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Cómo el poder de la oración de una abuela hispana logró el regreso a la fe de su nieto

Cómo la familia, los amigos y una abuela llevaron de regreso a la Iglesia a un hijo pródigo 

Era una tranquila tarde de primavera en Notre Dame, cuando Ted Nagy se encontraba caminando cerca de la Basílica del Sagrado Corazón en el campus de la universidad. El profesor Tim O’Malley, conocido por su popular curso El misterio nupcial, había invitado recientemente a sus alumnos a recorrer la hermosa basílica. Con esa invitación en mente, Ted se sintió atraído a entrar, aunque no podía explicar exactamente por qué. 

Era un lugar familiar para Ted: sus padres se habían casado allí, y su tío, el padre David Scheidler —sacerdote de la Congregación de Santa Cruz a quien admiraba profundamente— había sido rector de la cripta de la basílica. 

Ted recorría el interior de la basílica en aquella serena tarde de primavera, contemplando las obras de arte, los vitrales y los relicarios, cuando de repente se sintió envuelto de amor. Era como si su abuela, el padre Scheidler y su maestra de religión de la infancia —todos ellos ejemplos de fe en su vida, dos de los cuales habían fallecido recientemente— estuvieran a su lado, reintroduciéndolo a la fe que había conocido, en un lugar con el que tenía una conexión muy íntima. 

“Sentí como si los tres caminaran conmigo, tomándome de la mano y volviéndome a presentar al Señor y a la fe con la que crecí”, recordó. 

Camino a la desesperanza 

Aunque había crecido en un hogar católico, en esos momentos Ted estaba alejado de su fe de la infancia y hacía tiempo que no pisaba una iglesia. Estaba frustrado con la manera en que lo católico y lo conservador a menudo se mezclaban o incluso se contradecían. 

“No estaba listo para decir que era ateo, pero me sentía agnóstico y algo distanciado de mi familia católica extendida por nuestras muchas diferencias políticas”, compartió Ted. “La forma en que mi familia confundía la religión y la política me hacía sentir como si fuera algo completamente distinto, casi como una oveja negra”. 

Con la nueva libertad que le trajo la universidad, dejó de asistir a Misa y a la confesión. En su búsqueda, se volcó en “la idea idealizada de una experiencia universitaria de fiesta”. En el proceso, se sintió cada vez más solo, alejado de su familia y sin verdadero apoyo de sus amigos. 

“Mis papás y yo tuvimos muchas conversaciones al respecto. Obviamente estaban decepcionados de que me hubiera alejado de la fe, y no lo entendían del todo. Estaban tristes. Creo que se sentían un poco impotentes”, recordó. “Pero también sabían que no podían forzarme a volver, y que había sido una mano dura la que me había alejado, que lo que yo realmente necesitaba era ser atraído de nuevo. Así que conversábamos. Ellos hicieron un buen trabajo dándome espacio para llegar a mis propias conclusiones, pero también me daban ejemplos de la fe y las virtudes que deseaban para mi vida”. 

Luego llegó la pandemia. 

COVID: una gracia inesperada 

Era primavera de su segundo año, y Ted se encontraba en una playa de Florida por las vacaciones. Al llegar la noticia de la pandemia, su vida dio un giro en cuestión de días. Pasó un año de aislamiento social viviendo nuevamente con sus padres, con nada más que tiempo y soledad para reflexionar sobre la vida, la fe y las amistades. Fue entonces que se dio cuenta de lo vacío que se sentía.  

“Aunque no estuviera listo para profesar el Credo, era consciente del daño que estaban causando a mi alma las decisiones que tomaba y el estilo de vida que llevaba, y de las consecuencias negativas que eso tenía en mi corazón”, dijo. 

Aunque se encontraba socialmente distanciado de sus amigos, compañeros de clase y la universidad, Nagy se acercó aún más a su familia y hermanos. A pesar de los retos, el tiempo de aislamiento terminó siendo una gracia: experimentó una vida nueva en sus relaciones familiares. 

