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sábado, abril 20, 2024
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El mundo huye de la cruz; el discípulo, la abraza

Segunda característica del discípulo: Imita a Cristo sin importar el precio

Este artículo forma parte de una serie de publicaciones que explican cinco características claves de un verdadero discípulo de Cristo. Lee sobre las otras cuatro características aquí.

 

Cuando Jesús explicó el significado del discípulo, recurrió a una imagen impactante:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. (MT 16, 24)

De todos los símbolos que pudo haber utilizado, ¿por qué la cruz?

Significado de la cruz

Nosotros estamos acostumbrados a ver cruces en las iglesias o en nuestra propia casa, y hasta cierto punto han dejado de impactar-nos. Pero en el tiempo de Jesús, la cruz era un símbolo aterrador. Representaba tortura y humillación pública; designaba una de las peores maneras de morir. ¿Por qué entonces Jesús usaría el símbolo de la cruz para aquellos que quisieran seguirlo?

Lo hizo para despertarnos, para sacarnos de la comodidad en que vivimos y centrarnos en lo que verdaderamente importa: el inmenso amor de Dios por nosotros.

Este amor es muy diferente a la imagen de “amor” que encontramos en el mundo. Nuestra cultura insiste en que el amor se centra en el interés por uno mismo: la búsqueda de placer, la aten-ción, los aplausos, el poder, el dinero, los seguidores en las redes sociales…

Pero el amor que Cristo nos revela el Viernes Santo es muy distinto. Es el amor de la cruz. Es un amor que se entrega por completo hasta la muerte. No está encerrado en los propios deseos, sino que es un amor que se da.

Este es el misterio de la cruz: no se puede alcanzar la plenitud sino a través de una entrega sincera de uno mismo a alguien más. Cuando nos entregamos a Dios y a los demás, no perdemos, sino que ganamos. Al morir a nosotros mismos –a nuestro egoísmo, orgullo, deseo de halago o de control– descubrimos el verdadero amor: el amor de entrega total que Cristo nos reveló en la cruz.

La vida del discípulo en la cruz

Este mensaje sigue siendo escandaloso para la cultura en que vivimos: “¿Por qué empeñarse tanto en sufrir si la mejor manera de vivir la vida es entregándose al placer? Es absurdo querer sufrir”. El escándalo de la cruz no es nada nuevo. San Pablo se refería a la cruz como una sabiduría “misteriosa” y “escondida” (1 Cor 2,7).

Aunque al mundo solo le parece que un discípulo vive una vida “triste” y “austera”, que sufre y se abstiene de ciertos comportamientos, no logra ver que en realidad vive una vida más grande. El mundo solo ve el “no” del discípulo pero no el “sí” más grande que guía su vida. El discípulo dice “no” al pecado porque en realidad está diciendo “sí” al amor de Cristo, que es infinitamente más grande. Sabe que el pecado es un placer fugaz que solo revela un hondo vacío, mientras que el amor de Cristo es duradero, verdadero e infinitamente más enriquecedor.

Así se vive como discípulo. Al alejarnos del pecado y dedicarnos a la oración, al participar en los sacramentos y cooperar con la gracia que Dios nos da, permitimos que el amor de Cristo transforme nuestro corazón. Entre más lo hacemos, más dispuestos estamos a sufrir con alegría, a hacer sacrificios y negarnos a nosotros mismos por el bien de los demás y por amor a Cristo.

 

Cómo abrazar la cruz

Debemos tener siempre presente la pasión de Jesús en nuestra mente y corazón, ese amor que nos redime y transforma hacia la plenitud. Vivimos en un mundo que huye y se burla de ella, que siempre nos incita a vivir encerrados en nosotros mismos, en la comodidad y el placer. Pero el discípulo sabe que ha sido creado para más.

Por ello, cuando surja la tentación de controlarlo todo y apegarnos a nuestros planes sin importar el precio, debemos recordar a Cristo que abandonó todo, que se entregó a la voluntad del Padre en la cruz.

Cuando el mundo nos tiente a buscar la propia identidad y valor en el éxito mundano, la riqueza y la moda…, como discípulos, debemos recordar que nuestra identidad yace en el amor de Cristo por nosotros, pues se despojó de todo por ti y por mí.

Cuando el mundo nos seduzca a buscar la comodidad, el placer sensual, la distracción y el entretenimiento sin sentido, hemos de recordar que vale la pena dar la vida por Cristo, el deseo más profundo de nuestro corazón.

El mundo nos dice que seremos felices si tenemos la aprobación de los demás. Nos repite una y otra vez que entre más personas nos vean, nos sigan o aprueben de nosotros, mejor será la vida. Pero el discípulo sabe bien que estas promesas son falsas y no logran llenar el vacío que solo Cristo puede llenar. Por eso, el discípulo levanta a Cristo crucificado como estandarte.

Acción

Reza el viacrucis para meditar en la pasión de Nuestro Señor. Esta práctica nos ayudará a unir nuestros sufrimientos a los de Cristo y dejarnos transformar por él en verdaderos discípulos. El viacrucis es una devoción que suele practicarse en la Cuaresma, pero que puede realizarse durante todo el año. Aunque es preferible rezarlo en una iglesia, también puede rezarse en el hogar o en cualquier otro lugar.

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada “Aprende a ver como un discípulo”. Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

 

El artículo está basado en el texto del Dr. Edward Sri, titulado «Hold up the Cross in costly imitation of Christ«.

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