¿Alguna vez has deseado que Dios te hable directamente más frecuentemente? ¿Que él intervenga de vez en cuando con lo que quiere que escuches en tu día?
Hace unas semanas, en una fabulosa clase de oración que estoy tomando, aprendí un nuevo dato católico que no había escuchado:
En cada Misa, Dios tiene algo específico que decirme, a ti, a todos. Tiene un mensaje específico, único, individual para cada persona que participa en esa Misa.
¿De verdad? ¿Dios tiene un mensaje específicamente para mí cada vez que asisto a Misa? ¿Cómo es que acabo de descubrir esto? ¿Cómo me he perdido todos estos mensajes?
Aparentemente, no nos los entregan en pedacitos de papel cuando cruzamos la puerta. Nos los dice en el silencio de nuestros corazones mientras participamos —participamos profundamente— en el santo sacrificio de la Misa.
La última vez, escribí sobre la Misa en términos generales — el hecho de que es una realidad espiritual, que es la forma suprema de adoración que ha existido desde los días de los apóstoles, que creemos que el «velo es delgado» y las almas en el cielo y en el purgatorio participan en la Misa con nosotros.
Ahora, quiero ser más específica y hablar sobre la primera parte de la Misa, la Liturgia de la Palabra.
Los no católicos a menudo acusan a la Iglesia católica de no estar adecuadamente arraigada en las escrituras. ¡Claramente nunca han visto una Misa católica! He escuchado historia tras historia de protestantes que creen en la Biblia asistiendo a Misa por primera vez y quedando completamente asombrados. Prácticamente toda la Misa se basa en las escrituras. Las oraciones, los cantos y las lecturas son una hora de sumergirse en la palabra de Dios. Esa comprención ha sido el punto de inflexión para muchas conversiones a la fe católica.
La Liturgia de la Palabra está directamente orientada a la proclamación de la palabra de Dios en las escrituras. Pero no entramos a la iglesia y simplemente comenzamos a leer; lo preparamos. Para empaparnos de la palabra de Dios, necesitamos estar preparados.
¿Cómo lo hacemos? Primero, tenemos el Rito Penitencial, donde nos arrepentimos y pedimos perdón por el pecado que nos aferra. ¿Por qué? Porque en la oración, nuestro estado espiritual importa. El pecado —incluso el pecado menor o «venial»— nos aleja de Dios. Y cuando estamos separados de él, no podemos escuchar su voz. Entonces, ¿qué mejor manera de prepararnos para lo que está a punto de suceder en la Misa que ponernos en buena relación con Dios?
Inmediatamente después de eso, lo alabamos y le agradecemos en el Gloria. ¿Alabamos a Dios porque tiene un ego y necesita escuchar de nosotros lo grandioso que es? No. La alabanza no es para él. Es para nosotros. La verdad más profunda de la vida es que Dios es omnipotente y todo bueno y que todo lo que tenemos, sabemos y vivimos viene de él. Cuando lo alabamos y le agradecemos, reconocemos la creación tal como es y colocamos todo en el orden adecuado en nuestros corazones.
Bueno, seamos realistas por un minuto. Nunca he entrado a Misa con un cronómetro, pero me doy cuenta de que en un domingo promedio, el Rito Penitencial y el Gloria duran apenas segundos cada uno. Quizás un par de minutos como máximo. ¿Es ese tiempo suficiente para entrar en un estado mental de encuentro personal con Dios, para sentir y expresar verdadero arrepentimiento por nuestros pecados y para agradecerle adecuadamente? Probablemente no. Por eso algunos católicos particularmente devotos (una categoría a la que aspiro, en gran parte sin éxito) a menudo hacen un esfuerzo por llegar temprano a Misa para poder pasar un tiempo tranquilo de calidad preparándose para la Misa y adelantarse al arrepentimiento, alabanza y agradecimiento. Es una buena costumbre a adoptar. Estoy intentándolo.
Una de las cosas más importantes que podemos hacer durante ese tiempo de preparación en la oración es pedirle a Jesús que nos hable a través de esta Misa — que envíe su Espíritu Santo para abrir nuestros corazones al mensaje que tiene para nosotros, de manera única, durante ese tiempo.
Ahora, hablemos de la Liturgia de la Palabra. Todos los domingos, en todas partes del mundo, se leen los mismos pasajes de las escrituras en cada iglesia católica.
Es importante notar que la congregación no lee esas lecturas de las escrituras en silencio, para sí mismos. Se proclaman en voz alta. Esto es importante. Todos escuchamos la palabra de Dios juntos. Y no es solo el lector quien nos la entrega. Es Cristo mismo. Todos la escuchamos, y todos asentimos a ella. («Te alabamos Señor.»)
Pero aunque todos escuchamos las mismas palabras juntos, como un cuerpo corporativo, Dios habla a través de ellas a cada uno de nosotros individualmente en el silencio de nuestros corazones. Esta es la gracia que pedimos antes de que comience la Misa. La escritura dice: «Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”. (Is 55, 11).
Entonces, ¿cómo sucede esto? Escuchamos. ¿Sabes cómo a veces te llama la atención una parte específica de las lecturas, o el evangelio, o la homilía? ¿Cómo una palabra, frase o párrafo resalta? Tal vez habla de algo en tu vida, algo que estás pasando. Quizás solo es un sentimiento que te resulta atractivo. Como sea que te llegue, es Dios hablándote, diciendo: «¡Esto! Hay algo en esto que quiero que sepas, que quiero que escuches más profundamente y apliques a tu vida y tu relación conmigo».
El problema es que usualmente nos detenemos ahí. «Oh, eso estuvo bonito». Pero Dios quiere que llevemos esa palabra o frase a él en la oración —que le pidamos que nos muestre los siguientes pasos. «Bien, esto llamó mi atención, Señor. ¿Por qué? ¿Qué intentas decirme a través de esto? ¿Cómo podemos tú y yo profundizar en este mensaje juntos?»
Este mensaje es uno que podemos llevar a lo largo del resto de la Misa y más allá. Podemos pasar tiempo en oración después de la Misa contemplándolo. Podemos llevarlo a casa con nosotros y llevarlo a nuestra oración personal más tarde ese día y más allá mientras sea fructífero. Podemos llevarlo a nuestra vida cotidiana y ver dónde él quiere que lo apliquemos.
Entonces podemos asistir a Misa nuevamente —el siguiente domingo, o incluso en un martes aleatorio por la mañana— y ver qué más tiene que decirnos.
Eso, amigos míos, es una de las muchas razones por las que a la gente le encanta asistir a Misa.