Por el diácono-doctor John Volk, M.D.
Existe un viejo dicho: “No ensayes para las malas noticias”. Aunque puede ser un buen consejo, a veces es prudente conversar con los seres queridos sobre cómo afrontar las decisiones médicas en la vejez y en el final de la vida. En mi experiencia como médico de familia, muchas veces las enfermedades surgen de manera repentina y los pacientes o sus familias deben tomar decisiones con rapidez. Esto puede ser difícil cuando se intenta considerar la edad del ser querido, su estado de salud y su fe católica. He visto casos en que la persona ya no puede tomar decisiones por sí misma y la familia no logra ponerse de acuerdo sobre qué hacer. También he tenido pacientes que terminaron conectados a respiradores artificiales cuando ni ellos ni sus familias querían eso.
Tener la conversación
Afortunadamente, existen herramientas como las directrices anticipadas, el poder notarial para decisiones médicas, los testamentos vitales, las órdenes de reanimación (DNR o RCP) y otros documentos similares que pueden facilitar la planificación de estas situaciones. La pregunta es: ¿cómo ilumina nuestra fe católica estas decisiones? Y, además ¿la persona que designe para decidir por mí tomará en cuenta mi fe?
Por eso es sabio tener estas conversaciones de antemano, cuando el mar aún está en calma.
¿Qué es una “muerte natural”?
Conocemos bien la exhortación: “Respetar la vida desde la concepción hasta la muerte natural”. Pero la medicina moderna ha vuelto más difuso el concepto de “muerte natural”. Tratamientos como la reanimación cardiopulmonar (RCP), los marcapasos, los respiradores, la diálisis, la quimioterapia, las cirugías y muchos otros pueden retrasar o impedir la muerte natural. La cuestión es: moralmente hablando, ¿cuáles de estos tratamientos son obligatorios y cuáles son opcionales?
Tratamientos ordinarios y extraordinarios
La Iglesia nos ofrece una guía sabia y hermosa respecto a esta cuestión. Enseña que “uno está obligado a usar los medios ordinarios para conservar la vida”. Es decir, la vida es un don que debemos valorar y preservar. Aunque el suicidio asistido sea legal en algunos lugares incluso en Colorado, yo no puedo elegir voluntariamente terminar con mi vida.
La Iglesia también enseña que “se puede renunciar a los medios extraordinarios para conservar la vida”. En otras palabras, si el tratamiento que se ofrece es extraordinario, moralmente puedo rechazarlo.
La pregunta obvia es: ¿qué tratamientos son ordinarios y cuáles extraordinarios?
Curiosamente, no existe una lista. Para determinar si un tratamiento es ordinario o extraordinario, el paciente (o su representante) debe sopesar el beneficio del tratamiento propuesto frente a su carga. Imaginemos una balanza: de un lado está el beneficio del tratamiento y del otro, su carga. Si el beneficio supera la carga, el tratamiento se considera ordinario y debe aceptarse. Pero si la carga supera el beneficio, se considera extraordinario y puede rechazarse moralmente.
Como se puede imaginar, esta valoración varía según la edad, la salud y el curso de la enfermedad de cada persona.
Por ejemplo, una persona de 85 años en buen estado de salud, a quien se le propone una cirugía de bajo riesgo para curar un cáncer, puede considerar el tratamiento como ordinario y aceptarlo. En cambio, el representante de un padre de 90 años con Alzheimer avanzado podría considerar un marcapasos como extraordinario y decidir no aplicarlo. Las circunstancias son cambiantes, por eso la Iglesia recomienda prudencia con formularios que intentan “predecir el futuro”, como los documentos MOST o POLST, e incluso los testamentos vitales. Es más prudente designar un representante que pueda tomar decisiones en tiempo real conforme las situaciones evolucionen.
Cuestiones espirituales
Como médico y diácono, he tenido el privilegio de acompañar a pacientes y feligreses durante sus últimos días y semanas de vida. Además de los aspectos morales, surgen cuestiones espirituales muy importantes en esos momentos. Es un tiempo valioso para el alma.
Hay un trabajo interior que realizar en este capítulo final de la vida. Recibir los sacramentos, especialmente la unción de los enfermos y la Eucaristía como viático (el “alimento para el camino”), es una preparación espiritual esencial para nuestro encuentro definitivo con el Señor. También es un tiempo propicio para conversaciones importantes. Palabras como “te amo”, “gracias”, “estoy orgulloso de ti” y “perdóname” son regalos invaluables que podemos ofrecer a quienes amamos.
A medida que avanza el proceso de morir, es común que se administren medicamentos para controlar el dolor y la ansiedad, los cuales también pueden causar somnolencia. Es posible expresar el deseo de equilibrar el alivio del dolor con la conciencia, en la medida de lo posible. El hospicio católico Emmaus, aquí en Denver, ofrece atención al final de la vida desde esta perspectiva espiritual y es un excelente recurso para pacientes y familias.
Finalmente, no debemos olvidar el hermoso principio espiritual del sufrimiento redentor. No es raro experimentar sufrimiento en la vejez o en los momentos finales de la vida. Nuestra fe nos enseña que podemos unir nuestro sufrimiento al de Cristo en la cruz por el bien de los demás. Esto da sentido a nuestro dolor y nos permite dar testimonio de nuestra fe hasta el final.
“Ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos”.
Romanos 14, 7-9

