52.1 F
Denver
lunes, diciembre 29, 2025
InicioLocalesHacer discípulos: guía práctica para católicos ordinarios

Hacer discípulos: guía práctica para católicos ordinarios

Primera parte: redescubrir la visión original de Jesús sobre el discipulado

Por Tanner Kalina

El evangelista Mateo concluye su evangelio con la famosa “Gran Comisión” de Jesús: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes…” (Mateo 28, 19).

Es por esta Gran Comisión que la Iglesia católica “existe para evangelizar…” (Evangelii Nuntiandi 14). El mandato de Jesús marcó el rumbo de la Iglesia hasta su segunda venida. Desde el momento en que pronunció esas palabras a los apóstoles, la Iglesia ha sido, es y siempre será una comunidad que forma discípulos.

Vayan.
Y hagan discípulos.

Durante gran parte del último siglo, la Iglesia ha subrayado la realidad de que todo cristiano bautizado está llamado a colaborar en el cumplimiento de esta Gran Comisión. Muchos de nosotros hoy somos conscientes de ello. Muchos sabemos que estamos llamados a evangelizar. Muchos queremos hacer discípulos.

El problema es que no sabemos cómo hacerlo.

Nos falta una visión clara de cómo se ve, en lo concreto, el hecho de hacer discípulos.

Por eso, a lo largo del próximo año, espero utilizar esta columna mensual para presentar un método práctico y repetible mediante el cual cada uno de nosotros pueda aportar su parte al cumplimiento de la Gran Comisión de Jesús.

En esencia, este modelo se ve así:

  • Ser tú mismo un discípulo auténtico de Jesús.

  • Discernir a quién acompañar intencionalmente.

  • Construir una amistad auténtica con esa persona.

  • Crear espacios de libertad dentro de esa amistad.

  • Anunciar el kerigma e invitar intencionalmente a esa persona al discipulado con Jesús.

  • Compartir la visión del discipulado con la persona que acompañas.

  • Guiar a esta persona hacia un encuentro personal con Jesús.

  • Acompañar a esta persona en una conversión inicial o renovada.

  • Formar a esta persona para el liderazgo espiritual.

  • Compartir con esta persona el llamado a cumplir la Gran Comisión.

  • Formar a otros a través de la persona que acompañas.

Si esto parece intimidante o abrumador, no te preocupes.

A veces complicamos demasiado las cosas, así que todo se reduce realmente a dos acciones: ayudar a alguien a crecer y compartir a Jesús con esa persona.

Yo me conozco bien y sé que necesito que las cosas se expliquen de la manera más práctica posible. De lo contrario, simplemente no sucede.

Así que eso es lo que voy a hacer. Voy a desmenuzar este proceso un poco más para que tú también puedas ir y hacer discípulos, como Dios te ha llamado a hacerlo.

Y comencemos por ahí.

La forma en que Jesús lo expresó es clave.

Me resulta interesante que Jesús no haya dicho “Vayan y hagan creyentes…”, ni “Vayan y hagan simpatizantes”, ni siquiera “Vayan y hagan seguidores…”.

Cuando Jesús dijo “Vayan, pues, y hagan discípulos…”, nos llamó a perpetuar el sistema rabino-discípulo del que él mismo formó parte hace dos mil años.

Para ser claros, este sistema no era exclusivo de Jesús. Fue utilizado por muchos rabinos antes y después de la vida terrena de Jesús.

El sistema rabino-discípulo del antiguo Israel era un proceso intencional mediante el cual un rabino, es decir, un maestro, transmitía los caminos de Dios a sus alumnos.

Si alguien estaba “en discipulado” con un rabino, tenía un objetivo clarísimo: llegar a ser una réplica de su rabino. Por eso Jesús enseñó en Lucas 6, 40: “No está el discípulo por encima del maestro. Será como el maestro cuando esté perfectamente instruido». (Otras traducciones dicen «…Será como el maestro cuando esté perfectamente entrenado».

