Por Daniel Campbell, director de la División Laica del seminario St. John Vianney en Denver
En los últimos años, el arzobispo Samuel Aquila nos ha estado llamando a adoptar una “mentalidad apostólica”. Después de todo, los apóstoles enfrentaron desafíos similares a los nuestros: rodeados de ídolos, decadencia y política corrupta. Sin embargo, ellos evangelizaron a las naciones, y la gracia de Dios obró en ellos para lograr una transformación milagrosa de la cultura. Si queremos hacer lo mismo en la actualidad, debemos adoptar la misma “mentalidad apostólica”, que el arzobispo ha resumido en cinco cualidades:
- Llamado único del Padre
- Imitación de Cristo sin importar el precio
- Dependencia absoluta del Espíritu Santo
- Testimonio alegre y contracultural
- Convicción del poder y la primacía del Evangelio
¿Cómo se ve esta mentalidad en acción? Veamos los Hechos de los Apóstoles.
Llamado único del Padre
En Hechos 1:15-26, san Pedro coordina el reemplazo de Judas. Pero el hombre indicado tenía que ser alguien que estuvo presente desde el principio, es decir, desde el bautismo de Juan hasta la ascensión del Señor. Dos hombres calificaban: Barsabás y Matías.
Lo importante de este hecho es la manera en que se elige a Matías a través de la oración y el sorteo. “Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que tome la parte de este ministerio y apostolado” (He 1,24). Los apóstoles oraron para tomar una decisión, como todos deberíamos hacerlo. Reconocen que Dios ha elegido a uno de los dos hombres. Es un llamado único del Padre para reemplazar a Judas, ya que cada uno de nosotros recibe su propio llamado único. Por lo tanto, no corresponde a los apóstoles elegir al que creen que es mejor, sino orar por la comprensión del que Dios ha elegido. Y para ayudar, echaron suertes, lo que los judíos no consideraban un juego de azar, sino un medio venerado para discernir la voluntad de Dios.
Si bien es posible que no todos seamos llamados a ser apóstoles, todos tenemos nuestro propio llamado único del Padre que debemos discernir en la oración. ¿Qué papel debo desempeñar en la evangelización de la cultura que nos rodea? Puede que no sean actos públicos, puede que sea una vida de simple santidad dentro del hogar. De cualquier forma, todos somos llamados de manera única por el Padre a edificar el Cuerpo de Cristo.
Imitación de Cristo sin importar el precio
En varias citas de los Hechos de los Apóstoles, se identifica a Jesús como el “siervo sufriente” glorificado por Dios. En Hechos 3,12-26, por ejemplo, Pedro identifica a Jesús como el siervo mesiánico de Dios, un siervo a quien Dios glorificará porque sufre el rechazo de su pueblo, ofreciendo su vida como sacrificio por el pecado. Entonces, si Jesús fue rechazado por su pueblo, como un siervo que sufrió, los apóstoles no escaparán del sufrimiento. En efecto, la vida del apóstol está marcada por persecuciones y sufrimientos: arrestos, amenazas, martirios. Es una costosa imitación de Cristo, el costo de sus vidas. Sin embargo, la recompensa correspondiente de la vida eterna es la “perla preciosa”, por la que vale la pena renunciar a todo.
En Hechos 6,8 comenzamos a leer sobre el arresto y martirio del diácono san Esteban. A imitación de nuestro Señor, Esteban ora por el perdón de quienes lo mataron. Pero seguir a Jesús hasta la muerte da fruto en abundancia, tal como él nos enseñó. La oración de perdón de Estaban dio fruto en la conversión de Saulo, quien había influido en su asesinato y perseguido a la Iglesia. La imitación del Señor puede ser costosa, pero también es fructífera.
Dependencia absoluta del Espíritu Santo
Pedro da su primer sermón el día de Pentecostés (He 2,14). En él nos dice que hemos entrado en la nueva era del Espíritu Santo, que estará acompañada de señales y prodigios, como lo profetizó Joel visualizando un derramamiento del Espíritu sobre hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, esclavos y libres (Jl 2,28). Pedro vincula las maravillas y señales profetizadas por Joel con los milagros de Jesús, identificándolo como el salvador.
