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jueves, diciembre 25, 2025
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Nuestros hijos en la era de las pantallas: una reflexión con fe para los padres

Por la Dra. Angela Wall
Psicóloga clínica y escolar acreditada
St. Raphael Counseling

Como padres y abuelos de niños en el 2025, enfrentamos muchos retos únicos, muy diferentes a los de generaciones pasadas. Lo que sí tenemos en común es nuestro amor por nuestros hijos y nuestra fe en Dios. Valoramos a nuestras familias y apreciamos el tiempo que tenemos juntos. Valoramos la belleza y la inocencia de la niñez. La luz de Dios brilla sobre nuestras familias cuando hacemos una oración alrededor de la mesa, jugamos en el patio o, quizá, disfrutamos de una noche de películas en familia con palomitas incluidas.

Preparando el escenario: cambios drásticos

Los tiempos han cambiado de manera radical, y las pantallas, los teléfonos y la tecnología se han entretejido en todos los aspectos de nuestra vida. Como psicóloga clínica y escolar, he notado un cambio gradual en los niños y en las familias desde que los dispositivos comenzaron a generalizarse a finales de los noventa y principios de los 2000. A medida que la tecnología se volvió más común, observé un cambio en nuestros hijos. Los ojos que antes miraban hacia afuera, a la belleza del mundo y a la humanidad de los demás, comenzaron poco a poco a mirar hacia abajo, hacia un mundo artificial en una pantalla colorida y fascinante.

Vi cómo la tecnología empezó a impactar no solo el desarrollo social y emocional de los niños, sino también el cognitivo y, lo más importante, el espiritual. Comencé a ver niños incapaces de mantener contacto visual, no solo con adultos sino incluso con sus compañeros. Llegaban a mi consulta pequeños que no sabían cómo discutir y resolver conflictos en persona, pero eran expertos en intimidar a otros en línea o por mensajes.

La ansiedad y la depresión, que antes solían presentarse en la adolescencia, comenzaron a ser frecuentes en niños mucho más pequeños. Mis alumnos en las escuelas y pacientes en la clínica mostraban niveles cada vez mayores de conducta agresiva y menores habilidades de afrontamiento. Muchos niños se sentían valientes en el mundo de fantasía de las pantallas, pero aterrados al enfrentar los retos de la vida real.

En pocas palabras, es difícil hacer amigos e interactuar con otros cuando siempre se llevan puestos los audífonos.

Con la llegada del COVID, el giro hacia adentro, hacia las selfies y las pantallas, se volvió aún más alarmante. Sin tener otra opción, muchos padres tuvieron que usar las pantallas como guardería temporal mientras trataban de trabajar desde casa. Nuestros hijos estuvieron expuestos a contenidos en línea que sus mentes, aún en desarrollo, no podían procesar ni manejar.

Para quienes deseen profundizar más en la historia e impacto de las redes sociales en nuestra sociedad, recomiendo leer The Anxious Generation de Jonathan Haidt. Para los padres ocupados con menos tiempo, intentaré resumir algunos puntos clave del libro y concluiré con estrategias positivas que pueden marcar una diferencia en la vida de nuestros hijos en esta era tecnológica.

La infancia antes de los teléfonos: un mundo de juego y presencia

Hubo un tiempo —y quizá no tan lejano para muchos de nosotros— en que la niñez se vivía a través de aventuras basadas en el juego. Como niña en los años setenta, recuerdo jugar sin supervisión después de la escuela en nuestro vecindario “hasta que se encendieran las luces de la calle”, y entonces corríamos a casa. Los niños de generaciones pasadas andaban en bicicleta por las calles del vecindario, ¡pedaleando una bicicleta real! Trepaban árboles y se caían de ellos. Se raspaban las rodillas y ellos mismos se ponían una curita. Un día lluvioso era motivo de celebración porque creaba charcos de lodo en los que era un gozo chapotear.

