Cuando el Papa Francisco habla de ir a las “periferias existenciales” se refiere a que la Iglesia debe estar en constante salida. Una actitud autorreferencial y replegada puede asfixiar la fe misma porque le quita aquello que le da mayor vitalidad: el poder compartir con los demás la alegría de encontrar a Dios, ese “tesoro escondido” que a muchas personas nos ha hecho cambiar el rumbo de nuestras vidas.
El padre José Gabriel, más conocido como “El Cura” Brochero, (1840 – 1914) supo ir y llevar ese mensaje de amor a las periferias. Él fue proclamado el pasado 16 de octubre como primer santo que nació, vivió y murió en Argentina.
¿Qué hizo que este hombre fuera el primero de su país en llegar a los altares? La preocupación tanto social como espiritual por su pueblo. Algo que lo hizo capaz de llevar el Evangelio a zonas inhóspitas yendo a caballo o mula.
Su celo apostólico tenía también una dimensión social y por ello se empeñó en emprender la construcción de iglesias, escuelas y caminos que permitieran una mejor comunicación y desarrollo de sus compatriotas.
Participó además en la construcción de un ramal ferroviario para sacar a muchas personas de la condición de pobreza y aislamiento donde, decía él, se encontraban “abandonados por todos, pero no por Dios”.
Valoraba mucho los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola los cuales, como su nombre lo indica, consisten en ejercicios para examinar la conciencia, tener momentos de oración y detectar todos aquellos vicios que están impidiendo avanzar en el camino cristiano para buscar así cumplir de la mejor manera la voluntad de Dios.
Tenía la osadía de recorrer, en ocasiones, 200 kilómetros para llevar a veces tandas de hasta 500 hombres y mujeres a Córdoba para realizar estos Ejercicios Espirituales. Esto significaba tres días a lomo de mula en grandes caravanas que en ocasiones enfrentaron fuertes tormentas de lluvia y nieve. Ni las condiciones climáticas ni la falta de recursos detenían el ímpetu evangelizador de este nuevo santo. Muchos de quienes realizaban estos ejercicios regresaban a sus casas con una fe más fortalecida y como consecuencia, viviendo una vida más recta. El cambio de vida que experimentaban muchos fieles trajo incluso consecuencias positivas en el desarrollo económico de la zona.
En 1877 inauguró una casa para ejercicios espirituales por la que pasaron 40 mil personas. Iba a visitar a los leprosos y por ello contrajo esta enfermedad de la cual murió en 1914. Su amor por estas personas enfermas y rechazadas lo hicieron ofrecer su vida y morir como cualquiera de ellos.
Este nuevo santo latinoamericano enseña que la caridad debe ser motor que impulse a las personas a salir de sí mismas y a ser capaces incluso de entregar la vida por los demás. Él eso lo tenía tan claro que una vez dijo: “El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”.
Publicado originalmente en http://www.elcolombiano.com