Es verdaderamente maravilloso contemplar el asombro de un niño. Ver el mundo y todo lo que hay a través de los ojos de un niño significa ver el mundo con admiración. La ironía es quizá que el asombro de un niño proviene de que no cuestiona lo que ve. Un niño pequeño no tiene nociones preconcebidas de nada ni deseos de comprender verdaderamente. No se pregunta cómo floreció una flor, sino que solo aprecia su belleza y el agradable aroma que desprende. No se pregunta de dónde viene el chocolate, sino que simplemente disfruta de su delicioso sabor. Un niño no necesita calificativos para apreciar algo: su admiración por el mundo es innata.
Primera comunión
Jesús aludió a este asombro de un niño al decir: “En verdad les digo: si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos” (Mt 18, 3). El año pasado, fui testigo de esta maravilla cuando mi hija mayor hizo su primera comunión. Ella estaba por debajo de la edad típica en que los niños reciben la confirmación y la primera comunión, pero pidió recibirla antes de tiempo y, con el permiso de nuestro sacerdote, se le concedió su petición. Nunca olvidaré el momento en que se acercó a la Eucaristía para recibirla por primera vez. Dio un paso adelante solemnemente con un velo blanco sobre su cabeza y, casi instintivamente, se arrodilló antes de recibir el cuerpo de Cristo en la boca.
Quizá lo más milagroso de que ella hiciera esto fue que no lo aprendió de mi esposa ni de mí. En ese momento el Espíritu Santo se movió en su pequeño corazón y la impulsó a arrodillarse, una respuesta apropiada cuando uno considera lo que es realmente la Eucaristía. Fue un momento de orgullo para mí como padre que me llevó a detenerme y preguntarme de corazón: «¿Me acerco a la Eucaristía con la fe de un niño?”. Este pequeño acto de reverencia por parte de mi hija despertó algo en mi esposa y en mí y nos hizo reconsiderar cómo nos acercamos a Jesús en la Eucaristía.
Asombro del joven santo
Algo similar sucedió con el testimonio del siervo de Dios Carlo Acutis, quien resulta ser uno de los patronos del Avivamiento Eucarístico. Este adolescente italiano, además de ser inteligente, amable y un amante de los videojuegos, era gran devoto de la Eucaristía. Cuando hizo su primera comunión, su familia era solo católica de nombre: su madre solo había ido a Misa unas pocas veces en su vida. Sin embargo, desde muy joven, Carlo, captivado por el asombro, se sintió atraído por la fe católica y especialmente por la Eucaristía. Una vez que recibió la Eucaristía por primera vez, hizo que su mamá lo llevara a Misa todos los días; fue él quien la acercó, no al revés como suele suceder.
“Fue mi hijo Carlo quien me enseñó todo”, dijo la madre de Carlo, Antonia Salzano, en una entrevista reciente. “Ya desde niño mostró una gran piedad: a los tres años, cuando pasábamos frente a una iglesia, quería entrar, saludar a Jesús en la cruz y en el sagrario, y llevarle florecitas a la Virgen. A la edad de cuatro años y medio leía la Biblia y la vida de los santos y rezaba el rosario. Si en el caso de santa Teresa de Lisieux sus padres fueron los grandes educadores; en el caso de Carlo, los papeles se invirtieron. Él fue mi pequeño salvador, y sobre todo fue mi gran educador en la fe”.
Carlo era un genio de la informática y, durante sus breves pero impactantes 15 años de vida, pasó gran parte de su tiempo libre construyendo una base de datos web dedicada a los milagros eucarísticos reportados en todo el mundo. Estas mismas presentaciones se están utilizando durante el Avivamiento Eucarístico. Incluso en medio del gran sufrimiento que soportó mientras luchaba contra una forma agresiva de leucemia que finalmente le quitó la vida, la Eucaristía siguió siendo el ancla que lo unía a Cristo. Mostró siempre una gran reverencia por el sacramento y, a través de esta reverencia, inspiró la conversión de muchos a través de su testimonio eucarístico, entre ellos, miembros de su propia familia.
Seamos como niños
A menudo subestimamos cuán poderoso puede ser el testimonio de un niño, sobre todo en asuntos de la fe. Es en la inocencia de un niño —la de mi hija y la de Carlo— donde se encuentra una fe pura. Y es precisamente con este tipo de fe inmaculada que Jesús nos llama a acercarnos a él en la Eucaristía; en cada Misa, sin duda, pero especialmente durante este Avivamiento Eucarístico.
Se podría decir que Carlo tenía un don sobrenatural al tener una fe tan grande, pero la verdad es que era un niño normal como cualquier otro, propenso a las mismas tendencias que tiene cualquier niño. Lo mismo ocurre con mi hija. Pero por razones que son un misterio, tanto ella como Carlo ven algo en la Eucaristía que todos los fieles estamos llamados a ver, sin dudar de ello. «Si Jesús dice que está totalmente presente en la Eucaristía —dice la mente de un niño—, entonces lo está». No se preguntan si es cierto o no; en su asombro, simplemente creen.
Por supuesto, como Carlo entendió muy bien, la Eucaristía es el medio principal por el que nos unimos a Cristo. “Carlo siempre decía que debemos ‘eucaristizarnos’, porque entonces nos contagiamos de Cristo”, dijo Antonia sobre su hijo. “‘Estar siempre unidos a Jesús: ese es mi programa de vida’, solía decir”.
Los niños, en todo su asombro, a menudo son los mejores testigos de la Eucaristía y, de hecho, es probable que Dios lo haya querido así. Basta decir que aquellos de nosotros que somos mayores y más sabios y tratamos de explicar todo (como yo muchas veces lo hago) podemos aprender una o dos cosas del asombro de un niño al acercarnos a la Eucaristía. Que el Señor nos conceda la gracia de hacerlo durante este Año Parroquial del Avivamiento Eucarístico.
Este artículo fue traducido del inglés y se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Vive de la fuente». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.