Esta era mesiánica del Espíritu Santo se confirma a lo largo de Hechos, siendo el Espíritu Santo un punto de referencia constante para los apóstoles. Es el Espíritu Santo, quien confirma a san Pedro en la misión de la Iglesia hacia los gentiles, de quienes los judíos habían estado tan estrictamente separados. Sin embargo, como dice san Pedro en la casa del centurión gentil Cornelio: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (He 10, 34). Mientras Pedro predica a Cornelio y su casa, el Espíritu Santo desciende sobre todos en la casa, dejando asombrados a los creyentes circuncidados que acompañaban a Pedro, ya que el don del Espíritu Santo se había derramado sobre estos gentiles, como les había sucedido a los discípulos judíos en Pentecostés. Y para aquellos que discutirían con Pedro por haber ido a los incircuncisos y haber comido con ellos, la defensa de Pedro es bastante simple: “Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?” (He 11,17). ¡La obra de los apóstoles está impulsada por una total confianza total en el Espíritu Santo!
Testimonio alegre y contracultural
En Hechos 5, los apóstoles son encarcelados después de haber evangelizado con fervor por un tiempo. Los creyentes van aumentando. Los apóstoles obran milagros y sanaciones. Desafortunadamente, los saduceos, llenos de ira, encarcelan a los apóstoles. Por la mañana, al descubrir que los apóstoles están de manera inexplicable de regreso en el Templo predicando (un ángel del Señor los había liberado milagrosamente por la noche), los apóstoles son nuevamente arrestados y se les ordena no predicar de Cristo. Pedro responde que deben obedecer a Dios, no a los hombres, por lo que están obligados a predicar sobre Jesucristo. El Sanedrín finalmente libera a los apóstoles después de golpearlos y exigirles no hablar más en el nombre de Jesús, lo que hace que los apóstoles se regocijen por haber sufrido por Cristo.
Imagínate oponerse a los malvados designios de quienes te rodean; ser golpeado, pero regocijarse. ¿Podría haber un mayor ejemplo del testimonio alegre y contracultural? Cristo le ha dado otro sentido al sufrimiento, ya que es compartir la vida misma de nuestro Señor, el mismo “siervo sufriente”. Después de eso, los apóstoles se hacen presentes en el Templo todos los días, predicando a Jesús sin cesar. No se dejan vencer por la cultura que los rodea, sino que dan testimonio con alegría en medio de ella.
Convicción del poder y la primacía del Evangelio
El Evangelio no es solo un mensaje. Es una persona: Dios Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre en la encarnación. Esta es la “buena noticia”: Dios se ha hecho hombre para habitar entre nosotros. Y este Dios-hombre tiene un nombre: Jesucristo. ¡Un nombre en el que los apóstoles están convencidos que todo se puede realizar!
La primera curación de Pedro ocurre cuando él y Juan van al templo y encuentran a un hombre cojo de nacimiento, que diariamente se acuesta a la puerta del templo para pedir limosna. Pedro y Juan le dicen que los mire. El hombre lo hace, esperando que le den algo, pero Pedro le dice: “No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Entonces Pedro lo toma de la mano, lo levanta e inmediatamente puede caminar. Luego entra al Templo, caminando, saltando y alabando a Dios. Todos los presentes, reconocen al cojo que pide limosna y corren hacia Pedro, Juan y el hombre, asombrados al verlo caminar (He 3, 1-11).
Ésta es la primacía y el poder del Evangelio: ¡el nombre de Jesús! Jesús significa «Dios salva». Solo que este no es un nombre meramente simbólico, sino Dios mismo: Jesús es el Dios que salva. Es más que un nombre; es la salvación misma. Por tanto, el nombre de Jesús pudo sanar a este hombre. Y no solamente puede sanar la cojera del cuerpo, sino que nos sana de la “cojera” del alma, de nuestro pecado. Por eso hacemos todas las cosas en el nombre de Jesús. Cuando leemos sobre los inicios del cristianismo, es sorprendente pensar en un grupo de pescadores, en su mayoría analfabetos, cambiando el mundo. Sin embargo, ese es el poder de la “mentalidad apostólica”. Si abrazáramos nuestra fe como lo hicieron los apóstoles… ¡podríamos ver una transformación milagrosa similar de la cultura que nos rodea!
Este artículo ha sido traducido y adaptado del original en inglés por el equipo de El Pueblo Católico y fue publicado en la edición de la revista titulada «Vive la Resurrección». Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.