Por Jared Staudt
El calendario de festividades en Estados Unidos y muchos países está sorprendentemente lleno de tradiciones católicas: el Día de San Valentín, el Día de San Patricio, la víspera de Todos los Santos, la Navidad y la Pascua. Sin embargo, todas ellas han adquirido vida propia, moldeadas por el consumismo, y hoy en día se parecen poco a sus orígenes católicos. Halloween, en particular, ha tomado elementos tanto de la conmemoración de los Fieles Difuntos como de diversas tradiciones paganas, especialmente del festival celta de Samhain, que marcaba el inicio del invierno y del nuevo año. Más allá de esas raíces paganas, el giro moderno hacia el horror y lo oculto exige una respuesta de los católicos: desterrar cuando sea necesario y bautizar cuando sea posible.
No te puedes escapar de Halloween. Esqueletos gigantes, cuerpos colgando de los árboles y anuncios inquietantes que prometen experiencias salidas del infierno. Durante años, muchos han sostenido que no hay que exagerar: que pedir dulces es divertido y que no está mal considerar la muerte y el mal. Puede sonar razonable, pero esa versión inocente prácticamente ha desaparecido. Cada vez es más evidente que esta celebración se ha convertido en una excusa para que el mal salga de las sombras. Si los celtas creían que los espíritus malignos vagaban libremente esa noche, hoy parece que lo hacen de nuevo.
Exorcistas han advertido a los católicos sobre el peligro de involucrarse con el lado oscuro de Halloween. El padre Francesco Bamonte, presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas (AIE), explicó a ACI Prensa al presentar el libro “El encanto oscuro de Halloween”:
“la reinterpretación consumista de la fiesta celta en Estados Unidos la vació de su contenido de fe y permitió que volviera a ‘enraizarse en la magia, el horror y la muerte, a diferencia del cristianismo’; además de verse ‘hoy estrechamente vinculada a realidades oscuras y sombrías como la brujería y el satanismo’. El exorcista resalta además que marca, para los satanistas, el comienzo del año satánico, lo que lo hace más peligroso. Aunque quienes la celebran ‘no tengan intención de celebrar la brujería y el demonio’, se ponen ‘en comunión con esta corriente espiritual maléfica’ y se hacen ‘más vulnerables a las acciones ordinarias y extraordinarias’ del diablo».
Aunque los católicos a veces se han vestido de demonios en representaciones religiosas o procesiones, lo han hecho para mostrar su sometimiento a Cristo y a los santos. En cambio, recurrir al mal de forma que lo normaliza o glorifica abre la puerta a su influencia. En Estados Unidos, por ejemplo, la brujería está en aumento, y Halloween ha contribuido a presentarla como algo común y aceptable. Vestir a los niños de superhéroes o bailarinas puede ser inofensivo, pero ¿por qué deberían ir a casas decoradas con asesinos en serie? Nada bueno puede surgir de eso.
Los católicos redimen el tiempo y el espacio, y el resurgimiento del mal en esta época del año debería servirnos de llamado a la acción. Podemos recuperar elementos de nuestra propia tradición y aprovechar algunas prácticas actuales para fortalecerla. Algunos aspectos de Halloween pueden vincularse con la celebración de la víspera del Día de los Fieles Difuntos, trasladada de la noche siguiente. Al caer la oscuridad, se tocaban las campanas, se encendían luces en las ventanas para representar a las almas santas y se dejaban alimentos, especialmente panecillos llamados soul cakes (tortas de alma), en su honor. Luego, esos panes se ofrecían a los pobres que iban de casa en casa pidiendo limosna (costumbre conocida como souling). También existía la costumbre de disfrazarse para representar a los santos en las grandes solemnidades, como la de Todos los Santos. Además, los católicos acostumbramos usar signos y símbolos para recordar la muerte, como el cráneo, en el espíritu del memento mori (recuerda que morirás, un lema tradicional en la Iglesia católica).
Todo esto nos da una base suficiente para bautizar, en lugar de desterrar por completo, Halloween: recuperar el día y santificarlo a través de los santos y las almas. Desterramos a satanás y a sus secuaces, junto con todas sus obras vacías, transformando esta festividad secular en un día santo. Muchas parroquias y escuelas ya han avanzado ofreciendo a las familias la oportunidad de celebrar Todos los Santos el 31 de octubre o el 1 de noviembre.
En conclusión, es bueno celebrar la víspera de Todos los Santos. No debemos dejar pasar un día tan importante en la cultura sin iluminarlo con la fe. Hay formas buenas, neutrales y malas de celebrarlo. Es bueno relacionar la víspera con la solemnidad; es neutral pedir dulces en ambientes seguros con disfraces inspirados en la cultura popular; y es malo exponer a los niños a lo que debe evitarse. Debemos desterrar y evitar absolutamente todo lo relacionado con lo oculto, el horror y los temas demoníacos. Más bien, rescatemos las prácticas que apuntan a las almas santas. Los fantasmas existen —las almas de los difuntos—, y no son motivo de burla ni algo macabro. Estamos demasiado desconectados de la muerte y de nuestros seres queridos que han partido. El enfoque de Halloween en la muerte puede transformarse en una oportunidad para llenar un vacío urgente en la vida cristiana actual.



 
                                    
