Por Derek Rusnak
St. Raphael Counseling
«¿Es el enojo un pecado?» Como terapeuta católico en la clínica católica St. Raphael Counseling, un ministerio de Caridades Católicas, esta es una pregunta común entre mis clientes. También es una pregunta importante de abordar tanto a nivel moral como psicológico, ya que trabajar con el enojo suele ser un aspecto clave del proceso terapéutico.
Entonces, ¿qué dice la Iglesia Católica al respecto? Tanto en el Catecismo como en los escritos de santo Tomás de Aquino, se hace una distinción entre el enojo como pasión y el enojo como pecado, aquel que conocemos como ira. Es importante notar que incluso en esta distinción básica, queda claro que estar enojado no es necesariamente un pecado. Esta distinción está fundamentada en el Nuevo Testamento: «Enójense, pero no pequen» (Ef. 4,26a).
Pero ¿qué significa “enojo como pasión”? El glosario del Catecismo define las pasiones morales como «las emociones o disposiciones que nos inclinan a acciones buenas o malas». La lista de pasiones incluye no solo el enojo (ira), sino también el amor y el odio, la esperanza y el miedo, la alegría y la tristeza. El Catecismo nos dice que las pasiones no son ni buenas ni malas en sí mismas, sino que dependen de si contribuyen a una acción buena o mala.
Aquí es donde nuestra discusión da un giro sorprendente: Tanto el Catecismo como santo Tomás de Aquino definen el enojo, en este caso la ira, como «el deseo de venganza». Pero ¿no es pecaminoso querer vengarse? Es importante distinguir entre la comprensión moderna y común de la venganza en contraste con la definición de santo Tomás de la venganza como «la imposición de un castigo a quien ha pecado». Además, el santo nos dice que esto no es necesariamente así, «ya que la venganza puede ser deseada tanto de manera justa como injusta». Es moralmente malo intentar hacer mal a alguien que merece ser castigado; sin embargo, es bueno «imponer una restitución para corregir vicios y mantener la justicia».
Otro aspecto del enojo donde, según santo Tomás de Aquino, entra en juego la moralidad es si nos enojamos con la persona equivocada o si el grado de enojo es más o menos que el grado razonable. Y aunque no debería sorprendernos que podamos pecar cuando estamos más enojados de lo necesario en una situación, ya que el enojo puede ayudarnos a resistir algo malo, también podemos pecar si no estamos enojados de manera proporcional frente al mal.
Además, como nos dice el Catecismo, otra forma en que el enojo puede desviarse es cuando «se endurece en rencor y odio». Santo Tomás de Aquino define el odio como lo contrario al amor y nos enseña que, aunque es pecado odiar a otros, «es parte de nuestro amor por nuestro hermano que odiemos el defecto y la falta de bien en él». En términos más comunes, se nos llama a odiar el pecado y amar al pecador. Y de muchas maneras, el resentimiento puede ser considerado sinónimo de falta de perdón.
Incluso cuando estamos seguros de que nuestro enojo (ira), nos ha llevado a pecar, puede ser útil recordar las enseñanzas de la Iglesia sobre la gravedad de un pecado y la cuestión del consentimiento deliberado. En términos de gravedad, el Catecismo dice que cometemos un pecado grave cuando odiamos a alguien hasta el punto de desearle deliberadamente un daño grave. Y en términos de culpabilidad, el Catecismo señala que «la responsabilidad de una acción puede quedar disminuida e incluso suprimida a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales». Aunque no queremos usar esto como un pretexto para endurecer nuestros corazones, parte de la misericordia de Dios es que él comprende y tiene en cuenta los aspectos concretos de nuestra experiencia.
En resumen, no se trata de nunca enojarse, sino de sentir y expresar el enojo de manera adecuada. Así que, si podemos sentir el grado adecuado de enojo hacia la persona adecuada, encontrar una forma de perdonar sin tener que renunciar a desear una venganza justa y aprender a odiar el pecado y no al pecador, entonces no necesitamos temerle a nuestro enojo, sino que podemos abrazarlo como combustible para tomar acciones virtuosas. Aún cuando pecamos con nuestro enojo, tenemos un Dios misericordioso, por lo que cuando decidimos que es hora de cambiar, ya estamos volviendo al camino hacia la santidad.