El pasado 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, el arzobispo de Denver, Samuel J. Aquila, publicó «Acompañando a María al pie de la cruz», una nota pastoral de Cuaresma en la que anunció una novena de nueve años en preparación para el Gran Jubileo de Redención 2033 y un nuevo ícono arquidiocesano titulado «María al pie de la cruz».
En preparación de la Cuaresma y Semana Santa, el arzobispo también reflexionó sobre las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, tal como nos las transmiten las Escrituras. A continuación, te compartimos esta reflexión.
Esta Cuaresma, mientras miramos hacia el Viernes Santo y el Gran Jubileo del 2033, reconocemos que nadie conoce este viaje mejor que la Madre de Jesús. La Colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María captura esto maravillosamente en la introducción a la Misa celebrada bajo el título, “La Santísima Virgen María al pie de la Cruz”. Dice: “La Cuaresma se desarrolla como el viaje de Jesús a la ciudad santa de Jerusalén, lugar de su sacrificio: a medida que avanza, es más frecuente la meditación del misterio de su Pasión. Así también en los corazones de los fieles hay un recuerdo más frecuente de la compasión de Nuestra Señora”. 2
María permaneció al pie de la Cruz mientras Jesús sufría, cargando sobre sí los pecados del mundo, y anticipó el momento en que finalmente daría muerte al pecado al exhalar su último suspiro. Como al comienzo de la vida de Jesús, María “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su interior” (Lucas 2, 19). Ella continúa bendiciendo a la Iglesia cada Cuaresma, compartiendo los tesoros de su corazón desde estas horas al pie de la Cruz. María es un modelo de esperanza, perseverancia y contemplación mientras buscamos comprender y ser transformados por las acciones salvíficas de Jesús.
En esta nota pastoral de Cuaresma, deseo llamar nuestra atención a las siete últimas palabras de Jesús pronunciadas desde la cruz. Los invito a recibirlas con María, para contemplarlas en su corazón con ella, y a estar abiertos a cómo Jesús te llama a prepararte para la celebración del misterio pascual en el Triduo Pascual.
1. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lucas 23, 34).
Jesús intercede por todos los pecadores desde la cruz. Como sumo sacerdote, ofreciéndose a sí mismo como sacrificio, implora la misericordia del Padre y ofrece oraciones de reparación por el pecado. Siguiendo el ejemplo de Jesús, María ofrece oraciones para reparar nuestros pecados y los de los demás. Nosotros, también, estamos llamados a unirnos en estas oraciones para completar de nuestra propia manera “lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1, 24). Durante esta novena, animo vivamente a mis hermanos sacerdotes a ofrecer Misas de reparación.
Como se ha indicado anteriormente, el título “María al pie de la Cruz” es una referencia directa a la advocación de María invocada en la Colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, números 11 y 12. Concretamente, en el número 12, la introducción nos señala el sufrimiento redentor de María y su papel en la reparación del pecado al pie de la Cruz: “Allí no salvó su propia vida cuando su nación fue abatida; soportó los mayores dolores para engendrar a una vida nueva y divina a la familia de la Iglesia… de ahí que los fieles la glorifiquen diciendo: ‘Qué bienaventurada fue la Virgen María en sus sufrimientos: ganó la palma del martirio viviente al pie de la Cruz de su Hijo’”. 3
María sufre con Jesús y reza por todos nosotros. La Iglesia ha seguido invocando a María como partícipe de la misión de su Hijo de reparar el pecado. Por eso, en el avemaría, pedimos a Nuestra Señora: “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. En sus apariciones en Fátima, tanto el ángel como la Santísima Virgen María insistieron en la necesidad de la reparación y enseñaron a los niños a rezar por ella. 4
En cada Misa, durante el rito penitencial, podemos confesar tanto nuestros pecados personales como los del mundo. A menudo, en la Misa, pido perdón por los pecados del mundo que socavan el amor del Padre y la dignidad de la persona humana. Pecados tales como, aunque no limitados a, la falta de fe, esperanza, caridad, confianza en Jesús, para aquellos que promueven la guerra, el genocidio, el asesinato, el aborto, la eutanasia, el tráfico de personas, el tráfico sexual, el tráfico de drogas, el racismo, la transexualidad, la explotación de los pobres y sin hogar, el adulterio, la promoción de actos sexuales fuera del matrimonio de marido y mujer, y muchos otros que solo Jesús conoce.
