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domingo, abril 28, 2024
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Cómo la Eucaristía cambia nuestra vida

Por el Dr. Jared Staudt

Comemos para vivir. Jesús se ofreció como «pan de vida» para que pudiéramos vivir una vida diferente. Pero nos cuesta imaginar cómo es esa vida diferente. Cuando Jesús dice «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10), existe la tentación de pensar que se refería a tener buena salud, vacaciones y prosperidad. Sin embargo, si así fuera, la muerte de Jesús no hubiera sido necesaria para ese tipo de vida. Quizá eso es lo que queremos, pero nuestros deseos se quedan cortos en comparación con lo que Dios quiere darnos.

Cuando comemos la carne del Hijo de Dios, entramos en «comunión» con él; es un alimento lo suficientemente fuerte como para hacernos uno con él. Él mismo está en perfecta comunión con el Padre, tanto que vive de esta comunión: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4, 34). Cuando entramos en comunión con Jesús durante la Misa, él nos ofrece su propio alimento para que conozcamos a su Padre y vivamos también en comunión con él. En la Eucaristía, él nos transmite todo lo que tiene.

Nosotros, en cambio, podríamos ser tentados a pensar «¿Eso es todo?». Parece tan sencillo y a la vez oculto, pero solemos buscar algo más fácil de percibir y de utilizar en la práctica. Jesús nos ofrece algo infinitamente más grande: el alimento de su vida divina. Un regalo de esta magnitud puede pasar desapercibido o darse por sentado fácilmente. No logramos ver la ofrenda oculta de todo el ser de Jesús al Padre, que nos atrae hacia su amor y nos ofrece la comunión para la que fuimos creados. No podemos ser felices sin ella, pero seguimos pasándola por alto, obsesionados con la comida chatarra y terrenal del placer y la comodidad.

¿Acaso conservamos el don de esta vida dentro de nosotros? No basta con ir a Misa el domingo o recibir la Eucaristía como parte de nuestra rutina. Tenemos que tomar la decisión de aceptar este don y, a cambio, hacer un don de nosotros mismos a Jesús. Así es la comunión: un dar y recibir recíproco que nos permite a nosotros permanecer en Jesús y que le permite a él permanecer en nosotros. Esta comunión es tan fuerte que debería transformarnos en Cristo en medio del mundo, convirtiéndonos en presencia suya para los demás, como una especie de sagrario. No podemos conservar su presencia en nosotros si vivimos como todos los demás en el mundo, buscando otras cosas más que a él. Si estamos en comunión con Jesús, debemos vivir “en unión” con él, permitiéndole estar presente en nosotros y hacerse presente a través de nosotros.

Aunque la Eucaristía no parezca un don práctico, es un don que puede y debe hacer que todo sea mejor, incluso a nivel humano. Si vamos a Jesús, y permanecemos en él y ordenamos todas las cosas hacia él, entonces él estará con nosotros en todo lo que hagamos. Al recibir a Jesús, podemos dar a los demás. Con su sanación que él nos da, podemos afianzar y apoyar a los demás. Con su fuerza, podemos hacer cosas que no seríamos capaces de hacer de otra manera. Su presencia nos da la esperanza de que las cosas saldrán bien incluso cuando estamos sufriendo. Su belleza ilumina la realidad y nos inspira a embellecer otras cosas. Su amor da sentido a todo para que se convierta en una expresión de amor hacia él. Toda nuestra vida se convierte en una expresión de comunión con él y a través de él.

Si Jesús quiere darnos vida, podemos esperar que nos cambie, y lo hará si se lo permitimos.  Si nos cambia a nosotros, cambiará a los demás a través de nosotros. Construirá todo un estilo de vida centrado en su presencia eucarística. Al comer el cuerpo de Cristo, nos convertimos en su cuerpo en el mundo, extendiéndolo concretamente en el tiempo y en el espacio. Quien vive esta vida pone a Dios en el primer lugar, considera la oración una prioridad y a la vez sirve a Cristo presente en los demás. La Eucaristía es el sacramento del amor. Por tanto, un estilo de vida eucarístico debe expresar la caridad, encarnando concretamente el amor de Dios a los demás. El sacramento se convierte en un centro compartido que nos une a las demás personas y crea familias más fuertes, forja amistades, construye comunidad en la parroquia y se convierte en una fuente de celebración que trae alegría durante todo el año.

Cuando termina la Misa, Jesús nos pregunta: «¿Quieren irse también ustedes?». Debemos responder como Pedro en Juan 6: «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6, 68). Todos nos enfrentamos a esta elección. ¿Qué hacemos con el resto de nuestra vida después de la comunión? ¿Permanecemos en Jesús o nos olvidamos de él y nos perdemos en lo nuestro? ¿Intentamos alimentarnos solo con comida humana? La mayoría de nosotros ni siquiera nos damos cuenta de que podemos vivir una vida divina en comunión con la Santísima Trinidad. Apuntamos más bajo y fallamos incluso en ese nivel. Sin embargo, con Jesús en nosotros, todo es mejor y se convierte en un medio para expresar nuestra comunión con Dios. Jesús se hace presente en cada detalle de nuestra vida, la cambia y la dirige con amor. Se convierte en nuestro pan de cada día, alimentándonos con la vida eterna.

Este artículo fue traducido del original en inglés por El Pueblo Católico.

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