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jueves, marzo 28, 2024
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¿Qué es la Eucaristía y por qué es tan importante?

Por el padre Israel Pérez López,vicario parroquial en San Cayetano, Denver.

Las palabras y acciones de un hombre en los últimos momentos conscientes de su vida en este mundo, siempre están cargadas de un profundo significado. Los últimos días de la vida de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación, poseen también esa densidad especial. En la Última Cena con sus discípulos, en lo que podríamos considerar una parte de su testamento, Cristo nos dejó la Santa Misa. Desde ese momento puede decirse que la Iglesia vive de la Eucaristía. En este misterio de amor se cumple la promesa de Cristo que da título a este artículo: “el pan que les daré es mi carne entregada para la vida del mundo” (cf. Jn 6, 51).

En esta breve reflexión vamos a acercarnos a este misterio para intentar comprender un poco mejor su significado, su valor para nuestra vida de hijos de Dios, la manera en la que estamos llamados a participar de él y la importancia de hacer de este Santo Sacrificio la fuente, el centro y el culmen de toda nuestra vida (cf. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 11).

 

¿ES IMPORTANTE LA MISA?

La Eucaristía es “el don más grande que, en el orden de la gracia y del sacramento, el divino Esposo ha ofrecido y ofrece sin cesar a su Esposa” (Juan Pablo II, Dominicae Cenae, n. 12). Sin miedo a equivocarnos, decimos que la Santa Misa es el regalo más precioso que Dios podría habernos dado. Esta afirmación podría parecer sorprendente. Pareciera que Dios, que es omnipotente, siempre podría hacer algo más grande. Sin embargo, hay que decir con toda claridad que Dios no puede darnos algo más grande que la Eucaristía. La razón es, en realidad, muy sencilla. En la Santa Misa, Dios se nos da a sí mismo. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, el Esposo de la Iglesia, se entrega por completo a su esposa en la Eucaristía. Nada puede haber más grande y valioso que Dios mismo. Con razón se dice de la Misa que contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia, que es como su alma, que de ella procede toda su virtud, o que es el centro en que toda la vida cristiana se resume (cf. Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, n. 5; León XIII, Mirae Caritatis, n. 15).

 

 ¿QUÉ ES LA MISA?

Esta consideración nos abre la puerta a reflexionar sobre qué es la Misa en el contexto más adecuado para comprenderla. La Eucaristía es un misterio de amor (sacramentum caritatis). A la luz de esta afirmación, la Misa aparece como un misterio de presencia, sacrificio y comunión (cf. Lawrence Feingold, The Eucharist. Mystery of Presence, Sacrifice, and Communion, Emmaus Academic, Ohio 2018). La Eucaristía es uno de los siete sacramentos. Por supuesto, la Misa comparte la naturaleza común de los demás sacramentos. Estos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y con[1]fiados a la Iglesia, a través de los cuales se comunica la vida divina. Los sacramentos, también la Eucaristía, son instrumentos de salvación.

 

EL BANQUETE DE BODAS

La palabra de Dios habla del misterio de la salvación a través de muchas imágenes. Una de las más bellas es la del banquete de bodas. La analogía nupcial ayuda a entender algunos aspectos del misterio de la salvación que proyectan una gran luz para profundizar en la comprensión de la Eucaristía.

El misterio de nuestra salvación no consiste solo en el perdón de los pecados. A ese don extraordinario, hay que añadir otro, si cabe, más admirable: el misterio de la santificación. Dios quiere obrar una gran conversión en nosotros. Esta transformación consiste en pasar de la condición de hombres pecadores a la de hijos adoptivos de Dios y príncipes herederos de la gloria.

La imagen nupcial ayuda a contemplar este misterio. El matrimonio es una alianza que hace que el esposo y la esposa sean una sola carne. “Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (Ef 5,32). La palabra de Dios muestra que la alianza matrimonial está hecha por Dios a imagen de la unión de Cristo con la Iglesia. Por eso, lo que sucede en el matrimonio puede ayudar a comprender el misterio de la salvación.

Sucede en la vida humana que el matrimonio hace familia. Por ejemplo, si el hijo de un rey se une en matrimonio con una mujer que no es de la familia real, esa mujer llegará a ser reina. De una manera semejante, pero mucho más profunda, sucede con los miembros de la Iglesia unidos en alianza nupcial con Cristo. Sabemos que Dios tiene solo un Hijo. Lo profesamos cada vez que rezamos el Credo. ¿Cómo es posible que nosotros seamos también sus hijos? Solo es posible siendo hijos en el Hijo, es decir, a través de la íntima unión con Cristo de la que estamos hablando.

 

AMOR NUPCIAL Y EUCARISTÍA

Esa unión íntima con Cristo es una amistad esponsal. Lo que la amistad significa nos ayuda a comprender mejor la relación que existe entre la Eucaristía y el misterio de nuestra salvación en Cristo para la gloria del Padre. La amistad es una benevolencia conscientemente recíproca que se funda en una comunicación de bienes, a saber, en la convivencia, en una profunda sintonía espiritual y en el intercambio de confidencias. Vamos a explicar un poco esta definición.

