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viernes, abril 26, 2024
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“Obispo del barrio” en California, camino a los altares

Al obispo Alfonso Gallegos (1931 – 1991) le encantaba visitar los campos de inmigrantes de California y le decía a su conductor Raúl Zapata: “Vamos a ver qué necesidades tiene la gente”. Así, con su camisa guayabera blanca, iba a compartir con estas comunidades. “Era muy alegre”, recuerda Zapata en diálogo con El Pueblo Católico.

Dicen quienes lo conocieron que su oficina en la cancillería de la diócesis de Sacramento era el lugar que menos frecuentaba. En cambio, le encantaba visitar los barrios más marginados, así como las comunidades de inmigrantes y las familias de amigos que siempre le pedían su ayuda pastoral y espiritual.

El Vaticano lo declaró venerable el pasado 8 de julio. Esto significa que el Papa ha aprobado el decreto en el cual se certifica que ha vivido heroicamente sus virtudes. Ahora solo hará falta que se apruebe un milagro para que el obispo Alfonso sea beato.

Father Al, como le decían cariñosamente, no tenía miedo de andar por los lugares más peligrosos, primero de Los Ángeles y luego de Sacramento. De hablar con los jóvenes pandilleros, convencerlos de que estudiasen una carrera y ayudarlos a buscar los recursos para que pudieran hacerlo. Era amigo de los low-riders, les bendecía sus carros y les transmitía esa alegría que brota del encuentro con Jesús en la oración y la vivencia del Evangelio.

Humberto Lozano fue uno de los que se sintió acompañado y querido por este pastor. Creció en Watts, uno de los barrios más violentos de Los Ángeles debido a los conflictos entre bandas de inmigrantes hispanos y afroamericanos. “Eran tiempos difíciles…, varios amigos fallecieron”, recuerda algo pensativo. “Muchas veces yo tenía que correr de la escuela a la casa porque las bandas nos perseguían. Brincaba una y otra cerca para ponerme a salvo”, confiesa Lozano. Y aseguró que conocer al entonces Padre Alfonso “fue lo mejor que me pudo pasar en la vida”.

“Con él me sentía a salvo. Le dio esperanza a mi juventud”. Hoy Lozano lleva 20 años sirviendo como policía. “Decidí hacer eso porque Padre Alfonso me motivó a ayudar a la gente”, cuenta. Por ello quiso llamar a su segundo hijo Alfonso, quien nació al año siguiente de la muerte de este recordado obispo.

 

Su vida

Foto 2Alfonso Gallegos nació en Albuquerque (Nuevo México) en 1931. Pertenecía a la cuarta generación de inmigrantes mexicanos. Tuvo diez hermanos, uno de ellos (Eloy) su mellizo. Nació con una miopía severa que lo llevó a correr constantemente el riesgo de quedar ciego. Creció en el sector de Watts. Allí asistía a la Iglesia de San Miguel donde servía como monaguillo y donde comenzó a sentirse atraído por la vocación al sacerdocio en la comunidad de los agustinos recoletos.

Sin embargo, su miopía causaba grandes dudas en la congregación sobre si sería apto para ejercer su ministerio, pero una cirugía le ayudó a disminuir el problema y además, con su perseverancia y buen espíritu, Alfonso fue admitido. El joven religioso fue dispensado de rezar la Liturgia de las Horas por su incapacidad para leer letras pequeñas. En cambio, participaba de las oraciones comunitarias e intensificaba el rezo del rosario. Así, profesó en 1951 como agustino recoleto y en 1958 fue ordenado sacerdote.

En su ministerio le fueron asignadas algunas misiones como maestro de novicios, donde se destacó por amar, orientar y apostar por los jóvenes religiosos; luego pasó a ser párroco de San Miguel, aquella iglesia de Watts que frecuentaba siendo niño, y después fue nombrado párroco de Cristo Rey, que fue construida para la población hispana en Los Ángeles.

En 1979 fue nombrado director de asuntos hispanos en la Conferencia de Obispos Católicos de California, razón por la cual se mudó a su capital, Sacramento. Allí fue nombrado párroco de Nuestra Señora de Guadalupe donde fundó un centro para servir a la comunidad más grande de mexicanos presente en esta ciudad. Unas tres mil personas asistían a la misa dominical y llegó a ser la parroquia más concurrida de la diócesis.

En 1981 lo llamó el obispo de Sacramento Francis Quinn para decirle que Juan Pablo II lo había nombrado obispo de esta diócesis. Él aceptó con sorpresa, obediencia y humildad este nombramiento: “Tan pronto respondí a la voluntad de Dios vino una calma sobre mí”, compartió en una carta a Francis E. Peluso, prior provincial de los agustinos recoletos.

A Alfonso se le conocía como el “Obispo del barrio”. Así titula su biografía, escrita por John Oldfield en la que narra cómo el pastor servía a su diócesis por medio de ese contacto personal con su grey.

Juanita Patterson fue otra de las tantas fieles que experimentó la guía y la paternidad del Padre y luego Obispo Alfonso, quien fue muy amigo de su familia. “Muchas veces fui a buscarlo al aeropuerto y él llevaba todo su equipaje en un pequeño maletín”, recuerda Juanita. “A veces se iba por varias semanas y yo le preguntaba: «¿No tienes otra maleta?». Y me decía «no, eso es todo»”.

Raúl Zapata, por su parte, recuerda que una vez venía del norte de California con el Obispo. Eran las 11 de la noche y empezó a llover fuerte. “Yo conducía con mucho cuidado porque ya era tarde y él, en medio del cansancio solo decía «¡qué bonita agua!». No le gustaba quejarse. Aprendí mucho de él. No discriminaba, miraba a la gente que tenía hambre o que necesitaba algo para pasar la noche y él les preparaba sándwiches a quienes le tocaban la puerta de la Iglesia. El día de Acción de Gracias repartía cajas con comida y regalos a las familias”.

Y fue en su servicio a Dios donde el Obispo Alfonso encontró la muerte el 6 de octubre de 1991 cuando, después de administrar el sacramento de la Confirmación en una parroquia en Gridley, el motor de su automóvil dejó de funcionar. El obispo se bajó en plena autopista para empujar el vehículo, pero otro carro lo atropelló y él murió de manera instantánea. Tenía 60 años.

El entonces Arzobispo de Los Ángeles, hoy cardenal Roger Mahony, fue quien dio la homilía en inglés y español durante su funeral. Lo destacó como “un hombre amable, un sacerdote amoroso, un obispo cuidadoso que ahora ha escuchado estas palabras de Jesús: “¡Ven, tú tienes la bendición de mi Padre! ¡Toma la herencia de este reino que he preparado para ti!”. Muchos low-riders hispanos hicieron una guardia de honor en las calles por donde pasó su cortejo fúnebre.

Hoy su cuerpo descansa en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Sacramento. Cientos de personas llegan de diferentes lugares, le dejan fotos y notitas con peticiones para que interceda por ellos ante Dios o agradecimientos por los favores recibidos.

“Recuerdo que cuando fue nombrado obispo eligió como lema «Ámense los unos a los otros» (Jn 4, 7)”, cuenta su amiga Juanita Patterson. “Él vivió realmente este lema”, concluye. Por su parte, Raúl Zapata asegura: “Yo lo veía como una persona muy dedicada al sacerdocio. Vivía como Dios quiere que uno viva en la tierra”.

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