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Claridad y caridad: Lo que la Iglesia Católica realmente enseña sobre la pornografía y por qué

Por el padre Scott Bailey

Nota: En esta primera parte de una miniserie de cuatro partes, profundizamos en lo que enseña la Iglesia Católica sobre la pornografía y las razones detrás de esta enseñanza. El padre Scott Bailey reflexiona sobre lo que dice el Catecismo, cómo la pornografía afecta nuestra alma y de qué manera podemos encontrar la libertad frente a ella. A la luz de datos recientes que muestran un preocupante y marcado aumento en la aceptación social de la pornografía en los Estados Unidos, esta serie resulta más oportuna que nunca.

Siempre uso mi cuello romano cuando viajo en avión. Eso suele dar lugar a conversaciones interesantes.

Hace algunos años, estaba en un vuelo cuando el pasajero a mi lado se inclinó y me dijo: “Oiga, solo quiero decirle… creo que lo que usted hace es muy admirable”.

Me preguntó sobre mi ministerio y comenzamos una conversación realmente interesante. Luego sacó el tema del celibato sacerdotal, sugiriendo que la falta de actividad sexual era la causa del escándalo de abuso sexual en el clero.

Me sentí algo ofendido, porque estoy profundamente agradecido por mi vocación al celibato y no estaba de acuerdo con su argumento. Así que me puse a hablarle con cierto aire de superioridad, y comencé a darle una especie de sermón sobre cómo la raíz del problema de los delitos sexuales no es la falta de sexo, sino más bien la indulgencia sexual, especialmente la pornografía. Hablé con pasión sobre los efectos nocivos de la pornografía en la mente, la voluntad y las relaciones.

Cuando por fin terminé de hablar, era evidente que no sabía cómo responder y se sintió incómodo. Solo me dijo un pensativo “Hmm”, y luego se puso los audífonos y miró por la ventana el resto del vuelo.

No fue mi mejor momento, pastoralmente hablando.

A lo largo de los años, la pornografía ha sido un tema que ha surgido con frecuencia en mi ministerio, especialmente en el confesionario. Afortunadamente, he aprendido a suavizar mi forma de abordarlo. Ya de por sí es un tema incómodo de tratar, y lo es aún más para quienes luchan con su consumo. Este tema debe tratarse con claridad (porque las personas merecen la verdad) y con caridad (porque las personas merecen ser amadas, incluso en medio de sus pecados).

Así que abordemos la enseñanza de la Iglesia sobre la pornografía con claridad y caridad.

¿Qué enseña la Iglesia sobre la pornografía?

El Catecismo de la Iglesia Católica es un buen punto de partida, ya que dice casi todo lo necesario en unas cuantas frases:

“La pornografía consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico”. (Catecismo 2354)

Observemos que esto nos da tres razones por las cuales la pornografía es un pecado:

  1. Ofende la castidad. La castidad es la virtud del dominio propio sobre nuestros deseos sexuales. No hay duda de que Jesús llama a toda persona a vivir la castidad, sin importar su estado de vida, cuando dice que incluso mirar a otra persona con lujuria es cometer adulterio en el corazón (ver Mateo 5, 27-28).
  2. Lesiona gravemente la dignidad de sus participantes. Como el contenido pornográfico es sexualmente explícito y busca la excitación, le falta al respeto a la dignidad de los cuerpos humanos representados. La pornografía reduce a la persona humana a un objeto que se usa. En palabras de san Juan Pablo II: “La persona jamás ha de ser considerada un medio para alcanzar un fin; jamás, sobre todo, un medio de «placer». La persona es y debe ser sólo el fin de todo acto. Solamente entonces la acción corresponde a la verdadera dignidad de la persona”. (Carta a las Familias, Gratissimam Sane, 1994, n. 12).
  3. Nos sumerge en la ilusión de un mundo de fantasía. A primera vista, esto no suena tan grave, ¿cierto? Casi podría parecer tan inofensivo como ver una película de fantasía. Pero el mundo de fantasía de la pornografía distorsiona nuestra percepción de la realidad, especialmente en lo que respecta al sexo, el matrimonio y la dignidad humana. Muchos expertos en psicología, como el Dr. Victor Cline, han encontrado que la adicción a la pornografía suele llevar a la desensibilización, en la que el usuario ya no se ve afectado por la inmoralidad de materiales repulsivos o ilegales; ver tales cosas como aceptables puede llevar a actuar de forma inapropiada. Este es el espiral destructivo del mundo de fantasía de la pornografía.

