Desde su infancia, Carlos Escobedo, originario de Torreón, Coahuila, fue marcado por una profunda fe católica que cultivó en él un amor profundo por Dios.
Padre de cuatro hijos y orgulloso abuelo de tres, hoy ha aprendido que la vida con Dios no siempre es fácil, pero siempre es transformadora.
Ese camino de transformación comenzó muchos años atrás, durante sus años en una preparatoria católica, donde tuvo su primer encuentro personal con Dios. Sin embargo, como muchos jóvenes, poco a poco fue dejando a un lado su relación con Dios para enfocarse en sus estudios profesionales.
Tras concluir la preparatoria, Carlos se preparó profesionalmente y obtuvo un título universitario en derecho. Su éxito profesional parecía sólido y duradero, pero Dios tenía otros planes para su vida.
Del éxito profesional al llamado divino
En 1999, justo cuando parecía haber alcanzado la cima del éxito, Carlos planeó un viaje de tres meses a los Estados Unidos, con la intención de trabajar y luego regresar a México para continuar su carrera como abogado. Sin embargo, una hermosa casualidad cambió sus planes cuando conoció a su ahora esposa Gaby, con quien decidió formar una familia en este país.

Pero el cambio no fue fácil. Ante esta nueva realidad, Carlos enfrentó múltiples retos, incluyendo dejar de lado su experiencia en trabajos de oficina para asumir labores físicas por primera vez.
“Mi primer gran reto fueron los cambios tan drásticos de lo que yo hacía. De estar frente a un escritorio y aquí trabajar físicamente”, compartió con El Pueblo Católico.
Comenzó trabajando como panadero, un oficio que, además de brindarle estabilidad en ese momento, le dejó grandes enseñanzas.
“Me encantaba trabajar en eso. Fue algo que fortaleció mi fe”, recordó. “Dios me iba quitando cosas, pero me iba dando otras. Me estaba quitando la soberbia, me estaba quitando la ceguera de los ojos y me estaba abriendo los ojos a una vida con él”.
Como buen abogado en México, su objetivo siempre fue ganar cada demanda y caso que defendía. En EE. UU., su realidad era otra.
“Una de las grandes enseñanzas de Dios fue el aprender a perder. Aprender a perder con amor, tomar mi cruz de cada día y negarme a muchas cosas … Dios me iba moldeando y me iba dando una nueva forma que él quería y él quiere que yo tenga”, aseguró.
Carlos recuerda que, a pesar de su carrera, en México vivía en desesperación pues había puesto su esperanza en el dinero y la posición social. Sin embargo, al comenzar de cero en otro país, sin nada material, descubrió algo maravilloso: “Era poner mi veleta al viento de Cristo. Y empecé a ver la vida de una manera muy bonita”.
Con el tiempo, Carlos y Gaby comenzaron a involucrarse en grupos de oración, la Renovación Carismática, y más recientemente en el Movimiento Familiar Cristiano, donde sirvieron durante casi 11 años.
Cuando el sufrimiento se convierte en camino
En el 2012, tras meses de incertidumbre y estudios médicos, Carlos fue diagnosticado con trastorno del espectro de la neuromielitis óptica (NMOSD, por sus siglas en inglés), un trastorno autoinmunitario poco frecuente que afecta principalmente el sistema nervioso central, en especial los nervios ópticos y la médula espinal.

