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viernes, abril 26, 2024
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Las bendiciones de tener una hija en el cielo

“Son increíbles las bendiciones que hemos recibido. Si te las cuento nos quedamos hablando todo el día”, me dijo Piccola Dowling, peruana, quien vive en Estados Unidos desde hace 12 años. Quien la escucha podría concluir que esta mujer no conoce el sufrimiento.

Pero su historia es otra. En enero pasado Piccola perdió a su hija Astrid de 21 años, después de padecer de bronquiolitis obliterante, una delicada enfermedad en los pulmones.

Astrid contrajo esta enfermedad cuando tenía ocho años. Las esperanzas de seguir viviendo se esfumaron ante la falta de un donante para recibir un segundo trasplante de pulmón.

Recibió primero un tratamiento en el hospital de Stanford en California. Allí le dijeron que no sobreviviría más allá de la navidad de 2010. Pero la familia Dowling se trasladó a Colorado para que la joven recibiera un nuevo tratamiento hospital University of Colorado, que la hizo vivir unos años más de lo que indicó el primer pronóstico.

Astrid estudiaba diseño en el Community College de Denver. Iba con su tanque de oxígeno y se sacaba las mejores notas. Pidió celebrar su último cumpleaños compartiendo con los más necesitados, llevándoles comida a hombres y mujeres que viven en la calle.

Y fue en enero de 2014 cuando su salud se deterioró. Su capacidad pulmonar era solo del once por ciento, andaba en silla de ruedas. “La sensación de asfixia la consumía y sufría por ello”, describe Piccola, quien confiesa que recibió de ella una gran lección de humildad, pues la joven nunca se quejaba y además, en lugar de preguntarse “¿por qué me pasa esto a mí?”, se preguntaba, “¿por qué le tendría que pasar a otra persona y no a mí?”

Astrid pintó esta imagen del Padre Pío poco antes de morir.

Tenía una devoción especial por San Pío de Pietrelcina. La mañana antes de fallecer, cuando casi ya no podía hablar, Astrid se sentó en su cama y gritó: “Padre Pío, ¡reza por mí!”. Y falleció el 9 de enero, luego de recibir la bendición, del padre Padre Gus Steward, párroco Ave Maria, de localidad de Parker, diócesis de Colorado Springs. Luego rezó con su familia la Coronilla de la Divina Misericordia. “Ella tomaba sus respiros. Se ahogaba y se asfixiaba. Sus ojos perdían luz y su voz se secaba. Sus últimas palabras fueron perdón, perdón”, narra Piccola, quien asegura: “El Padre Pío vino por ella”.

 

Lecciones que da el dolor

¿Qué se puede aprender de una experiencia como ver sufrir y luego morir a tu propia hija? Piccola responde: “esto nos ha abierto el corazón, nos ha llenado de tanto amor que tenemos los ojos clavados en Dios. Mi esposo ahora es Caballero de Colón y rezamos el rosario juntos una vez por semana. Es maravilloso lo que Astrid nos ha dejado. Nos ha abierto un canal al cielo del que nos llegan tantas gracias y tanto amor de Dios”.

Y el dolor también saca la nobleza de las personas que quizás en otro momento podría permanecer oculta. Piccola comenta que en medio de la enfermedad de su hija brilló más el amor de su esposo Jeremy quien “ha sacrificado su propio sufrimiento para que yo no sufra tanto, ni las chicas”.

También agradece la compañía del Padre Gus: “Se convirtió en un padre espiritual. A mis hijas no las dejó perderse en el dolor sino más bien les enseñó a que éste las acercara más a Dios. Luego aceptó ser mi director espiritual”.

Esta mujer está convencida de que Astrid la acompaña desde el cielo: “Siento su presencia cuando voy a misa, cuando entro a adoración al Santísimo, sé que me acompaña porque era lo que hacíamos juntas cuando ella estaba aquí”.

A quien pase por la misma experiencia, Piccola le aconseja: “que se aferre a la Virgen porque ella nos entiende mejor que nadie. Ella misma cargó el sufrimiento de su hijo agonizante y muerto”.

“Cada persona nace con una cruz que cargar en diferentes modos”, puntualiza Piccola. “Mi hija pudo haber decidido terminar con su vida antes, pero Dios es quien determina ese tiempo. Tal vez Astrid necesitaba rezar más, limpiar los pecados del mundo, tener una unión con Dios intensa. Dios es generoso y cuando uno acepta su voluntad, Él nos levanta, nos llena de fortaleza, paz, gozo, aceptación de llevar la cruz con amor”, asegura.

Y de un dolor tan fuerte pueden salir también muchos buenos frutos. La vida de Piccola estaba volcada a cuidar a su hija. Por eso, cuando Astrid falleció, ella quiso entregar ese tiempo ayudando a las religiosas de la comunidad Little Sisters of the Poor (Hermanitas de los Pobres), a cuidar ancianos enfermos que están solos y que no han tenido la dicha de contar con una familia que les dé el calor de hogar en sus últimos momentos.

“La muerte, como yo la entiendo ahora, no es sino un instante para despertarse en la divinidad de Dios y un día en la perfección de Dios lo vamos a entender”, comparte Piccola quien concluye diciendo. “Debemos pedirle a la Virgen que nos bendiga porque no hay muerte sin resurrección”.

 

 

 

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