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sábado, abril 27, 2024
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Un encuentro con Jesús en la Misa y la adoración eucarística

Por el Dr. R. Jared Staudt

¿Qué vemos cuando vamos a Misa? Con frecuencia parece que lo único que encontramos es una iglesia con arquitectura un poco anticuada, varias bancas vacías, algunas personas que se están esforzando por poner atención y las mismas contestaciones de siempre. Pero si pudiéramos ver más profundamente, veríamos que el Calvario se abre ante nosotros. Veríamos a Cristo que ofrece su carne y su sangre en la última cena, a un sinnúmero de ángeles y santos que nos acompañan y un camino abierto que nos conduce a la Jerusalén celestial.

Se necesita fe para percibir esto; sin ella, no es de extrañar que tantas personas no vean la necesidad de asistir. Solo ven el exterior, la cáscara de nuestro ritual sacramental que carece de vida y que no tiene acceso a lo que se esconde en su interior. Pero ¿qué es lo que se esconde en su interior?

Un Dios que te espera

Asistir a Misa es lo más importante que hacemos cada semana. En la Misa, es decir, la gran fiesta de las bodas del cordero, el novio espera la llegada de su esposa para ofrecerle un don incomprensible, todo su ser: cuerpo, sangre, alma y divinidad. Si comprendiéramos realmente de qué se trata, ¿cómo podría alguien siquiera plantearse rechazar esta invitación?

Tenemos que saber que Jesús nos aprecia a cada uno de nosotros como esa novia invitada. Dios no ve a su Iglesia como un conjunto anónimo, porque la Iglesia es su propio cuerpo, compuesto místicamente por todos los bautizados. Cada domingo te espera, porque sabe qué regalo quiere darte. Sabe exactamente lo que necesitas, lo que llevarás a Misa: todas las cargas, miedos, expectativas y esperanzas. Él tiene una respuesta para cada una de ellas y desea hablar de ellas con nosotros, no solo como un espectador, sino desde dentro.

Centro de nuestra vida

Cada Misa ofrece una invitación a encontrar en Jesús lo que más importa, lo que da sentido a todo lo demás. Al entrar en la iglesia, dejamos a un lado las preocupaciones terrenales para unirnos a la adoración celestial de los querubines, no simplemente como una vía de escape, sino para recibir el impulso necesario para volver a entrar en el mundo llevando la presencia divina dentro de nosotros.

Jesús nos convierte en su tabernáculo, y cuanto más nos cambie, más podrá cambiar el mundo a través de nosotros. Salir de Misa no debe poner fin a nuestra comunión con Jesús, sino más bien anclarla. La comunión proporciona un fundamento para toda la vida cristiana: guía todo lo que hacemos. Esto a su vez debería llevarnos a desear recibirlo de nuevo el próximo domingo como sustento de nuestra vida interior. En esta fuente y cumbre podemos encontrar un refrigerio constante para la vida cristiana.

Vida de oración

Aunque la santa Misa es el punto culminante de la semana —y, de hecho, el medio principal por el que adoramos a Jesús y nos encontramos con él—, nuestra comunión eucarística debe extenderse más allá de una sola hora el domingo. Jesús quiere que vivamos una vida eucarística, permaneciendo en su presencia a través de la oración.

El papa Benedicto XVI, en su libro El espíritu de la liturgia (escrito antes de su elección papal), nos recuerda que “la comunión solo alcanza su verdadera profundidad cuando está sostenida y rodeada de adoración”. La oración prolonga la presencia de Jesús, haciéndole un espacio en nuestra vida diaria. También nos remite a la Misa, porque pasar este tiempo con Jesús aumenta nuestro deseo y hambre de su presencia, lo que nos permite centrarnos y entregarnos de nuevo a él durante la comunión. Cuando volvemos a Jesús, que está en el sagrario, para rezar, continúa el encuentro que tenemos con él en la Misa y nos anticipa y prepara para la siguiente Misa.

Adoración eucarística

Así como Jesús nos espera el domingo y nos llama a entrar en comunión con él en la Misa, también nos invita a visitarlo durante la semana. La práctica de la adoración eucarística se deriva naturalmente de la intimidad con Jesús en la comunión. Cuando crecemos en amistad y amor con él, lo buscamos para pasar más tiempo con él.

La Iglesia reserva el Santísimo Sacramento de la Eucaristía en el sagrario de la iglesia precisamente por esta razón: como un lugar de refugio donde podemos encontrar a Jesús en cualquier momento. La adoración nos ayuda a reconocer la presencia de Dios, su grandeza y nuestra gran necesidad de él, que nos enseña a confiar siempre en él. La adoración, en este sentido, es una continua disposición de honor y respeto hacia Jesús que nos lleva a buscarlo para pasar tiempo con él. Este tiempo abre la puerta al señorío de Jesús sobre nuestras vidas. Se convierte en la estabilidad de nuestra vida que nos sostiene cada día y nos ayuda a cargar nuestras cruces.

Poder de la adoración

Jesús nos llama a entrar en una comunión más profunda con él porque quiere derramar sobre nosotros su amor transformador. Las soluciones a nuestros problemas —ya sean personales, eclesiales o sociales— se esconden en el Santísimo Sacramento. Solo visitar a Jesús en la iglesia o en la capilla de adoración cada día o cada semana producirá en nosotros una gran transformación.

Asistir a Misa e ir a la adoración eucarística da a Jesús más tiempo para actuar en nuestras almas, para bendecirnos y reavivar la vida de nuestras familias, nuestras parroquias y de la Iglesia a través de nosotros. La oración silenciosa ante el Santísimo Sacramento transformará nuestras vidas y producirá muchas gracias. Puede guiar y dirigir nuestras vidas para que vivamos con él, en él y a través de él cada día.

Avivamiento Eucarístico

El Avivamiento Eucarístico tendrá éxito si logra fortalecer la fe en la presencia de Jesús, de modo que empecemos a vivir una vida más centrada en nuestra comunión con él. Las acciones externas sirven para fortalecer la fe, pues la gente necesita ver que creemos que Jesús está realmente presente ahí. Nuestra reverencia en la Misa y nuestra atención en la adoración y la bendición apuntan a la presencia del verdadero rey del mundo.

Si la gente entra en nuestras parroquias y reconoce nuestra devoción a la presencia de Jesús, puede que eso los lleve a prestar más atención para reconocer también ahí la presencia del Señor y a oír su invitación a entrar en una comunión más profunda con él. Como Juan, cuando Pedro no reconoció a Jesús en la orilla, tenemos que proclamar: “¡Es el Señor!” (Jn 21,7).

Para más información sobre la relación entre la Misa y la adoración eucarística, véase el capítulo 7 de mi libro How the Eucharist Can Save Civilization.

Este artículo fue traducido del inglés y se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «Vive de la fuente». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

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