La necesidad de la obra de reparación del pecado ha sido un tema constante recibido en la oración de mi equipo de intercesión y en mi propia oración. Invito a todos los fieles a ofrecer oraciones de reparación. De manera especial, invito a mis hermanos sacerdotes a ofrecer estas Misas de la Santísima Virgen María al pie de la Cruz por la reparación de los pecados en los días feriales y sábados de estos nueve años, así como Misas por el perdón de los Pecados en el Misal Romano, hasta el Jubileo de 2033.
Animo a todos los fieles a unirse a nuestro esfuerzo de reparación. Ofrezco cuatro opciones sencillas para participar:
- Averigua cuándo celebrará tu parroquia las Misas a María mencionadas y asiste a Misa.
- Reza la coronilla del divino rostro de Jesús, que hemos promovido durante todo el Avivamiento Eucarístico.
- Reza el rosario, especialmente los misterios dolorosos de los martes y viernes.
- Ofrece diariamente conscientemente toda buena obra para honra y gloria del Padre por caridad.
2. Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre (Juan 19, 26-27).
Al pie de la cruz y por mandato del Señor Jesús, el apóstol Juan recibió a María en su casa como madre. Juan representaba en aquel momento a toda la Iglesia, y todos nosotros recibimos el don divino de tener a María como madre. Mientras contemplamos la pasión de Jesús, este es un momento para recibir de nuevo el don del cuidado maternal de María por cada uno de nosotros. María es nuestra Madre, que nos ama y quiere acercarnos a su Hijo Jesús, al Padre y al Espíritu Santo. Su tierno amor por la humanidad se manifiesta en sus apariciones a lo largo de los siglos.
María no solo es una madre para nosotros por la forma en que nos cuida, protege y nutre. Ella es también la madre de nuestra salvación y vida de gracia. Dios la eligió para recibir la semilla de su palabra, que se convertiría en la gran vid de Juan 15, que da vida eterna y da fruto a través de todos los que permanecen en él, manteniendo los ojos y el corazón fijos en Jesús. Estar injertado en la vid es nacer del seno de María, que es nuestra madre.
3. Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23, 43).
María vio cómo Jesús prometía a un ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Hay un gran contraste entre el ladrón, cuyos crímenes merecieron el castigo de la muerte, y la Virgen Inmaculada, que ni una sola vez ha estado fuera de la plena gracia de Dios. Sin embargo, María no se resiente por la recompensa prometida al ladrón por su hijo. De hecho, se regocija en ello. Más allá de regocijarse, María, ahora la madre de todos, participa en la misión de Jesús al adoptar espiritualmente a los ladrones e incluso a los pecadores responsables de la ejecución de su hijo.
María es una mujer llena de esperanza. La verdadera esperanza cambia nuestros corazones para que nuestros deseos se conviertan en los deseos de Dios, y nos convirtamos en las personas que Dios nos creó para ser. No hay nada que María deseara más en aquel momento que el cumplimiento de la voluntad del Padre para el ladrón y para ella misma. María participa ahora de la plenitud de la resurrección en su asunción al cielo.
Nuestro actual Jubileo del 2025 es un Jubileo de Esperanza. Pidamos a María que nos cambie al pie de la cruz para ser hombres y mujeres de esperanza. Sabremos que estamos creciendo en esperanza cuando deseemos el verdadero bien para nuestros enemigos, no su destrucción o humillación. Crecer en la esperanza es un proceso estrechamente ligado al perdón y a la misericordia.
Llegué a una conciencia más profunda de la relación entre esperanza, perdón y misericordia en una reciente visita al campo de exterminio de Auschwitz, donde me familiaricé con la historia de Rudolf Höss. Rudolf Höss es famoso sobre todo por haber sido comandante de Auschwitz. Antes sirvió en la Primera Guerra Mundial y, tras la derrota de Alemania, se afilió al partido nazi cuando tenía 21 años. Al mismo tiempo, renunció a la fe católica con la que creció. Con el tiempo, se convirtió en miembro de la SS y obtuvo un puesto de gran responsabilidad.