Aunque al principio intentó aguantarse los síntomas para no preocupar a su familia, eventualmente terminó en una sala de emergencias debido a los intensos dolores en sus piernas y brazos. En medio del sufrimiento, Carlos recuerda haber ofrecido su dolor a Dios por su familia.
“Me llegaban los ataques y me retorcía en la silla de ruedas. Llorando de dolor volteaba hacia el techo, sonreía y decía ‘Jesús, esta sonrisa es para ti’”, recordó conmocionado.
Varios meses transcurrieron entre exámenes médicos, hospitalizaciones y la incertidumbre de un diagnóstico claro. Pese al dolor que atravesaba, Carlos seguía orando y confiando plenamente en el plan amoroso del Señor. Durante su estancia en el hospital, un amigo sacerdote comenzó a enviarle personas de su parroquia para que Carlos evangelizara. Aunque al principio sintió cierto escepticismo ante la idea, decidió una vez más entregarse a Dios y ofrecerle su servicio, incluso desde su fragilidad.
“A partir de ahí empecé a evangelizar a las personas que iban al hospital, empecé a hablarles de quién era Dios y qué es lo que hace por nosotros. Y parece ser que Dios quiere que siga así”, expresó.
Con una enfermedad incurable, aunque tratable, los médicos le dieron a Carlos un promedio de vida de seis meses, debido al grave deterioro que su cuerpo había sufrido. Además, la enfermedad lo dejó en silla de ruedas, provocó la pérdida total de la vista en el ojo derecho y redujo su visión en el izquierdo a un 80 %.
Pero los planes de Dios van más allá de la ciencia y de los humanos. Carlos no solo sigue con vida, sino que un año y medio después del diagnóstico, comenzó a recuperar movilidad. Gradualmente pasó de la silla de ruedas a un andador, y más tarde a caminar con un bastón que lo acompañó durante diez años.
Un milagro de fe renovada
En septiembre de 2023, Carlos recuerda con claridad cómo, después de rezar el rosario junto a su esposa, comenzó a tener sensaciones en su cuerpo que no había experimentado en mucho tiempo. Ambos se quedaron dormidos después de rezar, y durante el sueño, tuvo una experiencia profunda: soñó que la Virgen lo sanaba.
Semanas después, durante un fin de semana de formación en el seminario, y confiando plenamente en que había sido sanado por intercesión de la Virgen, tomó la valiente decisión de caminar sin bastón para recibir la Eucaristía durante la Misa.
“Parte de esto también me ayudó muchísimo a acrecentar mi fe”, dijo.

A pesar de que en cada visita al neurólogo se le recuerda que la enfermedad sigue presente y que en cualquier momento puede surgir otra crisis que afecte los pulmones y el corazón, Carlos ve cada amanecer como “una carta de amor que Dios me manda a diario”.
Desde aquel diagnóstico, Carlos se ha dedicado a llevar la Palabra de Dios a ministerios, ofreciendo consuelo y esperanza a grupos de oración, ministerios y a todo lugar donde el Señor lo llama a servir.
Hace tres años, luego de asistir a un retiro de discernimiento vocacional, Carlos decidió comenzar su formación para convertirse en diácono.
“Tengo muy claro que mi vocación es para amar, para servir y dar la vida por los demás. Si Dios permite que sea ordenado, seré muy feliz; pero soy más feliz por lo que tengo hoy, que soy un simple candidato a diácono en formación y puedo ayudar a las personas con las necesidades que tengan. … Es así como encuentro un gran sentido a mi vida”, agregó.
Una vida de fe y entrega
Hoy, Carlos ve hacia atrás con la certeza de que todas sus vivencias han tenido un gran propósito, para gloria de Dios. Y sin duda, su esposa Gaby y sus hijos han sido parte fundamental en ese caminar.
“Ella me ha enseñado lo que es la entrega total. Son tantas las veces que tengo que estar fuera de casa, ayudando a las personas o en formación los fines de semana. Dentro del gran amor que ella me tiene, existe la alegría y la paciencia. ¿Cómo no dar mi vida, si tengo el mejor ejemplo de amor en mi esposa?”, expresó con gratitud.
Para Carlos, el servicio va más allá de una tarea.
“Para mí, el servicio es entregar la vida por los demás, entregar hasta la última gota de sangre, sea quien sea. Todo esto me ha servido para prepararme y formarme como servidor. No solamente se trata de la misión, sino de la actitud”, compartió.
“Este es el primer día de mi vida. Este es el último día de mi vida. Este es el día más importante en mi vida. Dios me apremia, me empuja y me dice que tengo que vivirlo como se debe: con amor, amando a las personas y haciendo lo que implica el amor, entregar la vida por las demás personas”, concluyó Carlos, compartiendo esta frase que se ha convertido en su lema de vida.