Por Pedro Pablo
Clínica católica St. Raphael Counseling
Muchos de nosotros venimos de tierras lejanas buscando una vida mejor para nuestras familias. En nuestro lugar de origen, muchas veces vivimos solamente para sobrevivir y no hay tiempo para pensar en otros aspectos de la vida. Nuestro único enfoque se centra en las necesidades físicas.
Dadas las condiciones de nuestro lugar de origen, con menos recursos y oportunidades, esta forma de vivir se comprende. Sin embargo, ahora vivimos en este país con muchos recursos y oportunidades. Existe la posibilidad de pensar ya no solo en nuestras necesidades físicas, sino también en las espirituales y mentales.
Digo necesidades porque es nuestra obligación ante Dios, ante nuestra familia y ante nosotros mismos, de cuidar nuestra salud física, espiritual y mental. San Pablo en su primera carta a los Corintios nos recuerda que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (6:19). Con mayor razón hay que cuidarnos en todos los ámbitos de la vida. Por eso, este artículo busca explicar la salud mental desde la perspectiva de la fe católica, y mostrar cómo herramientas como la psicología pueden ayudarnos en el camino hacia la sanación.
Cuando llega la tormenta
El libro del Génesis nos recuerda que vivimos en un mundo caído (Génesis 3, 1-24). Hay injusticia, muerte y enfermedad. Vamos por el mundo como un barco naufragando, buscando suspiro y aliento. La cuestión no es si la tormenta va a venir, sino cuándo aparecerá. Y cuando llega, disfrazada de angustia, ansiedad, miedo, enferme dad, pérdida de un ser querido o de un sueño, podemos encontrarnos diciendo, como el salmista: “Desde lo hondo a ti grito, Señor” (Salmo 130, 1).
Como católicos, no somos inmunes a estas realidades de la vida. Tener fe no quiere decir que nada nos va a perturbar. Tener fe es aceptar nuestros límites con humildad y dejarnos sanar por lo que Dios ha puesto a nuestro alcance.
En el libro de Números, los israelitas, mientras vagaban por el desierto, se quejaron de Dios y de Moisés, lo que llevó a Dios a enviar serpientes venenosas a morderlos (Números 21, 4-9). Muchos israelitas fueron mordidos y murieron. El pueblo se arrepintió y le pidió a Moisés que orara por ellos. Dios le ordenó a Moisés que creara una serpiente de bronce y la montara en una asta. Cuando los que fueron mordidos miraron la serpiente de bronce, sanaron.
Este pasaje bíblico suele interpretarse como un presagio de la crucifixión de Jesús y la salvación ofrecida a través de la fe en él. Sin embargo, también se puede interpretar desde una perspectiva psicológica. Darle una interpretación psicológica no significa rechazar las verdades de la fe, sino entender cómo este pasaje se hace presente en nuestra vida cotidiana, especialmente cuando naufragamos en el océano de la vida y nos sentimos lejos de Dios.
La valentía de mirar lo difícil
Desde el punto de vista psicológico, ¿qué nos dice la historia de la serpiente de bronce? En pocas palabras, esta historia bíblica es una poderosa metáfora sobre enfrentar y superar nuestros mayores miedos. Se puede considerar a la serpiente en la asta como símbolo de lo que más tememos —en este caso, las serpientes venenosas— y que el acto de mirarlo, en lugar de evitarlo, nos dará sanación. Es decir, Dios no hizo desaparecer a las serpientes venenosas, sino que mandó a los israelitas a mirar lo que los había mordido para poder sanar.
De forma similar, esta dinámica es el mismo proceso de sanación que se vive en terapia. Uno de los principios fundamentales de la psicología es enfrentar los miedos para superarlos, y que la valentía es un remedio más eficaz que la evasión.
San Juan de la Cruz solía decir: “Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres”.
En otras palabras, a veces debemos hacer lo que más nos cuesta. Si tomamos esta enseñanza junto con la historia de la serpiente de bronce, ¿qué concluimos? Que Dios nos provee muchas herramientas para buscar la sanación. Claro, lo más esencial es la gracia de Dios a través de los sacramentos, como nos enseña la Iglesia. Pero también la psicología puede ser otro medio por el cual Dios obra.