La benevolencia es una forma de amor que es libre y que consiste en querer el bien de la persona amada. Para que exista una auténtica amistad, es preciso querer el bien del amigo. No obstante, eso toda[1]vía no es suficiente. Además, los amigos han de corresponderse mutuamente en el amor de una manera consciente, es decir, han de quererse mutuamente y sabiéndolo los dos. Ese mutuo quererse el bien tiene su fundamento en un bien común, es decir, en un bien que se comparte y que trasciende el bien individual de cada uno. Ese bien común es un fin que se comparte. Aquí aparece una nota muy importante para comprender todo tipo de amistad. Cuanto más valioso es ese bien que se tiene en común, más íntima es la unión que surge entre los amigos. En el caso de la unión esponsal de Cristo con la Iglesia, el bien común es precisamente la salvación de los hombres para la gloria del Padre. Esta alianza nupcial es una forma de comunión en la que la Iglesia comparte la misión del Redentor, es decir, la incorporación de los hombres en la vida de Dios como hijos en el Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo. Teniendo esto a la vista comprendemos por qué la Eucaristía, como instrumento de salvación y sacramento de la caridad, se nos presenta como un misterio de presencia, sacrificio y comunión. El Esposo de la Iglesia quiere compartir su misión, su vida y su corazón con ella.

 

PRESENCIA Y CONVIVENCIA

Cristo ha querido quedarse realmente presente en la Misa. Quiere compartir su vida, es decir, convivir con su Esposa peregrina en la tierra. Esta presencia de Dios en sus criaturas no es la única que conocemos. Para entender mejor lo que hace especial esta presencia de Jesús en la Eucaristía, vamos a compararla con las otras.

Sabemos que Él está presente como Creador en todas las criaturas por esencia, presencia y potencia. Además, la fe enseña que la Santísima Trinidad habita en las almas de aquellos que están en estado de gracia y poseen la virtud teologal de la caridad. En este caso, Dios está presente no solo como Creador, sino también como Padre y Amigo.

Ahora bien, en esas maneras de estar Dios presente en sus criaturas y en las almas de los justos, Él está presente en cuanto Dios. En cambio, tras la Encarnación, la segunda persona de la Santísima Trinidad, durante su vida terrena, se hizo presente en este mundo no solo como Dios verdadero, sino también como verdadero hombre.

La Eucaristía prolonga sacramentalmente esa presencia de la humanidad de Cristo que quiere compartir su vida con la Iglesia como un esposo lo hace con su esposa. El misterio del amor esponsal de Jesús por su Iglesia brilla de manera bellísima en el misterio de la conversión sustancial del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

 

EL AMOR SACRIFICIAL DE CRISTO

La Misa no solo hace presente a Cristo, sino también su sacrificio, con el que Él ha merecido todas las gracias que los hombres pueden recibir en orden a su salvación. En efecto, Cristo ha querido dejarnos no solo la presencia real de toda su humanidad y divinidad en la Misa. Además, ha querido dejarnos el sacrificio en el que su amor efectivo por la Iglesia se ha manifestado plenamente.

El amor afectivo de Cristo en cuanto hombre es un acto interior y espiritual de su voluntad humana. Ese amor ha estado siempre presente en su Sacratísimo Corazón. En todo momento de su vida terrena, Jesús amó a su Padre y a cada uno de nosotros. Ahora bien, entendemos por amor efectivo las cosas que se hacen por amor. Ese amor efectivo manifiesta el amor afectivo. Lo hace patente. En este sentido, el sacrificio del Calvario manifiesta el amor del Corazón de Jesús en toda su plenitud.

La Eucaristía hace presente el único sacrificio de Cristo. El mismo sacerdote (Cristo) lo ofrece y la misma víctima es ofrecida (Cristo), pero el sacrificio ya no es ofrecido de manera cruenta. Cristo ya no muere más. El sacrificio es ofrecido sacramentalmente. En este misterio, la Iglesia es invitada a participar activamente uniéndose al único sacrificio de Jesús.

La Esposa del Cordero es llamada a compartir el amor sacrificial del Esposo. No hay manera más plena de participar de la misión del Redentor tanto en lo tocante a la salvación de los hombres como en lo referente a la glorificación de Dios.

El perdón de los pecados y toda gracia han sido merecidos por Cristo en su único sacrificio. Cuando la Iglesia se ofrece junto con su Esposo en cada Eucaristía, esas gracias se derraman sobre la tierra. El misterio de la relación entre la Misa y la aplicación de las gracias merecidas por Cristo ayuda a entender un poco mejor cómo la Misa es fuente de vida cristiana.

