Por Mary Beth Bonacci
Estoy sorprendida de lo personal que me resulta la muerte de Charlie Kirk.
Literalmente he estado de luto. Lloré intermitentemente durante una semana. Caí en una especie de depresión que no podía describir. Muchos de mis amigos pasaron por lo mismo.
Todo por un hombre al que nunca habíamos conocido, y de quien la mayoría apenas teníamos conciencia hasta ahora.
¿Por qué la muerte de un desconocido nos golpea tan fuerte?
Creo que hay varias razones. Primero que nada, como señaló uno de mis amigos, este fue el asesinato político de mayor perfil en Estados Unidos desde Bobby Kennedy.
Ahora entiendo cómo debieron sentirse mis padres allá en el 68, cuando murieron Martin Luther King y Robert Kennedy. El mundo se siente un poco menos seguro.
En segundo lugar, empecé a conocer más quién era realmente Charlie Kirk. Hasta el 10 de septiembre, sabía muy poco de él. Simplemente asumía que era uno de esos “nuevos tipos” que emergían en la derecha, con un estilo bravucón.
En algunos sentidos, lo era. Pero conforme sus videos empezaron a inundar mi feed de Facebook, fui descubriendo mucho más.
No tenía idea de cuánto tiempo pasaba en los campus universitarios, debatiendo alegremente con cualquiera sobre los temas más difíciles del momento. Y digo alegremente de verdad. Vi uno donde una jovencita le quitó su gorra y se alejó. Él sonrió y le dijo: “¿No podemos tener una discusión?”.
No era solo una figura política. Era un evangelizador. Hablaba de cómo Cristo transformó su vida y animaba a todos los que encontraba a buscarlo también. Defendía la visión cristiana de la vida, del género y del matrimonio.
Además, veía claramente a Cristo en los estudiantes que tenía delante. Era paciente y caritativo, sin importar cuán agresivos se mostrarán con él. Créeme, eso no es tan fácil como parece. Se necesita mucha gracia.
Sé que sus detractores han recortado algunos clips en los que no suena muy caritativo. No era perfecto. Era un joven con mucho fuego y mucha testosterona, con cámaras apuntándole constantemente. En ocasiones fue arrogante y vehemente. Pero esos videos son una fracción mínima. Creo que la edad y la acción creciente del Espíritu Santo lo transformaron considerablemente en sus “últimos” años.
También, en su afán de fomentar el debate, a menudo lanzaba declaraciones incendiarias. Porque la sutileza no atrae a estudiantes radicales. Algunas de esas frases se han usado fuera de contexto para pintarlo como racista. Si te has creído esa narrativa, te invito a ver sus videos completos sobre raza y diversidad, equidad e inclusión (DEI), así como los muchísimos testimonios en línea de personas de color —amigos y desconocidos por igual— que hablan de él y del impacto que tuvo en sus vidas. Puede que al final no estés de acuerdo con él. Pero tendrás una visión mucho más completa de sus ideas sobre la raza.
Me conmovió especialmente un video de él en diálogo con un panel de modelos de OnlyFans —mujeres que aparecen en pornografía. Eran mujeres acostumbradas a ser usadas por hombres, que no comprendían su propia dignidad como hijas amadas del Padre. Y Charlie estaba allí, extendiéndoles un amor verdaderamente cristiano, recordándoles que valen mucho más, animándolas a encontrar la alegría que él halló en el matrimonio y la paternidad. Al final, una de ellas comentó que él había sido el único hombre que las había tratado con verdadero respeto.
Al ver todo esto, empecé a llorar por este hombre al que nunca conocí y cuyo trabajo nunca había valorado.
Se me hizo evidente que todo lo que hacía se basaba en su fe en Cristo. Había encontrado la “perla de gran valor” y estaba dispuesto a arriesgarlo todo —incluso su vida— para compartirla. Conocía el peligro. Veía las amenazas. Tenía que viajar con su propio equipo de seguridad.
Y aun así no se rindió. Cuando le preguntaron cómo quería ser recordado, dijo: “Por mi valentía en la fe”.
Al final, eso le costó la vida. Para mí, esa es la definición de mártir.
Esa es la propuesta cristiana: que esta vida es solo el primer acto, un preludio de la vida eterna que ha de venir. Y que “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.
Siempre lo supimos en teoría. Pero hasta ahora era fácil pensar en ello como algo que solo ocurría en tiempos y lugares lejanos. Ahora vemos a un hombre al que le dispararon en el cuello, aquí mismo, en los Estados Unidos, y la amenaza se siente mucho más cercana.
Eso se siente personal.
La etiqueta #IamCharlieKirk está en tendencia en redes sociales. Creo que parte de mi tristeza proviene de darme cuenta de que yo soy Charlie Kirk. La gente que lo odia me odia a mí. Yo tengo una plataforma —más pequeña, sí, pero una plataforma al fin—. ¿Estoy arriesgando mi vida?
Esa es la pregunta que muchos de nosotros nos hacemos. ¿Estaría yo realmente dispuesto a entregar mi vida si el intercambio significara que otros obtuvieran la vida eterna y la felicidad en el Cielo?
Parece que Charlie Kirk consideró esa propuesta y respondió afirmativamente. Y ahora vemos los frutos. Su mensaje se está difundiendo más que nunca. Sus seguidores en Instagram se multiplicaron por diez y siguen creciendo. Abundan los reportes de jóvenes que regresan a la Iglesia, con la etiqueta #charliesentme. Incontables miles más están alzando la voz.
Su muerte encendió un movimiento.
Y no solo porque sus propias palabras hayan impactado a la gente. Claro, eso es parte. Pero aquí también hay gracia en acción. “La sangre de los mártires es semilla de la Iglesia”. Así como la muerte de Cristo nos ganó la gracia que nos reconcilia con el Padre, cada martirio, grande o pequeño, libera al Espíritu Santo y transforma corazones.
Probablemente a la mayoría de nosotros no se nos pida entregar la vida. Pero ¿qué se nos pide entregar? ¿Qué costo tendría hablar? ¿Seguidores en Facebook?
¿Amigos? ¿Tranquilidad?
Todas esas pequeñas formas de martirio también traen gracia.
Sé que Charlie fue una figura controvertida. Tal vez no estés de acuerdo en que murió como mártir. Tal vez no lo fue. Eso le corresponde a Dios. Mi punto aquí no es principalmente sobre él. Es sobre nosotros. Es sobre el mal que puede acabar con cualquier hombre por expresar su opinión, y sobre las preguntas que enfrentamos ante ese mal. ¿Estamos dispuestos a ser silenciados? ¿Qué estamos dispuestos a “considerar pérdida” por la fe?
Le pregunté a mi párroco cómo deberíamos responder a esta tragedia, y a todas las demás en una semana de sufrimiento indescriptible. Su respuesta fue sencilla:
“Sean santos”.
Creo que Charlie estaría de acuerdo.