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viernes, abril 26, 2024
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La comunidad es más importante de lo que te imaginas

Este artículo se publicó en la edición de la revisa de El Pueblo Católico titulada “CAMINO A LA CIMA”. Para suscribirte y recibir la revista en casa, HAZ CLIC AQUÍ.
Nuestra respuesta al amor de Dios requiere más que un “sí”. Exige nuevas relaciones, nuevas metas que nos ayuden a alcanzar a Cristo.
Cuando una persona se encuentra con Dios y descubre su amor y misericordia infinitos, la alegría de ese encuentro parece consumir todo lo demás. Sin embargo, todos los que han vivido un retiro o han experimentado el amor de Dios saben que basta volver a la vida de antes, con sus angustias y aprietos, para que todo fuego se extinga. Necesitamos algo más, necesitamos una comunidad de fe.

¿Yo o nosotros?

Mientras nosotros hablamos sobre la importancia de la comunidad, nuestra sociedad nos repite lo contrario: lo que importa es el “yo”. Y estamos tan acostumbrados a esta mentalidad individualista que muchas veces nos cuesta ver la importancia de las relaciones.
Pero sabemos que el individualismo, tarde o temprano, falla. Nos deja aislados y frágiles. La vida es como construir una casa: es necesario tener varias columnas. Con solo una columna, el edificio acabaría por derrumbarse.

Comunidad de comunidades

La familia es la primera casa que nos toca construir. Es una comunidad fundamental para la sociedad. Pero la familia no puede caminar sola, necesita de la Iglesia. La Iglesia le muestra su verdadera identidad y misión. Asimismo, la familia necesita de otras familias, de amistades que le ayuden en el camino hacia la cima.
La familia está llamada a participar en la comunidad eclesial. Esta comunidad que es católica o «universal» se concreta en la iglesia local, en nuestra diócesis y nuestra parroquia.
Así como la familia está llamada a integrarse a la comunidad parroquial, la Iglesia debe estar presente en la familia, de modo que la familia sea una “iglesia doméstica”. Es ahí donde los hijos tienen un primer encuentro con Dios a través del amor de sus padres y sus hermanos.

Familia: Primera comunidad

(Foto de Andrew Wright)