Cuando Jesús nos mandó “hacer discípulos”, nos llamó a emprender un proceso intencional de formación mutua para imitarlo cada vez mejor.

Si logramos comprender este proceso, la evangelización que transforma vidas no solo será posible, sino también repetible y expansiva. Hacer discípulos “de todas las gentes” será alcanzable y no impracticable.

Comprenderemos mejor este proceso si entendemos qué significaba el discipulado en el antiguo Israel. En tiempos de Jesús, el sistema educativo judío constaba de tres niveles:

  • El primer nivel se llamaba Bet Sefer, o “Casa del Libro”. Podría compararse con la educación primaria. Todos pasaban por él. Desde los cinco hasta los aproximadamente diez años, niños y niñas aprendían la Torá y la memorizaban.
  • Los niños que demostraban aptitudes avanzaban al segundo nivel, Bet Talmud, o “Casa del Aprendizaje”. Era un período de estudio más intenso, en el que se memorizaba el resto de las escrituras hebreas.
  • Alrededor de los catorce años, la mayoría de los estudiantes concluía su formación. Entonces se dedicaban a aprender un oficio, a conseguir trabajo, a casarse y a formar una familia. Pero los mejores alumnos, los más destacados, se presentaban ante un rabino con la esperanza de estudiar bajo su guía. Si el rabino consideraba digno al joven, le decía: “Lech Acharai”, que significa “Ven y sígueme”. Ese estudiante entraba entonces al tercer y más alto nivel de formación, Bet Midrash, o “Casa de Estudio”, y se convertía en discípulo de ese rabino.

Un joven en el Bet Midrash dejaba todo para seguir a su rabino, concentrándose en convertirse en una copia fiel de él. El arte del discipulado era, en realidad, el arte de la imitación.

Si el rabino tenía barba, el discípulo dejaba crecer la suya. Si el rabino cojeaba, el discípulo imitaba esa cojera. Si el rabino hablaba con voz rasposa, el discípulo adoptaba ese tono. Sobre todo, todo lo que el rabino enseñaba sobre las escrituras formaba la manera de ver el mundo del discípulo.

Una bendición judía común para un discípulo en esa época decía algo así: “Que quedes cubierto del polvo de tu rabino”. Es decir: que lo sigas tan de cerca que el polvo de sus sandalias te cubra, que te parezcas a él, que huelas como él y que algún día enseñes como él.

Este concepto resulta impactante para nuestra mentalidad moderna. En una sociedad tan individualista, donde se nos dice “sé tú mismo” o “vive tu verdad”, esta idea parece totalmente contraria a nuestros ideales actuales. ¿Convertirme en una réplica de otra persona? No, gracias.

Nos cuesta entender el enorme honor que suponía para un joven ser discípulo de un rabino. Pero pensemos, por ejemplo, en un jugador de fútbol de preparatoria al que Lionel Messi o Cristiano Ronaldo le dijera: “Ven, sígueme y haz lo que yo hago”. Cualquier joven mariscal de campo lo aceptaría sin dudarlo.

Cuando Jesús nos dice “Ven y sígueme” (ver Mateo 4, 19; 8, 22; 9, 9), nos ofrece el mayor de los honores.

Invita a cada uno de nosotros a dejarlo todo y a aprender de él en un camino de toda la vida, estudiando bajo su guía e imitándolo. Nos invita al discipulado para que podamos convertirnos en pequeños Cristos para el mundo.

Y al abrazar esa vocación de ser pequeños Cristos, entramos en la vida en abundancia que nuestro rabino ganó para nosotros en el Calvario.

Nuestro discipulado con Jesús es un don inmenso.

Pero también exige que hagamos lo que él hizo.

Como pequeños Cristos, también nosotros debemos invitar a otros al discipulado. Debemos ir, pues, y hacer «discípulos de todas las gentes».

Cómo hacerlo exactamente será el tema de esta reflexión continua durante el próximo año. Sigue atento.

Artículos relacionados

Lo último