“De hecho, lo veo [volver a casa] como una bendición, porque cuando me fui a la universidad era un joven egoísta de 18 años y quería alejarme de mi familia. Solo veía la manera en que me lastimaban”, recordó Ted. “Cuando regresé a vivir con ellos unos años después, comencé a apreciar la vida que mis padres habían construido, la belleza de nuestra familia y la vida de mis hermanos menores. Pude salir de mí mismo, entregarme a ellos y ser el hermano mayor que quería ser —y que ellos necesitaban”. 

“En esa soledad, Dios me encontró” 

Pero después de la pandemia, al mudarse de nuevo por su último año a una nueva casa fuera del campus, Nagy experimentó una nueva y profunda soledad, al sentirse desconectado de sus antiguos amigos y de sus nuevos compañeros de casa. 

“Terminó siendo probablemente el momento más solitario de mi vida”, compartió. “Y en esa soledad, fue donde Dios me encontró”. 

Su hermano menor, Peter, acababa de comenzar sus estudios en Notre Dame después de un año sabático y ya había formado amistades profundas y santas. Así que Ted decidió pasar tiempo con él y sus amigos. 

Poco a poco, se fue acercando a esos “grandes amigos de virtud”, compartiendo tardes en el campus, jugando al frisbee, voleibol, Spikeball, o simplemente conversando. Siempre cerraban el día rezando juntos en una capilla, en la gruta del campus o en la basílica. Aunque sus encuentros parecían típicos a simple vista, había algo diferente en ese grupo de amigos. 

“Las conversaciones que teníamos eran un bálsamo para mi alma después de tanto tiempo de pláticas superficiales y de sentir que a nadie le importaba realmente quién era yo”, recordó Ted. “Con estos nuevos amigos, las conversaciones eran profundas. Les interesaba conocer mi experiencia, amar a toda mi persona y no solo apreciar algún aspecto superficial de lo que yo mostraba al mundo. Creo que fue precisamente el testimonio de estos amigos lo que me trajo de regreso a la fe”. 

Con el tiempo, Ted sintió su corazón ablandarse ante el amor que le mostraban. Eso lo hizo más receptivo a los movimientos del Espíritu Santo, ya fuera por la invitación de sus nuevos amigos a acompañarlos a Misa o por la invitación de su profesor a visitar la basílica. 

Después de aquella visita providencial a la Basílica del Sagrado Corazón, en esa tranquila tarde de primavera, Ted sintió que el Señor lo llamaba de regreso a casa. 

“Fue una semana antes de la Semana Santa, así que el Domingo de Ramos, por la tarde, Peter y yo fuimos a confesarnos”, contó. “Salí llorando. Fui hacia él y me dio el abrazo más grande. Luego fuimos a Misa juntos y vivimos toda la Semana Santa, y pude celebrar con la Iglesia en Pascua”. 

Sostenido por la oración 

Mucho antes de su regreso a la Iglesia, incluso mientras buscaba sentido durante la universidad, su abuela, María del Refugio León Scheidler —conocida por todos como Quiquis— oraba fervientemente por él, aunque no alcanzó a ver su regreso a casa. 

Para Ted, sin embargo, esa oración le resultaba intensa, y la pasión de Quiquis generaba tensión en su relación. 

“Sé que Quiquis, que era una voz fuerte de fe en mi familia y en la vida de muchas personas, rezaba por mí todo el tiempo. Pero no teníamos una buena relación, porque cada vez que la veía, intentaba convertirme”, dijo. “Nunca sentí que me entendiera ni que le interesaran mis gustos. Siempre era como: ‘Te voy a dar algo que te haga más parecido a lo que yo quiero que seas’. Así que me sentía incomprendido por ella, pero también sabía que me quería mucho, porque mostraba su amor con servicio y oración”. 

“Nunca dudé de que me amaba, pero sentía que no me conocía”, aseguró Ted. 

