67.3 F
Denver
jueves, abril 25, 2024
InicioRevistaNo desperdicies tu vida sin un objetivo, sigue el llamado de Dios

No desperdicies tu vida sin un objetivo, sigue el llamado de Dios

Primera característica del discípulo: Sabe que tiene un llamado único del Padre

Este artículo forma parte de una serie de publicaciones que explican cinco características claves de un verdadero discípulo de Cristo. Lee sobre las otras cuatro características aquí.

«La mayor parte de las personas llegarán al final de su vida y, en su
lecho de muerte, sabrán que la desperdiciaron”.

Con estas fuertes palabras, un sacerdote comenzó su reflexión sobre lo que significa vivir con una visión clara. Cuando no tenemos un objetivo claro, la vida se nos escurre por los dedos. Pero cuando sabemos claramente qué queremos ser, todos nuestros actos se ordenan al cumplimiento de esa misión. El problema es que la mayoría no tenemos un objetivo claro. Vivimos sin propósito y, por eso, cuando nos damos cuenta, es demasiado tarde.

El discípulo no vive así, porque ha recibido un llamado único de Dios. Esta es la primera característica de un verdadero discípulo misionero. Pero ¿qué llamado? ¿Cómo podemos descubrirlo para poder llegar a ser verdaderos discípulos?

 

El llamado de Dios

Al hablar de un llamado de parte de Dios, nos referimos a una vocación, pero no solo en el sentido al que estamos más acostumbrados. No nos referimos solo a ser sacerdote, religioso, consagrado o esposo, sino a la vocación o llamado que Dios le hace a cada persona. No es necesario quebrarse la cabeza para saber qué quiere Dios de nosotros. Hasta cierto punto, ya nos lo ha dicho. El resto es la aventura que sigue a partir de ese llamado primordial, una vocación que debemos asumir y convertir en la guía de la vida.

Para comprender a qué nos referimos, podemos decir que la vocación que Dios nos da está dividida en capas.

 

  1. Vocación universal a la santidad

Al llamado primordial se le conoce como la “vocación universal” porque atañe a toda persona, sin importar el sexo, el estado civil, la raza o la religión. Sea cual fuere su situación o credo, cada persona está llamada a la santidad, es decir, a la comunión con Dios. Es una vocación que está grabada en el ser humano desde la creación.

Dios no nos creó porque le hacíamos falta, sino por amor, porque él así lo quiso. Y deseaba hacerlo por nuestra felicidad, quería compartir con nosotros su gloria y majestad. Él nos llama a aceptar esta realidad libremente en nuestra vida. Para ello, nos creó con la capacidad de razonar, de amar y de elegir libremente.

Esta vocación no cambia. Está grabada en nuestro cuerpo y nuestra alma. Hemos sido creados para amar y ser amados, para estar en unión con él. En esto yace la verdadera felicidad, la plenitud. Toda nuestra vida debe apuntar a esta realidad.

  1. Vocación a un modo de vida

A partir de la vocación universal, nos encontramos con aquello que solemos llamar “vocación”: el matrimonio, el sacerdocio, la vida religiosa o la vida de laico consagrado. Esta vocación es más específica y se refiere, en primer lugar, a un tipo de la relación que se concreta en votos o promesas. Esta relación marca el camino que llevará a la persona a la santidad.

En otras palabras, para el esposo y la esposa, el camino de santidad yace en la entrega mutua y la vida familiar. De la misma manera, la relación primordial o camino de santidad del sacerdote yace en su entrega a la Iglesia. Este sentido de vocación es también estable, pero no como el llamado universal. Uno no nace siendo sacerdote, consagrado o esposo, sino que recorre un camino que lo lleva a tomar esa decisión.

  1. Vocación en otros aspectos de la vida

El tercer sentido de la vocación es aquello que Dios nos llama a hacer en el presente o en cierta etapa de la vida. Aquí pueden incluirse asuntos de distintos niveles de importancia, como el tipo de trabajo, el lugar donde uno vive, la carrera que uno estudia e incluso cosas más inmediatas como qué debería estar haciendo ahora mismo. Como es de esperarse, este sentido de vocación cambia con regularidad.

Es importante resaltar que Dios no nos dice con claridad qué debemos hacer a cada instante. Para ello nos dio el uso de razón y libertad. Muchas veces basta con saber distinguir el bien del mal y dirigir todas nuestras acciones al fin último que es la comunión con él. Dios también quiere que elijamos y seamos coautores con él de nuestro camino, siempre y cuando la elección no lleve al pecado.

 

¿QUÉ SI NO TENGO UNA VOCACIÓN CLARA A UN MODO DE VIDA?

Las personas que por cualquier motivo no tienen una vocación clara a un modo de vida que se concreta en votos o promesas –es decir, al sacerdocio, matrimonio, vida religiosa o vida consagrada– aún están llamadas a la santidad en su vida diaria y pueden llegar a serlo. En imitación a Cristo casto, están llamados a vivir una vida de entrega en su trabajo, parroquia y en las personas que las rodean.

 

Mentalidad apostólica

El discípulo ha experimentado esta llamada de Dios como una cuestión personal. Se ha dado cuenta de que todas las metas son secundarias a la comunión con Dios. El discípulo ya no se considera otra persona más, sino una persona única que ha sido creada por amor y que tiene un gran propósito en esta vida. Comprende que la verdadera plenitud se encuentra en Jesucristo, que él es la respuesta a los deseos y las preguntas más profundos del corazón. Sabe que Dios lo ama y lucha día tras día por responder a ese amor infinito y ayudar a otros a encontrarlo.

Cómo saber qué quiere Dios de mí

El llamado a la santidad es para cada uno de nosotros, pero debe aceptarse de forma personal. ¿Cómo podemos descubrirlo? ¿Cómo podemos escuchar la voz de Dios?

PREGÚNTALE A DIOS: No sabremos el plan que Dios tiene para nosotros si no le preguntamos. Pregúntale a Dios en oración: Señor, ¿qué quieres para mí? ¿Cómo quieres que sea? ¿Cuál es el propósito de mi vida?

ORA A DIARIO: La oración es el espacio que le damos a Dios para que nos hable. Si no le damos el tiempo y el espacio, nunca aprenderemos a escucharlo. Él está más presente de lo que creemos, pero tenemos que aprender a reconocerlo.

LEE LA BIBLIA: Para comprender nuestra misión, tenemos que conocer la historia de la salvación, nuestro papel en ella y el verdadero rostro de Cristo. Dios se comunica con nosotros a través de su Palabra.

CRECE EN TU FE: Cuando intentamos activamente aprender más sobre nuestra fe –a través de charlas, talleres, cursos, la lectura, videos, etc.–, comprendemos mejor nuestra misión. También aumenta nuestro deseo de conocer más a Cristo y asemejarnos a él.

SÍGUELO ACTIVAMENTE EN LA VIDA: Debemos intentar mejorar y vivir un estilo de vida que refleje nuestro deseo de conocer y seguir a Cristo. El pecado nos aleja de él y nos quebranta, por eso lo evitamos. Jesús mismo promete que se manifestará a nosotros si lo seguimos en todas las áreas de la vida: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama… y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

 

Este artículo se publicó en la edición de la revista de El Pueblo Católico titulada “Aprende a ver como un discípulo”. Lee todos los artículos o la edición digital de la revista AQUÍ. Para suscribirte a la revista, haz clic AQUÍ.

Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez fue el editor de El Pueblo Católico y el gerente de comunicaciones y medios de habla hispana de la arquidiócesis de Denver.
Artículos relacionados

Lo último