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viernes, abril 26, 2024
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Cómo vivir como un apóstol en la actualidad

5 características de un discípulo con mentalidad apostólica

¿Qué fue lo que impulsó a los primeros cristianos a dejar todo atrás para aventurarse a tierras lejanas e incluso dar la vida? Fue el hecho de que su mente había sido transformada y renovada por su relación con Jesucristo. Esta realidad se hace patente en las palabras de san Pablo, que exhorta a los cristianos a adoptar una mentalidad distinta (cf. Rom 12,2), un modo de pensar que ahora llamamos “mentalidad apostólica”. Es una manera de ver el mundo profundamente enraizada en la Sagrada Escritura.

Vivimos en una sociedad poscristiana, en una cultura que ya no se deja persuadir por la fe. Hemos comenzado una nueva era en la que es necesario que la Iglesia recupere y adopte una mentalidad apostólica para poder proclamar a Jesucristo con eficacia a un mundo que ha perdido el sentido de la vida y cree que puede salvarse a sí mismo.

Esta realidad nos obliga a preguntarnos qué características esenciales definen una mentalidad apostólica. Sin duda existen muchas, pues el Espíritu Santo concede a las personas los dones necesarios para el tiempo en el que viven. Sin embargo, en el artículo presente nos centraremos en las siguientes cinco.

 

Llamado único del Padre

Basta reparar en la Escritura para caer en la cuenta de que los apóstoles y los primeros cristianos tenían claro que Dios Padre los había apartado y llamado de manera singular a entrar en relación con él. Sabemos que nosotros también hemos sido llamados e incorporados a la familia de Dios a través del bautismo (Catecismo 1213).

Como discípulos, debemos saber que Dios Padre nos ha creado para este momento de la historia y tiene un plan definitivo para nosotros. Nos ama y nos ha dado a conocer que somos importantes para él. Nos dice a través del profeta Jeremías que tiene para nosotros planes “de paz, y no de desgracia, de darles un porvenir de esperanza” (Jer 29,11). En un mundo confundido que busca el sentido de la vida de manera desesperada, las personas anhelan saber que son amadas y que importan. Solo pueden encontrar una respuesta en el Padre.

Imitación de Cristo sin importar el precio

El mundo intenta evadir el sufrimiento a toda costa. Sin embargo, Jesús deja claro que el camino de sus seguidores no será fácil. Los discípulos comienzan a entender esta realidad tan pronto como Jesús los llama a dejarlo todo, incluso su familia, y encuentran el rechazo al proclamar el Evangelio. Mas, a medida que crecían en la fe, la esperanza y el amor, aumentaba su aptitud para sufrir y entregarse por él.

La transformación que sobrellevaron los apóstoles a causa de su encuentro con Jesús resucitado y la efusión del Espíritu Santo les dio la fortaleza necesaria para aceptar el sufrimiento con alegría. Sabían que primero tenían que obedecer a Dios y entregarle su corazón, mente y voluntad. Así pasaron de ser aquellos hombres que habían abandonado a Jesús en su pasión a hombres que se regocijaban al sufrir por él. Tanto los apóstoles como muchos otros miembros de la Iglesia primitiva asumieron una imitación de Cristo que incluso llegó a costarles la vida.

“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta». Rom. 12,2

Dependencia absoluta del Espíritu Santo

Vemos en la Iglesia primitiva que los apóstoles y los primeros creyentes dependían de la guía del Espíritu Santo. En los Hechos de los Apóstoles, san Pablo habla sobre cómo el Espíritu le impidió que emprendiera un viaje a la actual Turquía (Hc 16,6).

¿Qué tan estrecha es nuestra relación con el Espíritu Santo? ¿Permites que el Espíritu cambie tus planes, que le dé dirección a tu vida? ¿Le pides sus dones para el bien de los demás? La Iglesia primitiva sí lo hacía. Nosotros también debemos pedir una efusión del Espíritu Santo para recordar todo lo que Jesús nos ha enseñado y estar preparados espiritualmente para la misión que Dios nos ha encomendado. Al final, Jesús mismo nos prometió el Espíritu Santo: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13).

Convicción del poder y la primacía del Evangelio

Jesús realizó las señales del Reino de Dios: sanó a ciegos y cojos, liberó a personas de malos espíritus y de la esclavitud del pecado. Este es un hecho histórico que fue documentado en los Evangelios. Pero a veces nos preguntamos: “¿Por qué no suceden estas cosas en nuestro tiempo?”.

Sí suceden. Las personas aún encuentran sanación y liberación del pecado y de espíritus malignos a través de la Iglesia. Por eso, estamos llamados como Iglesia a salir en misión, convencidos del poder del Evangelio y de Cristo. Pero muchos de nosotros hemos aceptado la falsa idea de que los milagros son cosa del pasado. Hemos puesto el Evangelio a la par de cuentos de hadas en vez de considerarlo un relato verídico. Nuestra fe en el poder de Jesucristo es débil o superficial, y creemos más en el mundo que en la Sagrada Escritura. Es hora de recuperar una visión bíblica que vea el mundo desde los ojos del Padre, que nos creó para la comunión con él.

Testimonio alegre y contracultural

La última característica propia de una mentalidad apostólica es la alegría en medio de la oposición. Jesús les recuerda a sus discípulos que serán odiados y perseguidos (Jn 16,18- 21). Los apóstoles se alegraban “por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por [Jesús]” (Hc 5,41). Quien tiene una mentalidad de discípulo está dispuesto a sufrir por el Evangelio.

Nuestro mundo se ahoga en el estrés y la preocupación. La sociedad poscristiana en que vivimos cree que es capaz de salvarse a sí misma a través del arduo trabajo. Por eso no es de extrañar que la ansiedad y la depresión afecten a tantas personas que no creen en Dios. Desde esta visión del mundo, la vida carece de sentido, y las personas son incapaces de alegrarse en el sufrimiento.

En cambio, ser hijos de Dios es algo liberador. No existe la necesidad de obsesionarse por crear la propia identidad, guardar la propia salud, reparar relaciones rotas o proveer el propio sustento. Si confiamos en el Padre y cooperamos con su gracia, él provee estos bienes y mucho más.

Las personas que han experimentado la providencia de Dios conocen “la paz de Dios, que supera todo conocimiento” (Fil 4,7). Dicha paz y alegría se hacen patentes en el rostro radiante de los santos, como lo muestran Gianna Molla o Juan Pablo II. Es una alegría profunda y duradera que surge de la unión íntima con la Santísima Trinidad y que es capaz de atraer a las personas al Señor.

A medida que nuestra arquidiócesis se torna a la misión y al apostolado, pidamos por una renovación de mentalidad, para que así podamos ser una luz en la oscuridad. Que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo renueve nuestra mente y derrame sobre nosotros las gracias necesarias para el tiempo en que nos ha destinado a vivir.

Arzobispo Samuel J. Aquila
Arzobispo Samuel J. Aquila
Mons. Samuel J. Aquila es el octavo obispo de Denver y el quinto arzobispo. Su lema es "Haced lo que él les diga" (Jn 2,5).
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