Su relación llegó a un punto crítico cuando Quiquis cayó gravemente enferma. En su lecho de muerte, lo miró a los ojos y le dijo que enderezara su vida. 

“Me dolió profundamente. Sentí que ese sería nuestro último momento: estás decepcionada de mí y tienes miedo por mí”, compartió Ted. “Me dolió que, después de todos los conflictos que tuvimos a lo largo de los años, de todas las veces que me sentí incomprendido por ella, lo último que me iba a decir fuera básicamente: arréglate”. 

Aunque Quiquis falleció poco después, su historia no terminó ahí. Mientras Ted vivía su duelo —al mismo tiempo que regresaba a la fe— comenzó a experimentar una nueva sanación. 

“En su ausencia, comencé a sanar esa relación. Creo que llegamos a entendernos mejor después de su muerte”, compartió. 

“Regresó —ella siempre decía que me iba a perseguir”, dijo entre risas. “Sentí su presencia con fuerza en algunos momentos durante mi regreso a la fe. Llegué a comprender cuánto se preocupaba por mí y cómo luchaba por mí. Posiblemente sea la intercesora más fuerte que tengo en la otra vida”. 

Esa convicción se volvió aún más clara cuando su madre, Alicia, fue a ayudar a limpiar la casa de Quiquis. Encontró una foto enmarcada de Ted en la mesita de noche, justo al lado de su cama. Era evidente que Quiquis rezaba por él cada noche, aunque él fuera solo uno de sus 44 nietos. 

“Me sentí profundamente amado”, dijo Ted, conteniendo las lágrimas. “Es muy fuerte saber que hay alguien que te ama tanto que, aunque no pueda expresarlo en persona o con palabras, dedicó gran parte de su vida a amarte y a buscar lo que creía más importante: la salvación de tu alma. Eso puede sanar mucho”. 

Un hombre para los demás 

Hoy, años después, este joven que ahora vive en Denver se siente muy amado —y disfruta de una vida plena — por su familia, amigos, Quiquis y muchos más. Siente que su fe es una roca firme, incluso después de años de búsqueda. 

“Estoy en un punto en el que no tengo dudas de que Dios existe, que es bueno, que me ama, que quiere cuidarme, darme lo mejor y ayudarme a crecer a través de las dificultades”, dijo. “Ahora, estoy trabajando en recordarme que puedo acudir a él en todo momento”. 

Y agradece el camino recorrido, con todos sus giros, caídas y luces. 

“Honestamente, el hecho de contar esto [en la entrevista] me llena de gratitud. Me siento fortalecido en la fe al ver cómo el Señor ha obrado en mi vida de manera misteriosa pero fecunda”, compartió. 

Hoy, Ted busca ser ese tipo de amigo que conoció en la universidad y ese tipo de intercesor que fue su abuela, sabiendo cuán transformador puede ser ese testimonio orante para otros. 

“El ejemplo de esos amigos en Indiana que me ayudaron a volver a la fe es algo que trato de imitar con mis propios amigos: caminar con ellos, animarlos a hacer el bien, a recibir los sacramentos, a tener una vida de oración activa. Nos fortalecemos mutuamente”, dijo Nagy. 

Mientras camina junto a estos amigos en la fe y en comunidad, los anima, los reta y sufre con ellos, tal como sus amigos en Indiana hicieron por él. 

“Es un gran honor que alguien confíe en ti y sepa que vas a amarlo incluso si te muestra esa parte suya de la que no se siente orgulloso”, añadió. 

“Una de las cosas por las que más rezo es por ser, de alguna manera, el rostro de Dios para alguien más, aunque yo no lo note o la otra persona no lo note, pero que quizás lo sienta más adelante”, concluyó. 

André Escaleira, Jr.
André Escaleira, Jr.
André Escaleira es el editor de Denver Catholic y El Pueblo Católico. Nacido en Connecticut, André se mudó a Denver en 2018 para servir como misionero con Christ in the City, donde servió por dos años.
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