«Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno y lo hundieran en lo profundo del mar. […] Cuiden de no menospreciar a ninguno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo están constantemente viendo el rostro de mi Padre celestial.» (Mateo 18; 5-6,10)
En reuniones familiares, sociales o en cualquier otro lugar comercial donde hay niños presentes, hay momentos de todo: risas, gritos, discusiones, enojo y lágrimas. Los niños actúan de manera natural; son auténticos y libres y no pretenden ser nada más. No se preocupan por nada; viven confiados y saben que sus padres y adultos los cuidan y protegen; incluso saben que tienen su ángel guardián. Jesús en el evangelio, no hay duda de que ama a los niños, y no solo eso, sino que dice algo muy fascinante: «Quien recibe a un niño como este en mi nombre, me recibe a mí.» Wow, esto es muy hermoso; Jesús nos dice que un niño lo representa simplemente por ser un niño. Esto nos lleva a otro punto importante: cómo tratar, ver y cuidar a cada niño, así como lo haría Jesús mismo.
Sin embargo, Jesús también, en el evangelio, nos dice algo muy serio sobre el peligro que amenaza a un niño por ser pequeño y vulnerable ante el mal en este mundo. Jesús advierte una terrible sentencia a cualquiera que se atreva a hacerle algún daño a un niño: «Mejor sería para él que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar.» Jesús nos advierte sobre el gran cuidado y respeto que debemos tener por todos los niños; sean tus hijos o no, debemos cuidarlos como Jesús nos pide. Jesús también dice: «Porque sus ángeles en el cielo siempre están viendo el rostro de mi Padre celestial.» ¿Qué significa eso? Uno de los padres de la iglesia comparte esto.
“Los ángeles ofrecen a Dios diariamente las oraciones de aquellos que serán salvados por Cristo. Por lo tanto, es muy peligroso menospreciar a aquel cuyos deseos y peticiones vienen por el servicio y el ministerio de los ángeles al Dios eterno e invisible.” (San Hilario)
Es evidente aquí que Dios quiere y se preocupa por la salvación de todos. No solo para los niños, sino de una manera muy clara, Jesús no quiere que nadie sea menospreciado, y mucho menos un niño. San Juan Pablo II, en varios discursos, nos habló sobre un gran peligro al que todos estamos expuestos; se refería a la cultura de la muerte. Una cultura sin Dios, sin amor, sin respeto, sin valores y sin dignidad. Una cultura deshumanizada que ya no se preocupa por los más débiles y desamparados, los niños. Es triste escuchar en las noticias sobre la violencia, el maltrato y los abusos sufridos por niños y adultos vulnerables en todo el mundo. Sí, los más vulnerables en la sociedad.
San Pablo dice: «Pónganse la armadura de Dios para que puedan resistir las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores, autoridades, contra los poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales. […] Con oración y súplica perseveren en la oración, intercedan en favor de todos los santos.» (Efesios 6; 11-12, 18)
No podemos negar que la influencia del maligno es real y que actúa sobre personas débiles que han podido causar graves daños a los seres más vulnerables.
Abril es el mes de prevención de abuso a menores y nuestro arzobispo de Denver, Samuel J Aquila, nos invita a orar por todos los niños, así como por otras personas vulnerables como los ancianos o discapacitados para que estén protegidos en su vulnerabilidad y por la sanación de aquellos que han sido maltratados. Oremos también por los padres de familia, trabajadores sociales y todas las instituciones dedicadas a trabajar en el cuidado y educación de los niños y adultos más vulnerables para que Dios les otorgue la gracia y la virtud de cuidar a cada niño con respeto y dignidad, siendo conscientes del gran cuidado y responsabilidad que tienen ante Dios y las autoridades humanas.
Que la Santísima Virgen María y San José, modelos de virtud y respeto en la Sagrada Familia de Nazaret, intercedan por todos los niños del mundo para que sean tratados, protegidos y amados como Jesús mismo.