En el hogar cada persona aprende a vivir con los demás y a partir de ellos. La fortaleza de la familia se encuentra en las mismas relaciones que la forman. Pero para que la familia sea realmente una iglesia doméstica, una comunidad capaz de generar vida, es necesario que los padres construyan su hogar sobre cimientos sólidos.
¿Qué cimientos? Aquí mencionamos algunos de gran importancia. Aunque los siguientes puntos se presentan en el contexto de la familia, son a la vez cimientos para la vida cristiana en general, sin importar el estado de vida.
1. Construir sobre el domingo
Más que una obligación, participar en la Misa en familia es una de las cosas más importantes que los padres pueden enseñar a sus hijos. “Participar” no es solo asistir, sino estar presentes, que los hijos vean nuestro esfuerzo por poner atención, por aprender y poner en práctica lo que se enseña. En la Misa les recordamos a los hijos el origen del amor, que Dios es bueno y que una vida plena solo se encuentra en Él.
Pero el Día del Señor no termina con la Misa. El domingo existe para acercarnos a Dios, para fortalecer las relaciones, para con- vivir y hacer algo valioso juntos, para orar y realizar una actividad en familia.
2. Edificar sobre el recuerdo
Es importante celebrar los recuerdos del amor que dio comienzo a la familia. Así se expresa que la familia es un lugar bueno y que es una alegría que cada uno forme parte de ella. En familia se suelen celebrar los cumpleaños, los aniversarios de bodas, el nacimiento de un nuevo bebé, graduaciones, aniversarios de difuntos, etc. Recordar une a la familia y muestra que el origen de cada uno es el amor, que formamos parte de una historia más grande. De no darles importancia a estos eventos, el mensaje que el hijo, el esposo o la esposa recibiría sería lo opuesto: no eres tan importante.
3. Erigir sobre la promesa
Oímos decir que una acción vale más que mil palabras: algo muy cierto. Sin embargo, tampoco podemos olvidar el valor de la palabra: el amor y la esperanza también se deben verbalizar. Esto se manifiesta en la forma de una promesa.
En nuestro día, comprometerse no es lo más popular. Pero el que no promete y prefiere no tener compromisos no tiene futuro, pues se le escapa; es inestable porque no está anclado en nada. El que promete aprende a ver todo a la luz de algo más, aprende a ver más allá. Nosotros estamos llamados a ver todo a la luz de Dios, el primero que promete. Cuando nuestro corazón está anclado en Dios, dejamos de enfocarnos en lo que podemos cambiar o no de nuestros seres queridos y aprendemos a amarlos de forma estable, a pesar de los cambios, porque nuestra mirada está fija en la meta final y no solo en el momento.
Las prácticas de la promesa incluyen la presencia constante y activa en la vida de los hijos: ayudarles con la tarea, jugar con ellos, estar al tanto de su educación y de sus amistades, fomentar la confianza y la conversación, escuchar sus deseos y metas, apoyarlos, realizar proyectos en los que todos puedan aportar algo.
4. Construir sobre el perdón
Sabemos que inevitablemente fallaremos a ciertas pro- mesas. Lo bueno es que, a diferencia de una piedra, nuestro tejido sí se puede regenerar. Como dijo un autor: “Amar es arriesgarse a que surjan heridas. Es intentar una aventura que lleva consigo un drama de fragilidad”. Ya que es imposible saber lo que nos espera, el perdón es imprescindible. Es también una promesa, la promesa de que lo roto se puede restablecer. No nos debe dar miedo pedir perdón en familia. Así, cuando un hijo cometa un error, al menos sabrá que no es el fin del mundo, sino que es posible comenzar de nuevo.
El perdón no siempre es fácil. Hay ofensas imposibles de olvidar. Sin embargo, el perdón no es lo mismo que el olvido; es la capacidad de decirle al otro: “Tú no te identificas total- mente con lo que has hecho; por eso hay en ti capacidad de regeneración; tú eres mejor que tus acciones”.

Iglesia: Casa de Dios y hogar nuestro

(Foto de Anya Semenoff-Petty)

Como habíamos dicho anteriormente, la familia necesita de la Iglesia para vivir plenamente su vocación. La Iglesia edifica la familia y la familia edifica la Iglesia.
También la familia necesita una comunidad de familias y una sociedad. Es importante que los padres entablen relaciones con otros padres de familia, amistades que los ayuden a crecer en santidad y a recordarles su vocación.
En una comunidad necesariamente se convive, se socializa y se forjan amistades. Pero una comunidad de fe debe dar el paso adicional de apartar tiempo para hablar específicamente sobre la fe, crecer juntos, recordar su vocación y orar.
La Iglesia con numerosos programas parroquiales, ministerios y movimientos que forman comunidades de fe y ayudan a las personas y a las familias a crecer en amistad con Cristo.
Hay espacio para esposos, así como para padres solteros, separados o divorciados. Hay lugar para jóvenes adolescentes y adultos, para personas casadas o solteras…
Y si no parece haber un grupo para ti, quizá Dios te está llamando a reunir a algunas amistades y comenzar una pequeña comunidad de fe tú mismo, con la ayuda y dirección de tu parroquia.
No tengamos miedo. Dios nos llama a una vida grande en comunión. Que él nos ayude a oír su voz y responder a su llamado.
Fuente: Ninguna familia es una isla, José Granados

Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez
Vladimir Mauricio-Pérez fue el editor de El Pueblo Católico y el gerente de comunicaciones y medios de habla hispana de la arquidiócesis de Denver.
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