Aprendían resiliencia, espíritu deportivo e independencia a través del juego no supervisado —y con frecuencia no estructurado—. Eran experiencias formativas y saludables. Los niños estaban destinados a aprender jugando. La imaginación, la resolución de problemas y la creatividad se desarrollan mediante la exploración libre y el juego sin estructuras rígidas.

La llegada de la “infancia basada en el teléfono”

En The Anxious Generation, el autor comparte varias estadísticas alarmantes. De aproximadamente 1998 al 2010, las tasas de adolescentes que reportaban ansiedad y depresión se mantuvieron bastante estables. Luego, hacia 2012, las tasas de ansiedad, depresión, autolesiones y suicidio se dispararon —casi duplicándose, especialmente entre las niñas—. A este cambio crucial lo llama “la gran reconfiguración de la infancia”.

Esta reconfiguración es doble:

  • La disminución de la infancia basada en el juego, en marcha desde los años ochenta, cuando los temores por la seguridad y los horarios estructurados redujeron el tiempo de juego libre al aire libre.
  • El ascenso simultáneo de la infancia basada en el teléfono (finales del 2000 y principios del 2010), cuando los teléfonos inteligentes, el internet de alta velocidad, las redes sociales y las aplicaciones adictivas se convirtieron en parte del tejido mismo de la infancia y la adolescencia.

Para 2015, la mayoría de los adolescentes ya usaban teléfonos inteligentes —no solo de tapa—, y las redes sociales se volvieron centrales en su vida diaria. Las horas de entretenimiento se convirtieron en tiempo obligatorio frente a la pantalla si un joven quería mantener una vida social. Las horas de convivencia en persona se transformaron en horas en línea, obsesionados con los “likes”, los filtros, las comparaciones y el bombardeo constante de información.

Comparando ayer y hoy: dos infancias en contraste

Aspecto Basada en el juego (antes) Basada en el teléfono (ahora)
Interacción social Juego cara a cara, presencia física, sin supervisión Interacciones virtuales, feeds curados, apps adictivas
Experiencias formativas Riesgo, resiliencia, independencia Atención fragmentada, pérdida de sueño, ansiedad social, soledad
Salud mental Relativamente estable hasta finales de 2000 Aumento drástico de ansiedad, depresión y autolesiones
Formación espiritual Asombro en la naturaleza y comunidad espiritual presencial Desconexión, comparaciones, vacío espiritual

 

Desarrollo social y soledad

Los teléfonos prometieron conexión, pero, como observa Haidt, muchas veces trajeron soledad. A pesar de estar “conectados”, muchos adolescentes reportan tener menos amigos cercanos y mayor aislamiento. Lo virtual reemplaza lo visceral: no hay mano de amigo, no hay risa espontánea, no hay contacto visual.

Salud mental: aumento de ansiedad y depresión

Entre el 2010 y el 2019, las tasas de depresión y ansiedad entre jóvenes en EE. UU. casi se duplicaron; las tasas de suicidio aumentaron notablemente —131% entre niñas de 10 a 14 años, y 48% entre jóvenes de 10 a 19—. El aumento más marcado coincide con la proliferación de teléfonos inteligentes y redes sociales.

Impacto diferencial: niñas y niños son distintos

Las niñas suelen enfrentar mayor presión en plataformas basadas en la imagen, como Instagram, lo cual afecta su autoestima mediante vidas filtradas y trampas de comparación. El ciberacoso añade otra capa: la agresión relacional, disponible 24/7, causa ansiedad, depresión y autolesiones. Ya no es posible esconderse de los acosadores en casa por la noche: las redes sociales los persiguen a todas partes.

Los niños, aunque menos enfocados en redes sociales, suelen refugiarse en videojuegos, pornografía o evasión digital. Esto conduce a aislamiento, desconexión y dificultades al entrar en la adultez (“fracaso para despegar”).