Teniendo en cuenta todo esto, el Catecismo simplemente afirma que la pornografía “es una falta grave”. Esto significa que siempre cumple con la primera de las tres condiciones para que haya pecado mortal: materia grave. Las otras dos condiciones son el conocimiento pleno y el consentimiento deliberado. Por lo tanto, si una persona que consume pornografía sabe que es inmoral y actúa con plena libertad, entonces comete un pecado mortal que debe ser confesado en el sacramento de la reconciliación.

¿Cómo afecta la pornografía a la vida espiritual de una persona?

Quienes luchan contra la pornografía a menudo cargan con una profunda vergüenza. La confesión puede ayudar a retomar el compromiso con la castidad y brindar una sensación temporal de libertad, pero “el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pedro 5, 8). La tentación nunca se aleja por mucho tiempo.

Muchas personas se sienten atrapadas en un ciclo repetitivo de tentación, consumo de pornografía y confesión. Esto puede ser profundamente desalentador. Quien lucha con la pornografía no necesita que se le explique el daño espiritual que causa; ya lo conoce por experiencia.

La pornografía puede afectar la vida espiritual de las siguientes maneras:

  • Puede llevar al desánimo y a la desesperación.
  • El sentimiento de vergüenza puede dificultar la oración.
  • Ese mismo sentimiento puede hacer a la persona más vulnerable a las mentiras del demonio, como: “Eres malo”, “Nunca podrás liberarte de este pecado” o “Nadie te va a amar jamás”.
  • Si hay pecado mortal, puede producir una sensación de “separación” de Dios, porque en verdad, el pecado mortal causa “la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante” en el alma (Catecismo 1861).
  • Muchos que luchan con la pornografía se sienten hipócritas delante de Dios, por lo que dejan de recibir los sacramentos —incluso la reconciliación—, lo cual perjudica profundamente su crecimiento espiritual.

Estas consecuencias espirituales son dolorosas, pero a menudo se convierten en el motor del deseo de liberarse de la pornografía. ¡Y gracias a Dios, la libertad sí es posible con su gracia!

¿Cómo encontrar la libertad frente al pecado de la pornografía?

Vencer cualquier pecado requiere dos cosas: compromiso personal y confianza en Dios.

Aunque podría darte una larga lista de ideas para comprometerse a dejar la pornografía, no lo haré aquí. No se trata de un menú, ni de un rompecabezas o una combinación secreta donde, si haces las cosas “correctas”, automáticamente serás libre. El compromiso personal para superar la pornografía será distinto para cada persona, y “el dominio de sí es una obra que dura toda la vida.” (Catecismo 2342).

Para superar el pecado, debemos aprender a vivir con el malestar de la tentación. Aprender a distraer nuestra mente. Aprender a invocar el nombre de Jesús cuando sentimos que no podemos resistir más. Aprender a reemplazar los malos hábitos con buenos. Debemos tomar medidas más firmes para evitar el pecado y buscar apoyo de personas que quieran lo mejor para nosotros.

En última instancia, la libertad se encuentra en la gracia de Dios. Sí, la castidad es una virtud moral que debemos trabajar. Pero “también es un don de Dios, una gracia… para imitar la pureza de Cristo” (Catecismo 2345). No podemos negar la necesidad de la oración y de depender completamente del Señor.

No importa el pecado, lo confesamos con humildad ante el Señor y le pedimos la gracia de comenzar de nuevo. Nos rendimos a su misericordia una y otra vez, confiando en sus palabras a san Pablo: “Mi gracia te basta, pues mi fuerza se realiza en la debilidad” (2 Corintios 12, 9).

 

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