Por: Laura Becerra
Este verano tuve la oportunidad de formar parte de un viaje de misiones a Perú, organizado por la Denver Catholic Biblical School (Escuela Bíblica Católica de Denver). El viaje a Lima fue de 10 días, donde trabajamos en barrios marginales. Nuestra misión era la de ayudar a construir un muro de contención en la comunidad Las Violetas en Pamplona Alta, un sector extremadamente pobre del sur de la capital peruana. Las casas en esta comunidad son construidas al lado de una colina y se requiere un muro para prevenir que las rocas que caen desde más arriba, dañen las casas.
Tuve la oportunidad de conocer a mucha gente y de escuchar sus historias. Aprendí muchas cosas acerca de la pobreza, la amistad y el amor a Dios. Unas de las experiencias más hermosas fue la de dar a los niños catequesis sobre el Rosario. Preparamos un sketch (obra corta) muy sencillo acerca de los misterios gozosos y luego rezamos un denario del Rosario.
Tuve el privilegio de presentarlo en español; algo que no había hecho antes, pero que disfruté plenamente.
Además, tuvimos la oportunidad de salir a rezar con la gente de la comunidad, fuera de las casas y hasta en las calles. En una ocasión, nos detuvimos en una pequeña tienda y rezamos con el dueño, su esposa y su hija. Él nos dijo que se sentía muy agradecido por el muro de contención que estábamos construyendo. Explicó que las autoridades les dijeron que sin ese muro, se verían forzados a mudarse a otro lugar por el peligro de las rocas al caer. Pero ahora la valla de contención le permitirá a él y a sus vecinos quedarse en sus casas. Fue alentador saber que nuestro trabajo y el de otros misioneros que estuvieron ahí antes de nosotros, había hecho una diferencia.
Nuestro último día en el lugar de trabajo estuvo marcado por la alegría y el dolor. Mientras nos preparábamos para partir y mientras nos despedíamos, un joven que fue espectador cuando nosotros dábamos la catequesis a los niños, se nos acercó y nos dijo que al compartir tiempo con los niños, enseñándoles y jugando con ellos, estábamos mejorando su calidad de vida. Sus palabras significaron mucho porque fue un verdadero privilegio para nosotros haber compartido tiempo con los niños y con la gente de la comunidad.
Una de las cosas más importantes que descubrí en este viaje fue el maravilloso don que es el ser bilingüe. No es que no supiera esto ya, pero esta experiencia lo hizo más significativo porque me permitió usar este don para compartir mi fe con mucha gente. Esta fue mi primera misión y fue una experiencia inolvidable. Compartir tiempo con la gente de la comunidad, rezar con ellos, jugar con los niños, y trabajar de la mano con ellos fue muy impactante para mí. Normalmente suelo ser la persona más callada del grupo, la que trabaja tras bambalinas, pero esta vez sentí que Dios me dijo: “Te necesito al frente, te necesito a ti”. Esta experiencia fue y será un gran recordatorio de que somos las manos y los pies de Dios en este mundo; que Él actúa a través de nosotros, y así podemos ayudar a cambiar nuestro alrededor.
* Laura Becerra, nacida en Estados Unidos e hija de padres mexicanos, es la asistente administrativa de Centro San Juan Diego.