Falta de sueño, fragmentación de la atención y adicción

Al hablar con otros terapeutas y consejeros, coincidimos en que los cuatro daños fundamentales de esta era —privación social, privación de sueño, fragmentación de la atención y adicción— son los más relevantes y disruptivos que vemos en los niños hoy. Los dispositivos brillan hasta la noche, interrumpiendo el sueño; las notificaciones constantes quiebran la atención; las plataformas están diseñadas para ser compulsivas, y los cerebros aún en formación de los niños son especialmente vulnerables.

Degradación espiritual

Haidt habla de una degradación espiritual más amplia, fruto de una vida dominada por las pantallas. Las prácticas espirituales tradicionales —el silencio, la comunidad real, la vivencia corporal, la admiración por la creación— escasean en los ámbitos digitales. Como católicos, sabemos que la fe vivida, sacramental y encarnada importa, no las narrativas filtradas y falsas de las pantallas.

Una respuesta católica: sabiduría con raíces en la fe para los padres

Aunque el panorama parezca abrumador, como padres y abuelos debemos tener fe y esperanza en nuestros hijos. The Anxious Generation ofrece caminos de esperanza, basados en la acción, la comunidad y la fe.

Cuatro nuevas normas para una infancia más saludable

Haidt propone cuatro “nuevas normas” para revertir errores:

  1. No smartphones antes de la preparatoria.
  2. No redes sociales antes de los 16 años.
  3. Escuelas libres de teléfonos.
  4. Más juego independiente y no supervisado, y mayor arraigo comunitario.

Estas normas ayudan a las familias a avanzar juntas, evitando el dilema de “si mi hijo es el único sin teléfono”. Si suficientes padres se unen, la presión social cambia, y estas normas se vuelven opciones viables y llenas de fe. Cada vez veo más adolescentes que, de manera voluntaria, renuncian a sus teléfonos inteligentes a cambio de teléfonos sencillos o incluso de no tener teléfono.

En última instancia, los niños son más sabios de lo que pensamos. Ellos mismos ven los problemas que generan los teléfonos y toman decisiones sensatas por su cuenta (a veces para sorpresa de sus padres).

Recuperar el espacio para el asombro y el juego

Nuestros hijos necesitan encuentros reales: trepar árboles, jugar a las atrapadas, compartir oraciones, ayudar en los quehaceres, maravillarse con las estrellas y forjar amistades cara a cara. Estos son espacios donde crecen la gracia, la resiliencia, la humildad y la alegría.

Comunidades de fe colectivas como ancla

Haidt habla de los “problemas de acción colectiva”, cuando los padres individuales sienten que deben conformarse. Pero las parroquias y grupos de padres católicos pueden ser lugares de unidad. Un compromiso parroquial de retrasar el uso de teléfonos, de tener “fines de semana sin pantallas” y de organizar actividades al aire libre compartidas se convierte no solo en una política, sino en un signo vivo del Reino entre nosotros.

Enseñar el discipulado en la era digital

Desde los primeros grados, podemos formar a los niños en alfabetización mediática, pensamiento crítico y discernimiento espiritual. Podemos fomentar una crianza activa en los pequeños y una guía atenta y llena de oración en los adolescentes. Podemos recordarles que su valor no está en los “likes” ni en los filtros, sino en haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Conclusión: caminar juntos hacia la esperanza

Queridos padres, el cambio es posible y no están solos en su frustración. Sean modelos de hábitos saludables para sus hijos. ¡Ellos los observan mucho más de lo que los escuchan! Estén presentes. Sean ejemplo.

Nuestra vocación es formar hijos “antifrágiles”: capaces de enfrentar retos, enraizados en relaciones, firmes en la fe. Al resistir el atractivo de las pantallas infinitas, les ofrecemos algo mucho más valioso: amistad real, encuentro sacramental, comunidad, trabajo, descanso, creación y la voz de Dios en sus corazones.

Los padres, actuando juntos, pueden cambiar las normas con rapidez. Como familias católicas, seamos pioneros en recuperar la infancia: una bendición, un juego al aire libre, un “hoy sin pantallas” y una oración compartida a la vez.

 

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