Además, toda la vida de la Iglesia se orienta, unida a la de Cristo, a glorificar a Dios participando del amor sacrificial de su Esposo. El amor del Corazón de Cristo da más gloria a Dios que oprobio pueden darle todos los pecados de todos los hombres, porque hay más amor en su Sagrado Corazón que odio en el corazón de todos los pecadores. Esta es una realidad asombrosa que nos habla del valor de cada celebración eucarística. Esta dimensión ayuda a comprender cómo la Misa es centro y culmen de la vida cristiana. Nunca la vida de un hombre es tan grande como cuando es ofrecida en el altar eucarístico.

 

CRISTO, VERDADERO ALIMENTO DE NUESTRA CARIDAD

La Misa alimenta nuestra vida espiritual. La recepción fructífera de la comunión nos va asimilando progresivamente a la intimidad de Jesús. Como sucede con el alimento corporal, en el alimento espiritual también hay un proceso de asimilación. Pero en este caso no somos nosotros los que asimilamos lo que comemos, sino que Cristo nos asimila a su cuerpo cuando lo recibimos. De esta manera, la Eucaristía edifica la Iglesia uniéndonos más íntimamente con Dios y entre nosotros.

Existe toda una analogía entre el alimento corporal y el espiritual que nos enseña sobre los efectos de la santa comunión en nuestra alma. La recepción de Jesús Sacramentado sostiene nuestra vida de hijos de Dios. Tanto así que, si no lo recibimos, perdemos esa vida, de la misma manera que moriríamos de hambre si durante un tiempo demasiado largo no comemos. Además, el alimento eucarístico repara nuestras fuerzas para el combate espiritual. Posee el poder de perdonar los pecados veniales si en nuestro corazón se da la debida contrición. También nos hace madurar como hijos de Dios hasta hacernos capaces de comunicar vida, es decir, nos capacita para amar con amor de entrega sacrificial a Dios y a los hermanos. Por último, el alimento espiritual es fuente de consuelo y alegría.

Esta unión íntima con Cristo nos hace vivir más en sintonía con su corazón, es decir, nos hace compartir cada vez más sus pensamientos, sus propósitos, sus afectos, en definitiva, su secreta intimidad. Precisamente el grado de esta unión es lo que determina nuestra participación más o menos activa en su sacrificio. Participar activamente en la Misa no consiste en cantar o leer más o menos. Se trata de unir el sacrificio de nuestra propia vida más íntimamente con el del Señor. De esta manera, la Eucaristía es el sacramento de la caridad por excelencia. A su fecunda celebración se orientan todos los demás sacramentos, como todas las virtudes se ordenan a la virtud de la caridad, sin la cual nada somos para la vida eterna.

 

VALOR INFINITO DE LA MISA Y FRUTO PERSONAL QUE RECIBIMOS

Cada Misa celebrada posee un valor infinito. Es el sacrificio de Cristo. Ahora bien, es importante distinguir entre el merecimiento de las gracias, su aplicación y nuestra capacidad para recibir esas gracias.

Sin duda cada vez que se celebra la Misa, la gracia de Dios se derrama. Por eso, cada Eucaristía celebrada posee un valor que excede nuestro entender. Ese valor está más allá de la santidad personal del sacerdote que la celebra. Una cantidad inmensa de gracias se derraman sobre los hombres de la tierra; no solo sobre los que forman parte de la Iglesia actualmente, sino también sobre los que están llamados a ser miembros de la Iglesia y, en ese momento, no lo son. Además, también se derraman muchas gracias sobre la Iglesia purgante.

Tenemos que distinguir el valor que la Misa tiene de suyo de la capacidad receptiva que aquellos que participamos de ella tenemos. Los hombres somos criaturas finitas y, por tanto, nuestra capacidad para recibir es limitada. Es por ese motivo que nuestras disposiciones subjetivas importan en el fruto personal que recibimos de la Eucaristía. Se participa más en la Misa, cuanta más caridad se tiene, es decir, cuanto mayor es nuestra unión con Cristo. Y cuanto mayor es esa participación, mayor es el fruto que la Eucaristía produce en el alma cristiana.

 

LA CONVERSIÓN ES POSIBLE CON LA GRACIA DE DIOS

Existen situaciones en la vida de algunas personas que hacen que por el momento no deban acercarse a recibir la comunión. Todas esas situaciones tienen solución con la gracia de Dios. Posiblemente no estamos hablando de una solución inmediata o fácil. En cualquier caso, si uno sabe que no está viviendo bien, y no encuentra la manera de salir de esa situación, una cosa es clara. La gracia que necesita para cambiar lo que sea necesario cambiar en su vida procede de la Misa. Ahora no es momento de comulgar, pero sí lo es de escuchar la palabra de Dios, orar y pedir la gracia de la conversión. Posiblemente, también es tiempo de dejarse acompañar y dirigir por un buen sacerdote.

Es importante darse cuenta de que lo que nuestro entendimiento no es capaz de resolver no encierra ninguna dificultad para la sabiduría de Dios. Pidamos pues la gracia de que el Señor nos muestre el camino de una autentica conversión y nos dé la fuerza necesaria para recorrerlo.

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