Jesús mismo dijo: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos” (Mateo 7, 21). A veces queremos que Dios actúe conforme a nuestros deseos, pero muchas veces él, como con los israelitas, nos invita a enfrentar lo más difícil. Lo que nos detiene a menudo no es la falta de fe, sino la falta de conocimiento, de recursos, o el orgullo que impide pedir ayuda.
Psicología, fe y ayuda concreta
Una de mis clientas, con una historia y una niñez muy dolorosa, me dijo en nuestra primera sesión de terapia: “Pensé que yo podía sola. Que al orar todo se iba a resolver. Pero me di cuenta de que tengo que buscar ayuda psicológica”. Como ya dijimos, para poder ser sanados tenemos que enfrentar lo que no queremos. Lo más importante es saber que hay ayuda, y lo único que debemos hacer es pedirla.
Entendemos por qué a muchas personas no les gusta buscar ayuda psicológica. Tal vez han escuchado cosas negativas. Algunos incluso han dicho que la psicología es del diablo. Pero es importante recordar que la psicología es el estudio de la mente y el comportamiento humano. Busca comprender, explicar, predecir y mejorar nuestras formas de pensar, sentir y actuar.
Más aún, la Iglesia Católica reconoce el valor de esta ciencia para entender a la persona humana. Dios nos ha dado una mente para pensar. Pero muchas veces nuestra mente se llena de angustias y preocupaciones. Sentimos dolor, ansiedad, alegría, tristeza. Y cuando el dolor es grande, podemos actuar de forma poco saludable o buscar alivio en cosas que no son buenas para nosotros o nuestras familias. Es justo ahí donde la psicología puede ayudar nos a entender el porqué de nuestras acciones, especial mente cuando el dolor o la ansiedad no nos dejan ver con claridad.
Todos experimentamos una variedad de emociones: alegría, tristeza, miedo, ansiedad. Todos experimentamos una variedad de emociones y eso es completamente normal. Dios nos dio emociones por una razón. Si no las tuviéramos, este mundo estaría en tinieblas. Lo importante es aprender a manejarlas con sabiduría, sin avergonzarnos de sentir. Incluso Jesús lloró, amó y se enojó. No estamos solos. Dios nos creó para vivir en comunión con él y con los demás. Por eso, necesitamos a otros, y otros nos necesitan a nosotros.
Dios también sana a través de otros
La buena noticia es que existen psicólogos católicos, profesionales de la salud mental que integran la fe y la razón. Ellos ven a la persona en su totalidad: cuerpo, mente y alma. Saben que fuimos creados por Dios con una dignidad profunda, y por eso ofrecen una atención integral.
Es importante saber que Dios ya nos ha desatado de las cadenas que nos esclavizan, pero a veces somos nosotros los que no queremos soltarlas. Nos aferramos a lo que no nos hace bien, o creemos que lo dañino es normal. Pero Dios nos llama a confiar en él, aunque la ayuda venga de maneras que no esperábamos. Jesús nos invita: “Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo los aliviaré” (Mateo 11, 28).
Claro, no es fácil abrir el corazón a otros, mucho menos a desconocidos. Podemos pensar que seremos juzgados, que nadie nos va a entender. Peor aún, muchos crecimos con la idea de que “lo que pasa en la familia se queda en la familia”, cuando en realidad, todo el vecindario ya lo sabe. Por lo tanto, tengamos la valentía y la humildad de pedir ayuda. Porque solo en la vulnerabilidad y en la confrontación de nuestras heridas podemos sanar, como lo hicieron los israelitas en el desierto.
Solo al ir por donde no queremos ir, seremos lo que no somos, como decía san Juan de la Cruz. Recordemos también las palabras que Nuestra Señora de Guadalupe le dijo a san Juan Diego: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” No tengamos miedo. Dios siempre está listo para ayudarnos, incluso a través de otros.