Tras la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial, Höss fue capturado y juzgado por crímenes de guerra. En su testimonio, estimó que había supervisado el asesinato en masa de unos tres millones de personas en el campo de exterminio.5 Fue condenado a morir en la horca. Tras su sentencia, Höss pidió hablar con un sacerdote. Les resultó difícil encontrar un sacerdote que aceptara confesar a un hombre que había cometido crímenes tan atroces. Höss había encarcelado y asesinado a varios sacerdotes en Auschwitz, entre ellos a san Maximiliano Kolbe. Pero recordaba el nombre de un sacerdote jesuita en particular que se había colado en el campo para estar con sus hermanos jesuitas que habían sido encarcelados. Höss quedó tan impresionado con el valor del sacerdote para colarse en Auschwitz que lo liberó y lo envió lejos. 6 Pidió que se convocara a ese sacerdote para escuchar su confesión.
El padre Władysław Lohn fue encontrado en Cracovia rezando en el Santuario de la Divina Misericordia. 7 Al oír la petición, el padre Lohn viajó a la prisión y escuchó la confesión de Rudolf Höss. Entre la confesión de Rudolf Höss y su ejecución, escribió cartas a su esposa y a la nación de Polonia arrepintiéndose de sus actos, admitiendo que se había equivocado al comprometerse con la ideología nazi y profesando que había vuelto a encontrar su fe y que Dios le había perdonado.
El día de la muerte de Rudolf Höss, éste esperaba su ejecución en una celda de Auschwitz. Era la misma celda donde retuvo y mató de hambre a san Maximiliano Kolbe. Desde esa misma celda, es probable que san Maximiliano rezara por la conversión de Rudolf Höss.
Una cosa queda clara a través de la historia de conversión de Höss: ningún pecado está demasiado lejos del alcance de la misericordia de Dios. Jesús nos ofrece desde la cruz la esperanza de que se cumpla su misión y su plan de salvación. María es el ejemplo vivo del cumplimiento del plan de Dios. En cada aparición, vemos a un ser humano enamorado de la Trinidad que, por la gracia y la caridad, vive en el paraíso con Jesús. Esto también es real para nosotros. El sacrificio de Jesús en la cruz nos ha abierto el camino y nos ha dado todas las oportunidades para arrepentirnos, creer y seguirle al cielo.
4. ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? (Mateo 27, 46).
Al estar junto a María, vemos cómo su corazón fue traspasado en cumplimiento de la profecía de Simeón (Lucas 2, 35). Hay momentos en los que María se sintió abandonada. Todos, como humanos, nos sentimos desamparados o abandonados en algún momento, pero confiamos en la esperanza de que el Señor está con nosotros (Salmo 22). Debemos recordar que el sentimiento de abandono de María se debe a su decisión de alinear su vida completamente con su hijo Jesús. Comparte el sufrimiento de Jesús, que carga con el pecado del mundo. Al meditar sobre estas palabras de Jesús, recordamos el costo del discipulado.
Aunque los falsos profetas y maestros nos dirían que la vida con Cristo traerá salud y riqueza, sabemos que seguir a Jesús nos lleva a un lugar: la cruz. Jesús enseñó: “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes. Si han guardado mi palabra, también la suya guardarán. Pero todo esto lo harán a causa de mi persona, porque no conocen al que me ha enviado” (Juan 15, 20-21).
Es solo en y a través de la cruz que entramos en el cielo. María nos lo muestra con su ejemplo al pie de la cruz. Debemos ofrecer nuestras vidas al Padre como Jesús ofreció la suya, “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15, 13). En cada Misa celebramos esta verdad. Al unir nuestras vidas a la de Jesús en el único sacrificio de la cruz, hecho presente en la santa Misa, el misterio pascual se realiza personalmente para cada uno de nosotros. En este año del jubileo, dejemos que nuestra esperanza en el triunfo de la cruz supere nuestro miedo a los desafíos y sufrimientos que conlleva ser discípulo de Jesús. Aunque nos sintamos abandonados, Dios está con nosotros como lo ha prometido: “Yo estaré con ustedes día tras día, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
5. Tengo sed. (Juan 19, 28).
Entendemos, como las Misioneras de la Caridad, que cuando Jesús dice, “Tengo sed”, tiene sed de almas. Tiene sed de nosotros y de todo ser humano. En la Carta a los Hebreos leemos que Jesús “en vista del gozo que se le proponía, soportó la cruz” (Hebreos 12, 2). Nosotros somos ese gozo. Jesús anhelaba el día en que estaríamos con él en el paraíso, y lo expresa con estas dos sencillas palabras: “Tengo sed”.
