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Pasillos de hospital convertidos en tierra santa: ministros extraordinarios comparten el amor sanador de Cristo

A través del ministerio de los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, las habitaciones del hospital se convierten en lugares de gracia y de encuentro silencioso con Jesús.

Por Jay Sorgi

A veces, llevan a Jesús a un paciente que se recupera y está listo para volver a casa con su familia. Otras veces, lo llevan a alguien que recibe a Cristo por última vez antes de regresar a la casa del Padre.

Desde hace 23 años, Teresa Doyle ha llevado a Cristo en su Cuerpo precioso a los pacientes del hospital St. Anthony en Lakewood, así como al antiguo hospital St. Anthony Central en Denver, casi cada semana.

“Cada vez que salgo del hospital después de este ministerio, me siento muy agradecida y bendecida”, compartió Teresa.

Para ella y para su compañero voluntario, Ron Schreier, Jesús es siempre el mismo. Cada paciente, cada historia y cada circunstancia son diferentes; pero en todos ellos, ambos descubren el rostro de Cristo.

“Cada vez que entramos en una habitación es una experiencia completamente nueva. Nunca sabes con qué te vas a encontrar”, explicó Ron, quien realiza este ministerio desde hace 13 años, después de haber tenido su propio encuentro con Cristo en el hospital tras una cirugía. “Me diagnosticaron cáncer de próstata a finales del 2010 y me la extirparon en el 2011. En ese momento pensé: ‘El Señor me está diciendo que tengo que hacer más.’”

Ron se unió al grupo de ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión del hospital para ayudar a cubrir una gran necesidad cuando St. Anthony se trasladó a Lakewood.

“Era un momento de mi vida en el que sentí que debía involucrarme más activamente. Entonces me ofrecí como voluntario en la parroquia Notre Dame [en Denver], a la que Teresa y yo pertenecemos”, contó.

La mayoría de los hospitales del área metropolitana de Denver ofrecen regularmente el ministerio eucarístico a los pacientes católicos hospitalizados.

Teresa, Ron y el equipo de unos 20 voluntarios de St. Anthony atienden las necesidades eucarísticas de entre 25 y 30 pacientes en un hospital que casi siempre está lleno. En cada visita, se enfrentan a la realidad de que cada persona requiere una atención distinta, una presencia compasiva y una sensibilidad especial, del mismo modo que Cristo se hace presente en la Eucaristía.

“Algunas personas están muy sentimentales, y puedes notarlo en el momento. Tienes que adaptarte a cada situación cada día mientras haces el recorrido”, explicó Ron. “Debes estar atento a cómo se sienten. A veces los pacientes están bajo medicamentos y no están completamente conscientes, así que hay que saber reaccionar con prudencia”.

Con frecuencia, un familiar ayuda al paciente a comprender que Cristo está allí presente y disponible para él.

“Si hay un cónyuge u otra persona en la habitación, el paciente a veces se vuelve hacia ellos y les pregunta: ‘¿Tú qué piensas?’”, comentó Ron. “Cada persona es diferente”.

Los pacientes hospitalizados suelen estar viviendo uno de los momentos más difíciles de su vida. Por eso, muchas veces necesitan compartir su historia, expresar su fe o su dolor.

Teresa se encarga de formar a los nuevos voluntarios para que entiendan la línea que separa ofrecer a Cristo en la Eucaristía de intentar desempeñar el papel de un consejero o sacerdote.

“No estamos allí para ser sacerdotes ni para profundizar demasiado en su situación”, aclaró Ron. “Nos mantenemos dentro del límite de llevar a Cristo: su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Creo que Cristo quiere que escuchemos si alguien necesita hablar, y a veces un paciente quiere desahogarse. Pero siempre tratamos de ser respetuosos con su situación”.

“Se necesita una persona especial para entrar a un hospital, porque ves muchas realidades diferentes”.

La formación para este ministerio en St. Anthony comienza contactando al hospital, donde Emily Gingerich es la encargada de voluntariado.

“Hay un día completo de reuniones y capacitación para poder servir en el hospital”, explicó Teresa. “Cuando terminan esa parte, vienen conmigo y yo comienzo el proceso de formación pastoral con ellos”.

Tanto Teresa como Ron reconocen que este tipo de servicio, en medio de experiencias humanas tan marcadas por el dolor o la enfermedad, exige una preparación mental y espiritual profunda.

“Me toma unos 15 minutos llegar al hospital desde mi casa, y durante el camino escucho el rosario”, compartió Teresa. “Eso me ayuda a prepararme espiritualmente para distribuir la comunión y a recordar que estoy allí sirviendo a Jesús”.

“Yo también trato de prepararme entre las 8 y las 8:30 de la mañana”, agregó Ron. “Siempre le pido a Jesús que me acompañe en mis visitas, porque él es quien realmente lleva la sanación y el consuelo. Yo solo soy su representante. Y cada vez que termino las rondas, me voy con un profundo sentido de gratitud por todo lo que tengo, especialmente por mi salud”.

Al final, es el mismo acto de llevar la Eucaristía —de llevar a Cristo a quienes más lo necesitan— lo que llena de gozo a estos ministros.

“Es algo muy gratificante y enriquecedor para mí, y para todos los que realizamos este ministerio, no solo en St. Anthony, sino también en los apostolados con enfermos y personas en casa en todo el país”, dijo Teresa. “Hay pacientes que son profundamente sinceros; se les llenan los ojos de lágrimas, les tiembla la barbilla. Esa es mi recompensa: llevar a Cristo a los pacientes del hospital”.

 

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