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«Dios no llama a los perfectos, llama a los dispuestos»: El viaje de fe, familia y renovación de un diácono

Por Caitlin Burm

Respondiendo al llamado

A veces, el llamado de Dios a servir llega como un suave susurro —y casi siempre cuando menos lo esperamos.

Para el diácono Raúl Martínez, ese susurro llegó en uno de los momentos más difíciles de su vida. Lo que comenzó con el dolor del desconsuelo se convirtió en un camino de fe, renovación y servicio —un camino que transformó al diácono Raúl, a su esposa Linda, a su familia y a la comunidad parroquial de St. Theresa, en Frederick.

“No crecí yendo mucho a la iglesia. Cuando mi esposa y yo nos casamos, ella era una fiel asistente a Misa, pero después de mudarnos de nuestra ciudad natal, poco a poco dejamos que el mundo nos envolviera. Caímos en la trampa de pensar que Dios no necesitaba estar en el centro de nuestras vidas, que bastaba con tenerlo al margen ‘por si acaso’”, explicó el diácono.

“Unos cinco años después, todo comenzó a desmoronarse”, añadió. “Mi esposa y yo estábamos al borde del divorcio, y mi cuñado, aún joven, fue diagnosticado con cáncer y falleció. Recuerdo haberme preguntado: ‘¿Qué está pasando? He hecho todo lo que el mundo dice que debo hacer para ser feliz, ¿por qué entonces me siento tan vacío?’”.

En ese momento de desesperación, buscó al padre Hernán Flórez Albarracín, un sacerdote local —una decisión que cambiaría su vida por completo.

“Desde nuestra primera conversación”, recordó el diácono Raúl, “sentí algo que nunca había experimentado: un amor inmenso, una profunda esperanza y una paz que llenó el vacío dentro de mí”.

Compartió que, bajo la guía del padre Hernán, él y su esposa Linda, crecieron en la fe y comenzaron a servir como catequistas, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión y lectores. A través de ese servicio, el diácono Raúl sintió cómo su corazón se acercaba más al Señor de una manera nueva.

“Mientras meditaba en la escritura”, relató, “me encontré con la historia de Isaac diciendo a su padre: ‘Átame, para que no me resista’. Sentí esas palabras profundamente en mi alma, como si Dios me llamara a atarme a él, así como había hecho un pacto con mi esposa. Sentí el llamado a hacer ese mismo pacto con Cristo”.

Así, en el 2015, el diácono Raúl ingresó al proceso de formación diaconal. En ese momento, su familia seguía creciendo: tenían tres hijos de entre 2 y 17 años, y un cuarto en camino. Equilibrar la familia, la formación y el trabajo fue un gran desafío.

“Después de mi primer año, el diácono St. Louis, nuestro formador, tuvo una conversación muy difícil conmigo y discerní que debía salir”, recordó. “Me sentí destrozado y con la sensación de haber defraudado a todos, especialmente a Dios, que había sido tan misericordioso conmigo. Sin embargo, el llamado de Dios no desapareció. Continuó, no en relámpagos ni truenos, sino en un suave susurro”.

“Años después, desperté con un profundo deseo de regresar a la formación”, añadió. “Ese mismo día supe que el diácono St. Louis había fallecido. Realmente creo que fue su último empujón desde el cielo, animándome a responder una vez más al llamado de Dios”.

Servir con un corazón transformado

A través de cada bendición, duda y dificultad, el diácono Raúl ha aprendido que el llamado de Dios es “paciente, persistente y lleno de misericordia”.

“El diaconado no es algo que haces”, reflexionó. “Es algo en lo que te conviertes: una invitación continua a acercarte más a Cristo servidor y permitir que su corazón transforme el tuyo”.

Su ministerio también ha marcado profundamente a su familia. Su hija le dijo alguna vez que su formación le enseñó que la verdadera caridad debe tener sus raíces en el sacrificio personal.

“Ella me vio entregarme incluso cuando el tiempo y la energía eran limitados”, compartió. “Pero también vio cómo esa entrega me transformó”.

El diácono Raúl dijo que su esposa e hijos no solo han apoyado su vocación, sino que también han crecido en su propia fe a través de ella, viendo el servicio como una bendición.

“En el dar, recibimos; y al vaciarnos, Dios nos llena de nuevo”, afirmó.

Dentro de su comunidad parroquial, su ministerio también ha profundizado las relaciones de maneras que nunca imaginó.

“Ya sea sirviendo en el altar, acompañando a parejas que se preparan para el matrimonio, visitando a los enfermos o caminando con familias en duelo, he encontrado a Cristo en cada rostro. El diaconado me ha enseñado a mirar más allá de la superficie, a escuchar más que hablar, a amar más que juzgar y a estar presente donde Cristo es más necesario”.

A través de esta vocación, su fe se ha vuelto más que una creencia: se ha convertido en un modo de vida.

Un “sí” para toda la vida

Aunque no hay dos días iguales, cada uno le ofrece al diácono una nueva oportunidad de encontrarse con Cristo.

“Los fines de semana sirvo en cada Misa, asistiendo en el altar —es verdaderamente el corazón de mi ministerio”, compartió. “Mi mayor alegría es estar en el altar durante la consagración. En ese momento, soy profundamente consciente del privilegio de servir tan cerca del misterio de nuestra salvación”.

Fuera del altar, acompaña a parejas que se preparan para el matrimonio, a padres que se preparan para los sacramentos de sus hijos y a familias que atraviesan momentos de pérdida.

“Mi esposa y yo hemos cargado nuestras propias cruces”, dijo, “y a través de ellas, Dios nos ha dado corazones capaces de comprender el dolor de los demás”.

Añadió que, como diácono, “me siento humildemente agradecido de que Dios me permita servir a su pueblo y compartir sus esperanzas, alegrías, dolores y luchas. Y en todo ello, he aprendido que mientras más me entrego, más me llena Dios de gratitud, fe y gozo.

¿Sientes el llamado a servir?

Para quienes están discerniendo una vocación, el diácono Raúl ofrece un consejo sencillo: “No tengan miedo”, dijo, recordando las palabras de san Juan Pablo II.

“Cuando Dios pone un llamado en tu corazón, suele ser como un susurro —un suave impulso que no desaparece”, señaló. “Dios no llama a los perfectos, llama a los dispuestos”.

Su consejo es empezar poco a poco: orar, escuchar y participar.

“Sirve como lector, como catequista o como voluntario”, dijo. “Deja que Dios te hable en esos momentos”.

Porque, como ha aprendido el diácono Raúl, el llamado a servir rara vez sucede de golpe. Se revela poco a poco —con cada “sí” que se pronuncia con fe.

 

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