Por Alejandra Bravo
Directora de evangelización de la arquidiócesis de Denver
“Mi más dulce gozo es estar en la presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento. Ruego que cuando me vea obligada a retirarme en cuerpo, pueda dejar mi corazón ante el Santísimo Sacramento. ¡Como extrañaría a Nuestro Señor si él estuviera lejos de mí en su presencia en el Santísimo Sacramento!”
– Santa Catalina Drexel
Santa Catalina se refiere a Jesús en la Eucaristía de una manera tan bella que cuando vuelvo a leer sus palabras mi corazón desea experimentar lo que ella misma experimenta. Sus palabras me transportan a ese momento, aunque nunca estuve con ella. Sus palabras hacen eco a los deseos más profundos de mi corazón porque, efectivamente, solo el Señor puede traer al exterior lo que el corazón más anhela: estar ante su presencia y permanecer en ella.
¿Cuántas veces nos hemos conmovido por las grandes historias de conversión que escuchamos de otros?
¿Cuántas veces hemos sido inspirados por los santos, amigos, sacerdotes o cualquier otra persona que ama a Dios?
¿Cuántas veces nuestros corazones se han quedado inquietos y deseosos al escuchar tan bellos encuentros con el Señor?
No podemos dejar de mencionar aquel joven que amó profundamente a la Eucaristía, el beato Carlo Acutis. Bien nos decía Carlo: “Al estar ante Jesús eucaristía nos hacemos santos”.
¡Cuánta razón tenía! Solo un corazón que ha pasado tiempo frente al Señor Eucaristía puede expresarse de él de esta manera. ¡Qué privilegio tan único tuvieron los santos! Hay tantos santos que tal vez ni siquiera conocemos, y todos coinciden con lo mismo: estar ante la presencia real de Jesús es lo mejor que se puede hacer en la tierra, tal como lo decía santa Teresa de Calcuta.
Sin embargo, pareciera ser que ya no podemos continuar escuchando y soñando sobre las historias y experiencias de otros. No es suficiente anhelar lo mismo. No es suficiente sentirnos inspirados o conmovidos por momentos. Nunca será suficiente escuchar del otro.
El corazón de Jesús anhela más. El desea que tú y yo lo experimentemos en carne propia, es decir, que ya no solo nos lo cuenten, sino que lo vivamos y experimentemos por nosotros mismos. Él quiere que el encuentro con él en la Eucaristía sea palpable y trascienda en nuestra vida. Su deseo es que nuestros corazones sean transformados, y solo él puede hacer eso. Anhela que ese corazón transformado ante su presencial real en la Eucaristía se refleje en nuestra misión de vida. Desea que el encuentro sea en primera persona, es decir, entre él y tú.
Mi deseo y petición es que tú y yo en este momento corramos hacia él y que le demos permiso a él de transformarnos ante su presencia real.
¿Dónde? Precisamente, en la Eucaristía.
¿Por qué esperar más? ¿Por qué poner pretextos? ¿Por qué dejarlo esperar?
Visitémoslo; permitamos que su mirada penetre lo más profundo de nuestro ser, permanezcamos en su presencia y dejémosle permanecer en la nuestra. Dejemos nuestro corazón descansar cerca del suyo. Seamos vulnerables ante él y amémosle tal y como somos, y dejémosle amarnos así para que su amor nos transforme y nos libere. Como decía santa Teresa de Jesús: “¿Te das cuenta de que Jesús está allí expresamente para ti, solo para ti? Arde en deseos de entrar en tu corazón… id sin miedo a recibir al Jesús de la paz y del amor”.
Mi otro deseo es que recibamos a Jesús con un corazón abierto, unámonos íntimamente a él al recibirlo en la Eucaristía.
Solo así podremos ser sus colaboradores. Seamos lideres Eucarísticos que lleven su amor a los confines de la tierra.
Permitámosle que su presencia en nosotros nos impulse, y que su amor irradie a través de nosotros a los demás, a los que aún no lo conocen, a los que sufren porque no saben de él.
Que su amor irradie a través de nosotros a aquellos que necesitan ser amados por él.
¡Que se note que hemos estado ante la presencia de un rey y que lo hemos recibido!
Que los demás nos pregunten por nuestro cambio, que se note que le conocemos tanto que el otro también lo quiera conocer.
Que sepan que lo amamos tanto, tanto, tanto que otros deseen amarle también.
Ahora, nos toca a nosotros ser otro Carlo Acutis u otra santa Catalina Drexel, pero con nombre propio. Ahora nos toca a nosotros, porque si no somos nosotros, ¿entonces quién? Nos toca llevar a Jesús Eucaristía desde el interior de nuestro ser al mundo entero. Nos toca compartir la gran noticia de que él si está a la vuelta de la esquina y es ¡tangible!
Que no nos cuenten sobre las conversiones y la santidad de otros, mejor; ¡seamos testigos en primera persona, seamos los santos de los que tanto hablamos! ¡Seamos lo que experimentamos! ¡Ve con él; él te enseñará cómo ser!