“Tengo un regalo para ustedes”, dijo la Madre Teresa de Calcuta, durante su visita a Denver en 1989. “Les estaré enviando a mis hermanas”.
Era el inicio de la comunidad de las Misioneras de la Caridad en esta arquidiócesis hace 25 años, en enero de 1990.
Por ello, el arzobispo de Denver, monseñor Samuel Aquila, presidió una misa de acción de gracias en la parroquia Saint Joseph, el pasado 27 de enero.
Durante la homilía, monseñor Aquila tomó las palabras del evangelio de ese día, en el que Jesús dijo a sus discípulos: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Mc. 3, 35.
“Estoy seguro de que la Madre Teresa cuando fundó la orden no tenía idea de que iba a ir por el todo el mundo, pero siguió la voluntad del Padre y por ello su obra dio grandes frutos”, dijo el Arzobispo, quien recordó que “no son nuestros frutos sino los frutos de Jesús” pues a lo mejor, al fundar las Misioneras de la Caridad, la Madre Teresa “ni siquiera sabía dónde quedaba Colorado”, pero si somos discípulos de Jesús “eso es lo que debemos hacer: Su voluntad y no la nuestra”.
Darle hogar a quien no lo tienen
Hoy, cuatro hermanas, procedentes todas de la India, se encargan de extender la obra de la Madre Teresa en esta arquidiócesis. Ellas son: Damascene, Manju, Chandrika y Vincenz. Tienen su comunidad al costado de la parroquia de Saint Joseph, en la calle Galápago con la avenida sexta, muy cerca al Centro de Denver.
Allí se encargan de un hogar para mujeres sin techo ni familia. Las mujeres van por un período que comprende entre uno y tres meses.
Las Misioneras de la Caridad buscan ofrecerles, además de casa y comida, un espacio y un ambiente de familia para compartir y para hacerles ver su dignidad. “Muchas de ellas siguen después con la misma vida pero otras, al salir, tienen un gran cambio. Encuentran trabajo y también un apartamento donde vivir. Ellas lo aprecian mucho y vienen contentas a visitarnos. Cada año tenemos unas 100 admisiones”, dijo la hermana Damascene, superiora de las Misioneras de la Caridad en Denver, en entrevista con El Pueblo Católico y Denver Catholic.
Servicio en la arquidiócesis
Además de atender un hogar para mujeres sin techo, las Misioneras de la Caridad visitan una vez por semana la cárcel de Denver para darles una voz de aliento y esperanza a quienes están privados de la libertad. También visitan dos centros de salud. Les llevan la comunión a los enfermos y una vez al mes van con un sacerdote para que les celebre misa.
“Lo más importante es estar con ellos, escucharlos”, dijo la hermana Damascene. “Ellos tienen muchos sufrimientos que quieren compartir. Nosotros ofrecemos estas necesidades en nuestra oración”, agregó la religiosa.
Las hermanas atienden a todo tipo de personas, independientemente de su fe. “Nosotros los recibimos y entendemos que lo que hacemos con ellos, lo estamos haciendo con Jesús”, asegura la hermana Damascene.
Acción acompañada de oración
Además de las actividades que realizan, las Misioneras de la Caridad dedican cuatro horas diarias a la oración. Desde las laudes, oración de la mañana, hasta las completas, oración de la noche; pasando por la misa diaria, una hora de adoración eucarística, la lectura espiritual, el rosario y un momento de oración al medio día. “De otra manera no podríamos hacer el trabajo que hacemos”, asegura la hermana Damascene. “Sin oración no podríamos ver a Jesús en el otro”.
Las Misioneras de la Caridad, además de los votos de obediencia, pobreza y celibato, hacen un cuarto voto que es el de prestar libremente un servicio con todo el corazón a los más pobres entre los pobres. En Denver, ellos son los presos, los enfermos y aquellas personas que experimentan una gran soledad, sin una familia ni un lugar dónde vivir.
Esta congregación cuenta con 5100 religiosas profesas alrededor del mundo. La presencia de estas cuatro hermanas en Denver le recuerda a sus habitantes una sabia frase, dicha por la Madre Teresa: “Hay una cosa muy bonita: compartir la alegría de amar. Amarnos los unos a los otros. Amar hasta el dolor”.