de los santos y en sus encuentros con Jesucristo, ya sea Agustín, Ignacio de Loyola, Catalina de Siena o Teresa de Ávila. Y sí, incluso con un gran pecador como Rudolf Höss, responsable de la muerte de más de tres millones de personas en Auschwitz, quien se encontró con Jesucristo al final de su vida, se arrepintió, creyó y confesó sus pecados antes de ser ahorcado por sus crímenes. Para Dios, todo es posible —puede llevar años—, pero todas las personas pueden cambiar si perseveran y reciben el amor de Jesucristo. ¡La gracia es real y poderosa! Se puede pasar de ser un gran pecador a crecer en santidad y convertirse en santo.
Con demasiada frecuencia, hoy nos comportamos como el hombre del Evangelio que lleva a su hijo con convulsiones ante Jesús y le dice: “Si puedes hacer algo…”, y Jesús le responde: “¿Si puedes? ¡Al que cree todo le es posible!” (Mc 9, 22-23). Jesús le recuerda que con Dios todo es posible.
Hoy, con demasiada frecuencia decimos no solo “si puedes”, sino “no puedes cambiar a esta persona” o “es imposible que las personas cambien o sanen sus heridas”. Eso es mentira. Es una forma humana de pensar y hablar, o el mismo diablo hablándonos, quien nos ha convencido de que no podemos cambiar. Es una mentira terrible. Así pues, la gran pregunta que se nos plantea hoy es: ¿Dónde encontramos a Jesús? Lo encontramos en el evangelio. Sí, Él es el mismo ayer, hoy y mañana. Sí, nos invita: “Síganme y vengan a mí, permanezcan en mí, y yo les daré descanso”. El mundo no les dará descanso. Nada les dará el descanso que Jesucristo puede darles.
Jesús plantea hoy la pregunta a cada discípulo: “¿Me amas?”, ya sea cardenal, obispo, sacerdote, diácono, religioso o laico. La plantea a cada discípulo, a cada uno de ustedes y a mí hoy. ¿Cómo respondemos a esa pregunta y entablamos amistad con Jesús?
Los animo, hermanos y hermanas, a seguir rezando la novena de entrega en los días previos y durante el cónclave, confiando plenamente en el Señor. Yo la rezo todos los días. Se ofrece una oración muy breve y sencilla cada día durante nueve días, y pueden ir repitiéndola. Y puedes rezar estas sencillas y memorables palabras: “Jesús, me entrego a ti, tú te encargas de todo”. Eso significa que confiamos en Jesús. Ponemos nuestra fe en Él y confiamos en Él y en todas sus promesas.
Dondequiera que estas lecturas te lleguen al corazón hoy, ábreles tu corazón, y sobre todo a Jesús. Al recibir la Eucaristía, habla con Jesús de corazón a corazón. Escucha cómo Jesús te dice, te llama por tu nombre y te pregunta: “¿Me amas?”. Responde con tus propias palabras sinceras.