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domingo, abril 20, 2025
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La Eucaristía es un regalo de Navidad

Por el Dr. R. Jared Staudt, director de contenido de Exodus

Hambre

Los seres humanos sentimos hambre. Es algo que forma parte de nuestra naturaleza biológica. Pero, como seres espirituales, también sentimos una forma superior de hambre, un anhelo de alimento espiritual que va más allá de un estómago lleno. Jesús bajó del cielo para satisfacer nuestros deseos más profundos y se entregó en la carne para saciar nuestra alma hambrienta. La Navidad es una fiesta profundamente eucarística porque Jesús nació en Belén, la “casa del pan”, precisamente para alimentarnos. Fue acostado en un pesebre para que todos los hambrientos se acercaran a él.

El pueblo de Israel gemía en la servidumbre, estaba hambriento de libertad. Los Reyes Magos, mirando al cielo, ansiaban la verdad. Los simples pastores, que salían tarde con sus ovejas, simplemente tenían hambre. Jesús los alimentó a todos de diferentes maneras. El hilo conductor es el don de su vida: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10,10). Jesús no nos alimentó con mero sustento terrenal, sino que nos colmó con un banquete divino “que brota hasta la vida eterna” (Juan 4,14).

Llenos de distracciones

Por eso, eres dichoso si tienes hambre ahora (Lucas 6,21). Si te acercas al pesebre ya lleno, no podrás saciarte. Pero la mayoría de las veces tenemos hambre de las cosas equivocadas, y por eso Jesús dice: “¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos!” (Lucas 6,25). Nos hemos llenado de distracciones —imágenes, sonidos, espectáculos y entretenimiento— y nuestra sensibilidad interior se ha entorpecido con placeres carnales del cuerpo —sensualidad, dulces, dinero y posesiones—. Nos centramos en la carne no como fuente de amor, sino como algo que poseer, aferrándonos a nuestros deseos inmediatos.

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.  Jn. 10,10

Adviento: hambre de Cristo

Durante el Adviento, la cultura circundante ya se alimenta del consumismo y de las expresiones sentimentales de la fiesta. La gente no busca realmente nada. Por lo tanto, no encuentran la plenitud de todo anhelo genuino. Los Reyes Magos con sus camellos, los pastores con sus ovejas… todo esto se vuelve desabrido e incluso queda sepultado por la multitud de muñecos de nieve, renos y árboles, en lugar de ser una auténtica búsqueda para encontrar el pesebre. El Adviento debería ser un tiempo para crecer en el hambre, para ponernos en el lugar de Israel, reconociendo nuestro exilio en este mundo y anhelando la liberación. No podemos celebrar bien la Navidad si no tenemos hambre de Cristo.

Solo la Eucaristía puede saciar

Jesús nació para alimentarte. Vino a encontrarte en tu exilio, trayendo a la luz tus deseos más profundos y elevándolos más allá de lo que podías imaginar. Cuando nos acercamos al pesebre, caminando con los pastores y los Reyes Magos, podemos encontrar de nuevo a Cristo cuando nos descubre su carne. La realidad de la encarnación —su venida al mundo— continúa en la Misa. El pesebre no está vacío cuando nos acercamos a él, porque la Navidad no apunta a un recuerdo lejano, sino que nos ofrece una realidad viva en la Eucaristía. Podemos alegrarnos de verdad con todos los que encontraron a Cristo antes que nosotros, porque también nosotros encontramos lo que necesitamos para saciar nuestra hambre.

La Navidad nos puede ayudar a acercarnos a la carne de Cristo en la Eucaristía con renovado asombro y alegría. Así como Jesús se despojó a sí mismo al hacerse un niño, lo mismo hace en cada Misa, donde viene a darnos su carne y a saciar el hambre más profunda de nuestra alma. Sigue despojándose bajo la apariencia del pan, haciéndose vulnerable y tan fácil de pasar por alto. Debemos tener hambre de él con fe para reconocerlo.

Encuentro con el Niño Jesús

Santa Faustina comprendió este vínculo entre la Eucaristía y la Navidad de manera profunda durante la Misa de Navidad de medianoche:

“Hoy, durante la Santa Misa, junto a mi reclinatorio he visto al Niño Jesús que parecía tener un año, y que me pidió tomarlo en brazos. Cuando lo tomé en brazos, se estrechó a mi corazón y dijo: ‘Estoy bien junto a tu corazón’. Aunque eres tan pequeño, yo sé que eres Dios. ¿Por qué tomas el aspecto de un chiquitín para tratar conmigo? ‘Porque quiero enseñarte la infancia espiritual. Quiero que seas muy pequeña, ya que siendo pequeñita te llevo junto a mi corazón, así como tú me tienes en este momento junto a tu corazón’. En ese momento me quedé sola, pero nadie podrá comprender lo que sentía mi alma, estaba toda sumergida en Dios como una esponja arrojada en el mar” (Diario, 1481).

Cambio real

El ofrecimiento de Jesús, total y completo, tanto en su nacimiento como en cada Misa, debe sacarnos de nosotros mismos para imitarlo. Entre más hambre tenemos de él y recibimos su alimento, más nos parecemos a él, como miembros de su cuerpo entregado por el mundo. Al consumirlo, él nos transforma de dentro hacia afuera, haciendo de nosotros un don eucarístico para el mundo.

Del mismo modo que no duraríamos mucho sin alimentar nuestro cuerpo, así nuestras almas se mueren de hambre sin el don de la carne de Jesús. Esta Navidad, cuando te acerques al pesebre, recuerda que Jesús vino del cielo al mundo para alimentarte. Como el buey y la mula, también nosotros estamos junto a su pesebre para comer. Y con este pan de ángeles tenemos lo que necesitamos para viajar desde ese pesebre de vuelta al cielo.

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «¿Estás listo para recibirlo?». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

*Este articulo ha sido traducido del original en ingles por el equipo de El Pueblo Católico.

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