María comparte esa sed de almas cuando está al pie de la cruz con Jesús. Lo sabemos por todas sus apariciones. De modo particular, reconozco en la aparición de María a san Juan Diego su sed de almas. Mientras millones de personas se alejaban de la Iglesia católica en toda Europa durante la Reforma Protestante, María intervino en las afueras de Ciudad de México para llevar el evangelio a unos 9 millones de aztecas que, de otro modo, no habrían podido entender a Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre. Como he mencionado antes, María también se apareció en Fátima para llevar el mensaje del evangelio al mundo en tiempos de guerra. Realizó el milagro más reconocido públicamente de la historia con el Milagro del Sol. Su sed es que nos arrepintamos de verdad, dejemos atrás nuestros pecados, recibamos personalmente el amor eterno del Padre por cada uno de nosotros y creamos en su hijo Jesucristo.
¡Te animo a meditar sobre esta palabra con María! ¿Crees en lo más profundo de tu corazón que el Padre, Jesús y el Espíritu Santo tienen sed de ti personalmente, tal como eres? ¿Crees que desean transformarte en una nueva creación a través de su amor eterno? ¿Dejarás atrás todas las mentiras y el odio a ti mismo que has creído al escuchar la voz del diablo y del mundo en lugar de la voz de Dios?
6. “Todo está cumplido” (Juan 19, 30)
Jesús cumple todas las promesas y obras. Al pie de la cruz, María puede presenciar el cumplimiento de todo lo anunciado por el ángel Gabriel en la Anunciación. Además, María participa en el cumplimiento de las promesas que Dios le hizo. Ahora es momento de recordar que las palabras de Jesús son verdaderas y que todas sus promesas se cumplirán.
Pensemos hasta dónde está dispuesto a llegar Jesús para que se cumplan el plan y las promesas de Dios. Recordemos y meditemos las promesas que Dios nos ha hecho a lo largo de las escrituras. La cantidad de sus promesas es realmente maravillosa. ¿Tomamos en serio sus promesas y, lo que es más importante, creemos en ellas? Cuando reconozcamos los obstáculos o luchemos con el tiempo, entreguemos todo de nuevo a Jesús. Dios conoce los planes que tiene para nosotros (Jeremías 29, 11), y sus buenos planes llegarán a buen puerto. Como ya lo he hecho muchas veces, y seguiré recomendado, reza la novena de la Entrega con regularidad para que puedas entregar personalmente todo lo que hay en tu vida a Jesús.
7. Padre, en tus manos pongo mi espíritu. (Lucas 23, 46).
Con Jesús, María pone su sufrimiento en las manos del Padre. Para Jesús, es un gesto de total obediencia al Padre. San Pablo enseña: “Así como por la desobediencia de una persona todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán constituido justos” (Romanos 5, 19). La obediencia de Jesús es la causa de nuestra salvación.
María es obediente al Espíritu Santo. Al ver a Jesús entregar por completo su espíritu al Padre, ella se ofrece por completo junto con él. María nos muestra una entrega total a la Divina Providencia, al plan de Dios y no a su propio plan. Ya sea que se trate de sufrimientos o de placeres, de penurias o de momentos de júbilo, María está completamente entregada con su hijo.
María es nuestro ejemplo de cómo responder a la cruz de Cristo. Solo hay una opción adecuada: entregar toda nuestra vida a Jesús y en las manos del Padre. ¡El Padre de Jesús es nuestro Padre! Recibamos eso como María, y acudamos a María en busca de la fuerza y la humildad para entregarnos al plan de Dios y dejarlo todo atrás.