40.9 F
Denver
martes, marzo 19, 2024
InicioSacramentosConfesiónGuía para la confesión: recibe la misericordia de Dios

Guía para la confesión: recibe la misericordia de Dios

La Iglesia nos da el sacramento de la reconciliación, o la confesión, precisamente para reconciliarnos con Dios. Como seres pecadores, nuestra comunión con el Señor y su Iglesia se daña cada vez que caemos en un acto pecaminoso. Al confesar nuestros pecados a un sacerdote, que actúa en la persona de Cristo, esa comunión se restablece.

Una idea errónea sobre la confesión es que es vergonzosa y nos lleva a culpabilizarnos. Este no es el modo de acercarse a este sacramento tan bello. Si existe una palabra que describe mejor la confesión, es “misericordia”. Jesús quiere que acudamos a él y expongamos nuestras almas para que él las sane. Solo por su gracia podemos restablecer nuestra comunión con Jesús; no podemos hacerlo solos. Por eso Jesús nos dio el sacramento de la reconciliación.

Si hace tiempo que no te confiesas, tómalo como una invitación del Señor a volver a recibir su abrazo amoroso. Él se complace en ti y quiere que sepas lo mucho que te ama. En estas páginas encontrarás un sencillo manual para confesarte. No lo dudes: ve y recibe la misericordia del Señor.

Preparación: examen de conciencia

La confesión comienza con un examen de conciencia. Esta es simplemente una oportunidad para reflexionar sobre aquellos pecados que han manchado nuestra alma. El examen de conciencia a continuación utiliza como guía los diez mandamientos, pero hay otros que se adaptan a distintas necesidades.

Amarás a Dios sobre todas las cosas

¿He puesto a Dios primero en mi día o me he enfocado más en otras personas, cosas o acontecimientos? ¿He apartado tiempo para hacer oración todos los días?

No tomarás el nombre del Señor en vano

¿He menospreciado o faltado el respeto a Dios con mis palabras, activa o pasivamente?

Santificarás las fiestas

¿Voy a Misa todos los domingos (o vigilias de sábado) y los días de precepto? ¿Evito, en la medida de lo posible, el trabajo que impida la adoración a Dios, la alegría por el Día del Señor y la relajación adecuada de la mente y el cuerpo? ¿Busco maneras de pasar tiempo con la familia o hacer actividades sanas el domingo?

Honra a tu padre y a tu madre

¿Muestro a mis padres el debido respeto? ¿Busco mantener una buena comunicación con ellos siempre que sea posible? ¿Los critico por carecer de habilidades que yo creo que deberían tener?

No matarás

¿He dañado a otro por medios físicos, verbales o emocionales, incluyendo chismes o manipulaciones de cualquier tipo?

No cometerás actos impuros

¿He respetado la dignidad de los demás y la mía, creadas a imagen de Dios? ¿He cometido actos de lujuria? ¿He sido infiel a mi esposo o esposa en mis actos e intenciones?

No robarás

¿He tomado o malgastado tiempo o recursos que pertenecían a otro?

No darás falso testimonio contra tu prójimo

¿He chismeado, contado mentiras o difundido historias a costa de otro?

No consentirás pensamientos ni deseos impuros

¿He honrado a mi esposo o esposa con todo mi afecto y mi amor exclusivo? ¿Me he dejado llevar por pensamientos que me alejan del plan de Dios para mí o de mi vocación?

No codiciarás bienes ajenos

¿Estoy contento con mis propios medios y necesidades o me comparo innecesariamente con los demás?

Dos mandamientos de Cristo

¿En qué medida amamos a Dios y a los demás? ¿Amamos como Cristo nos llama a hacerlo? En el Evangelio de Mateo, Cristo nos da dos mandamientos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt 22,37-40).

¿No sabes qué es el amor? San Pablo nos lo describe en su carta a los corintios. ¿Amas así a Dios y a los demás? “El amor es paciente, es bondadoso. No es envidioso, no es altanero, no se envanece, no es grosero, no busca su propio interés, no se irrita, no se inquieta por los agravios, no se alegra por el mal, sino que se alegra con la verdad. Todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca falla” (1 Co 13, 4-8).

Confesión de los pecados

Una vez que se entra en el confesionario con el sacerdote, se comienza con la señal de la cruz. A continuación, se puede saludar al padre con palabras como estas: «Bendígame, padre, porque he pecado. Mi última confesión fue hace (semanas, meses, años)”. Luego, simplemente confiesa tus pecados. Uno debe ser directo e ir al punto a la hora de confesar los pecados, sin intentar excusarse o culpar a otras personas por las acciones propias; hacer esto mostraría lo contrario: que no aceptamos las propias faltas. Debido a que muchas veces el tiempo para confesarse es limitado, las personas que deseen tener una conversación más profunda con el sacerdote tienen la oportunidad de hacer una cita aparte para confesarse y recibir consejo espiritual.

Acto de contrición

Después de confesar tus pecados, ¡lo más difícil ya ha pasado! Ahora puedes simplemente abrir tu corazón para recibir el perdón que el Señor quiere darte. El sacerdote te dará una penitencia, que por lo general consiste en decir varias oraciones o leer un pasaje bíblico. Tendrás que hacerla en cuanto te sea posible. Después de darte la penitencia, el sacerdote te pedirá hacer un acto de contrición. Aquí se puede hacer simplemente una oración del corazón, pidiendo perdón al Señor por tus pecados, pero se puede utilizar una común como esta:

Dios mío, me arrepiento de todo corazón de todos mis pecados y los aborrezco, porque al pecar, no solo merezco las penas establecidas por ti justamente, sino principalmente porque te ofendí a ti, sumo Bien y digno de amor por encima de todas las cosas. Por eso propongo firmemente, con ayuda de tu gracia, no pecar más en adelante y huir de toda ocasión de pecado. Amén

Absolución

Para concluir, el sacerdote dirá la oración de absolución. Presta atención y recibe el amor misericordioso del Señor: Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada «La misericordia desbordante de Dios». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

Artículos relacionados

Lo último