Con el inicio del Año de Misión del Avivamiento Eucarístico Nacional, estoy agradecido tanto por el don de la Eucaristía como por el don del sacerdocio, a través del cual Jesús se hace presente en la Eucaristía. Como sacerdote, verdaderamente estoy me honra poder servir a Dios y a su pueblo en la celebración de la Misa y unirme a ellos en la adoración y alabanza al Padre. El papa san Juan Pablo II escribió: «No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía».[1]
Estamos tremendamente bendecidos con el ministerio de nuestros sacerdotes y las vocaciones que tenemos, y no tengo suficientes palabras para expresar la profunda gratitud que siento por mis hermanos sacerdotes en la arquidiócesis de Denver que me asisten en este ministerio. La relación entre la Eucaristía y el sacerdocio se construye sobre la virtud de la caridad, que cuando se posee, lleva a la santidad. Como sacerdote durante 48 años, esto se ha vuelto claro para mí. El aspecto más importante de mi sacerdocio es mi crecimiento continuo en el amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, viviendo en esa comunión de amor y sirviendo como Cristo sirvió.
En abril, el papa Francisco destacó esto al dirigirse a los seminaristas. Él dijo: «El amor, el primer amor, es lo que nos ha convocado a todos aquí, y mantenerlo vivo es nuestra principal obligación”.[2] A veces, cuando la gente escucha que el ancla fundamental de mi misión como arzobispo es fomentar la santidad entre los sacerdotes, lo interpretan como si los sacerdotes no fueran «lo suficientemente santos». De ninguna manera sugiero eso. Como discípulos, cada persona bautizada ha recibido el «primer amor» que menciona el papa Francisco, y como sacerdotes debemos crecer en ese amor auténtico, profundizarlo y dejar que nos transforme para poder guiar al pueblo de Dios. Eso es la santidad. La santidad no es tanto un destino como un camino y un llamado universal, como nos recuerda el Concilio Vaticano II.
En su forma más sencilla, este es en última instancia el objetivo del Avivamiento Eucarístico Nacional. Encontramos nuestro primer amor a través de la proclamación del evangelio. La Misa celebra el contenido del evangelio en la pasión, muerte y resurrección de Jesús. La Eucaristía es el memorial de estos eventos. Cuando tenemos la oportunidad de ofrecer nuestras vidas al Padre como lo hizo Jesús, y luego recibir a Jesús en la Eucaristía, podemos crecer, profundizar y ser transformados por nuestro primer amor.
Los sacerdotes no solo están llamados a cumplir el papel de celebrantes en las liturgias donde se otorgan estas gracias, sino que se espera que toda su vida esté conformada a este mensaje. Cuando los sacerdotes son ordenados, se les dicen estas palabras: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor».[3] Para el sacerdote, el misterio de la Eucaristía se convierte en toda su vida. Por esta razón, es de suma importancia que busquen siempre la caridad y santidad; él está llamado a dar su vida como Jesús dio la suya, buscando solo la voluntad del Padre.
Curiosamente, el Avivamiento Eucarístico no concluye con un año de santidad, sino con el Año de Misión. La transformación y el crecimiento en la santidad deben llevar a la misión de compartir a Jesús y el evangelio con otros. El papa Francisco alentó a nuestra nación en sus esfuerzos en el Avivamiento, diciendo: «En la Eucaristía encontramos a aquel que lo ha dado todo por nosotros, que se ha sacrificado para darnos la vida, que nos ha amado hasta el extremo. Nos convertimos en testigos creíbles de la alegría y la belleza transformadora del evangelio solo cuando reconocemos que el amor que celebramos en este sacramento no puede guardarse para nosotros mismos, sino que exige ser compartido con todos».[4]
Jesús dio a la Iglesia el sacerdocio para hacerse presente a nosotros en la Eucaristía, para alimentarnos con su amor, para aumentar nuestro amor por los demás y, lo que es más importante, para enviarnos en misión. No demos esto por sentado. El avivamiento que anhelamos depende primero de la voluntad soberana de Dios, pero se llevará a cabo a través del ministerio de nuestros sacerdotes a quienes ha llamado a conformarse a sí mismo.
Cuando los sacerdotes estén apasionadamente enamorados de Jesucristo y le entreguen todo a él, entonces guiarán a los fieles en el mismo patrón de vida para que puedan vivir en misión en sus familias, sus lugares de trabajo, la sociedad y el mundo. La Eucaristía nos alimenta a todos en este patrón de vida. ¡Te animo a que ores por la santidad de tus sacerdotes, para que cada día se enamoren más de Jesús y vivan en misión con él y contigo, para llevar el mensaje del evangelio a un mundo que tanto lo necesita!
[1] Papa san Juan Pablo II, Don y misterio, Madrid, 1996, pp. 77–78.
[2] Papa Francisco, “Discurso a seminaristas y formadores”, el 4 de abril del 2024.
[3] Ritual de la ordenación del obispo, de los presbíteros y de los diáconos, §135.
[4] Papa Francisco, “Reunión con el comité organizador del Congreso Eucarístico Nacional”, 19 de junio del 2023.