Por Laura Becerra
Coordinadora de la Pastoral Juvenil, arquidiócesis de Denver
Hay muchos jóvenes que viven con miedo y ansiedad. Estos pueden ser causados por diferentes situaciones, pero, en el fondo, puede esconderse una sensación de que su existencia quizás no es de mucha importancia en el mundo.
El pánico se apodera de nosotros cuando contemplamos el peor caso posible: que tal vez, sólo tal vez, no le importamos a Dios.
Cuando vivimos desde la creencia de que no importamos, empezamos a perdernos. Olvidamos quiénes somos y perdemos de vista el sentido y el propósito de nuestras vidas.
Muchos jóvenes han perdido la fe en Dios y ahora buscan el sentido de la vida en otras cosas, lejos de aquel que dio a su vida el mismo sentido que buscan.
El arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gómez, en su carta pastoral titulada «Ustedes Nacieron para Cosas más Grandes», nos pregunta: “¿Estamos realmente mejor si vivimos sin Dios, como si él no existiera y como si pudiéramos sustituirlo con nuestra ciencia y tecnología, con nuestras propias invenciones y dispositivos? ¿Acaso el satisfacer nuestras necesidades y deseos, el placer material y la comodidad corporal —sentirnos bien, tener los productos adecuados y un flujo constante de entretenimientos estimulantes—, acaso es esto lo que proporciona una vida feliz y significativa? ¿O hay algo más?” (#5).
Jóven, ¡hay algo más!
Hay mucho más. Lo sabemos. Podemos sentirlo – el anhelo de nuestro corazón, de nuestra alma, por algo más grande que nosotros mismos. Proviene de nuestra verdadera identidad como hijos amados de Dios.
TÚ eres un hijo amado, una hija amada de Dios, creado a su imagen y semejanza, ¡a diferencia de cualquier otra cosa en toda la creación! Esta identidad es fundamental para nuestras vidas; nunca debemos olvidarla.
De nuevo, de la carta pastoral del arzobispo Gómez: “En el siglo IV, san Gregorio, obispo de Niza, escribió estas tremendas palabras: ‘Oh hombre, ¡no desprecies lo que es admirable en ti! Tú eres poca cosa a tus propios ojos, ¡pero yo te quiero enseñar que en realidad eres una gran cosa! … ¡Date cuenta de lo que eres! ¡Considera tu dignidad real! Los cielos no han sido hechos a imagen de Dios como tú lo has sido; ni la luna, ni el sol, ni nada de lo que se puede ver en la creación. … Date cuenta de que, de todo lo que existe, no hay nada que pueda contener tu grandeza’” (#12).
Muchas veces, sin embargo, nos cuesta ver nuestra grandeza, nuestro valor o el de cualquier otra persona cuando somos testigos del sufrimiento en el mundo. Jesús nos dijo antes de su muerte en la cruz: «En el mundo tienen tribulación…». Nos dio esta advertencia para que no nos tomara por sorpresa. No se detuvo ahí, animándonos: «… pero confíen, Yo he vencido al mundo» (Jn 16:33).
El arzobispo Gómez nuevamente nos ofrece esto de su carta pastoral: “El sufrimiento y las injusticias que experimentamos en la creación son un llamado al servicio y a la empatía. Cuando los inocentes claman a Dios en su sufrimiento, nosotros somos la respuesta que Dios provee para ellos. Estamos llamados a ser su voz compasiva, sus manos amorosas y serviciales. ¡Mientras haya cristianos en la tierra, nadie tendría que sufrir solo!” (#22).
Cuando somos testigos del sufrimiento, es ahí donde viene nuestro llamado a ser la respuesta, y no una razón para sentirnos derrotados. Estamos llamados a ser las manos y los pies de Jesús y a caminar con los demás. Debemos pedir al Señor el valor y la gracia para poder hacerlo.
Como hijos e hijas, nuestro Padre tiene un plan para nuestras vidas. Ha revelado su amor por nosotros, al permitir que su hijo muriera en la cruz, y ahora debemos responder a este gran amor.
¿Cómo responderás?
El primer paso es mantener una relación con Dios. Haz de Dios la fuente de tu vida, de toda tu fuerza y alegría. Conócelo y comparte tu vida con él, cada parte de ella. Puedes hacerlo a través de la oración diaria, pasando tiempo con Jesús Sacramentado y frecuentando el sacramento de la reconciliación.
Considera también la vocación a la que Dios te llama. La llamada universal a la santidad es para todos, pero él nos llama a cada uno de nosotros a servir a nuestra misión de diferentes maneras. Mantente abierto al llamado del Señor en tu vida.
Protege tu corazón de la mentira de que no importas. Es una mentira destinada a paralizarte, a mantenerte viviendo en la mediocridad.
Dios no te ha creado para nada… ¡tu naciste para cosas más grandes! No te ha dado un deseo que no pueda realizarse. Al contrario, como dijo san Gregorio: «¡Date cuenta de lo que eres!». Date cuenta de que tu importas, y cambiarás el mundo.