Por el Dr. Scott Elmer, director de misión de la arquidiócesis de Denver
“Por aquel tiempo era rara la palabra de Dios, y no eran corrientes las visiones”. 1 Sam 3, 1
Así describe la Biblia la situación en la que creció el profeta Samuel. Si bien la gente tenía acceso a la Sagrada Escritura, no escuchaban su palabra a través de profetas, ángeles o en sus corazones muy a menudo. Además, ¡casi nadie recibía visiones de Dios! ¿Te suena familiar? Esto describe acertadamente la percepción que la mayoría de las personas tienen en nuestros tiempos. Cuando enseño sobre la oración, siempre incorporo tiempo para practicar la oración. Después, cuando las personas comparten lo que le dijeron a Dios, siempre pregunto: “Y luego, ¿qué dijo Dios?”. La mayoría de las veces, inclinan la cabeza mientras se posan expresiones de perplejidad en sus rostros. Es como si la mayoría de nosotros esperáramos que Dios no dijera nada.
Dios habla. Si nos cuesta entender lo que nos dice, probablemente sea porque no entendemos su lenguaje. Los seres humanos aprenden el lenguaje primero dentro de sus hogares, de sus familias, y con Dios no es diferente. Él es nuestro Padre y la Iglesia es nuestro hogar. Si no aprendemos primero el lenguaje de Dios allí, no podremos oírlo ni entenderlo en el resto del mundo.
Escuchar en el sentido espiritual es un poco diferente a escuchar de forma audible. Cuando hablamos de recibir palabras, mensajes o respuestas de Dios en oración, estamos hablando de recibir o escuchar en el corazón.
El corazón: pensamientos, sentimientos y deseos
Experimentamos y navegamos todo en la vida con nuestra mente y nuestro corazón. La mente puede ser fácil de entender; analiza, evalúa e informa. El corazón es un poco más complicado. Cuando decimos corazón, nos referimos, en general, a nuestros pensamientos, sentimientos y deseos. Cuando oramos, el corazón es el lugar donde escuchamos a Dios.
Si estás orando con una historia de las escrituras, mientras la lees y reflexionas, ¿qué se mueve en tu corazón? ¿Qué pensamientos, sentimientos o deseos te llegan mientras oras? La mayoría de nosotros experimentamos estos sentimientos, pero generalmente no los reconocemos porque asumimos que vienen de nosotros y no de Dios. Si bien los pensamientos, sentimientos y deseos que experimentamos muchas veces provienen de nosotros, el corazón también es un lugar natural desde el cual Dios puede hablar porque, mediante la morada del Espíritu Santo, Dios ha hecho su hogar en nuestros corazones. Debemos esperar que él hable desde allí en lugar de escuchar una voz desde afuera.
Cuando reconocemos un pensamiento, sentimiento o deseo, nuestro siguiente paso debe ser contárselo a Dios. Contarle qué nos hizo pensar, sentir o desear algo en las escrituras. Contarle sobre la línea de pensamiento que nos llevó a eso. Darle nuestro análisis personal de por qué surgió el pensamiento, sentimiento o deseo. ¡Cuéntale todo! ¿Por qué le decimos esto a Dios? Porque sería incómodo y descortés no reconocer lo que alguien ha dicho si estamos conversando con él y, después de todo, la oración es una conversación con Dios y las escrituras son su Palabra. Es aún más irrespetuoso tratar de llevar la conversación a otra cosa como si la otra persona no hubiera dicho nada. Si hablamos con Dios sobre lo que ha puesto en nuestros corazones, es probable que responda de la misma manera que la primera vez: en pensamientos, sentimientos y deseos.
Cuando tenemos el hábito de prestar atención a los movimientos de Dios en nuestros corazones, podemos recurrir a otras fuentes de gracia y recibir aún más de Dios.
Comenzando en el hogar: las sagradas escrituras y los sacramentos
Dios nos habla principalmente a través de las Sagradas Escrituras y los sacramentos. En estos dos lugares, aprendemos las palabras, los caminos y el corazón de Dios. Aprendemos todo lo que necesitamos saber sobre Dios a través de estas dos fuentes. Cuanto más nos familiarizamos con las Sagradas Escrituras y los sacramentos, más escuchamos, vemos, percibimos y nos asociamos con Dios en todas partes.
Debido a que la Biblia es la palabra de Dios, él habla en y a través de las palabras de las Sagradas Escrituras. En la Carta a los Hebreos leemos: “Pues viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y medulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebreos 4, 12). Es una experiencia común para los cristianos, y para los que pronto serán cristianos, tomar la Biblia y leer algo que les habló directamente o algo que necesitan escuchar en ese momento.
Más allá de los encuentros casuales con la Palabra de Dios, la Iglesia nos ofrece un orden deliberado de recepción y meditación de la Palabra de Dios en el leccionario (las lecturas de la Misa) y el oficio de lecturas de la liturgia de las horas. La Iglesia ha organizado estas lecturas en un ciclo y, en mi experiencia, sirven casi como un mapa que nos ayuda a transitar la vida espiritual. Cuando oramos regularmente con estas lecturas, descubrimos que el mensaje que recibimos en la oración no solo es relevante para nuestro momento presente, sino que se basa en una narrativa más amplia escrita a lo largo de nuestras vidas.
El otro lugar increíblemente profundo donde encontramos a Dios hablando es en los sacramentos. Los rituales mismos intentan comunicar lo que Dios está haciendo y diciendo en el sacramento. A veces, puede ser difícil prestar atención a las palabras y gestos de la liturgia, o los hemos escuchado tantas veces en la Misa que se han convertido en rutina. Sin embargo, al igual que el leccionario, las oraciones y las palabras de la Misa están adaptadas a cada día del año litúrgico y nos guían a lo largo de la vida espiritual.
Dios quiere que lo escuches
Ser conscientes y relacionar los movimientos de nuestro corazón con Dios nos ayuda a crecer en amistad con él. Cuando lo hacemos en las escrituras, especialmente el leccionario, la liturgia de las horas y los sacramentos, crecemos en nuestra identidad como su pueblo. Él quiere que lo conozcamos tanto individual como en comunidad. Cada uno de nosotros tiene una relación única con él, pero todos compartimos el apellido de familia.
El lenguaje de Dios no es complicado, ni es solo para personas súper espirituales. La mayor barrera para aprender cualquier idioma es la falta de exposición a él. Si solo escuchas la Sagrada Escritura cuando se lee en la Misa y solo asistes a Misa una vez a la semana, has cumplido con tu obligación, pero no es suficiente para aprender el lenguaje de Dios. Si tomaras clases de mandarín una vez a la semana durante una hora, con el tiempo aprenderías algunas palabras y frases, pero nunca llegarías a dominarlo. No hay sustituto para el tiempo en el aprendizaje de un idioma. Si quieres escucharlo, pasa tiempo con él. Si quieres la edición de Dios de Rosetta Stone, lee la Biblia diariamente y frecuenta los sacramentos.