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Mártires de Sendero Luminoso beatificados en el Perú

El 5 de diciembre son  beatificados en la localidad de Chimbote, andes peruanos, tres misioneros asesinados por el grupo Sendero Luminoso en 1991. Ellos son el padre Alessandro Dordi, italiano, y los padres Miguel Tomaszek y Zbigniew Stzalkowski, pocalos.

“No puedo describir con palabras la emoción tan grande que siento”, dijo a El Pueblo Católico Amaranto Trinidad López, quien perteneció al grupo de jóvenes formados por los sacerdotes Miguel y Zbigniew y que actualmente es uno de los organizadores de las celebraciones en Chimbote en el marco de la beatificación de los sacerdotes máriteres Alessandro Dordi, Miguel Tomaszek y Zbigniew Stzalkowski.

“Todos en Pariacoto nos preparamos con gran júbilo para la beatificación de nuestros hermanos, y digo hermanos porque realmente lo son, para quienes los conocimos, sentimos que son parte de nuestra propia familia. Ellos se hicieron querer por todos nosotros, y su amor y entrega nos ha alentado para perseverar con más fuerza, a pesar del miedo y el vacío que dejaron sus muertes”, dice Amaranto.

 

Gran catequista

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Foto. Hermanas de Jesús el Buen Pastor. El padre Dordi administrando el sacramento del Bautismo en los Andes peruanos.

Así recuerdan al P. Dordi quienes lo conocieron. Él llegó al valle de Santa en 1980 desde Bérgamo, Italia y hasta el día de su martirio, sirvió a su gente con gran entrega. Su martirio ha tenido como fruto muchas vocaciones, tanto a la vida religiosa como al sacerdocio.

“Él se hizo uno de nosotros y eso es lo primero que nos llamó la atención”, señala la Hna. Mirina Ibarra, quien descubrió su vocación gracias al apostolado del P. Sandro.

La Hna. Mirina, quien lo conoció cuando tenía 11 años, lo describe además como un hombre de profunda oración, “cuando íbamos a la Misa, lo veíamos siempre arrodillado frente al Santísimo, así se preparaba para celebrar la Eucaristía”. Otro gran amor del sacerdote era la liturgia. “No le gustaban las cosas improvisadas, especialmente cuando se trataba de la liturgia, a todas las que éramos lectoras, nos hacía venir un día antes para ensayar. Al terminar de leer las lecturas, nos las explicaba, para que tomáramos conciencia de lo que íbamos a leer”.

“No tuvo miedo de darse por nosotros y dedicar su tiempo a los más pobres. Él será siempre un Buen Pastor, un misionero a carta cabal, que visitaba con amor a todo el valle de Santa. ¡Cómo no recordar su preocupación por el pan espiritual y el pan material para todos sus hijos!”, señala el P. Giovanni Sabogal, párroco de Santa Teresa de Ávila en Chimbote, quien de pequeño fue uno de los monaguillos del P. Dordi y quien además debe su vocación al testimonio de este sacerdote. “El P. Sandro me enseñó a darle un tiempo a ‘Papá Dios’; a amarlo con todas las fuerzas y la pasión, así como a nuestro prójimo”, señala el P. Giovanni.

Otro de los apostolados del sacerdote italiano fueron las catequesis familiares, y la promoción humana. “No sólo hablaba de Dios, sino que se preocupaba por que la gente tuviera una vida más digna. Organizó comedores populares, canales de regadío, club de madres, un centro ocupacional para mujeres y eso para el terrorismo era un gran golpe porque la ideología terrorista no quería el progreso, sino la revolución”, señala la Hna. Mirina.

Cabeza y corazón

Foto provista. Padre Zbigniew con uno de los campesinos de los Andes peruanos.

Jaroslaw (Jarek) Wysoczanski, quien junto a ellos fundó la comunidad de Franciscanos conventuales en Pariacoto el 30 de agosto de 1989, describe así a sus amigos mártires. “Miguel era puro corazón, muy afectivo; Zbigniew era la razón, muy inteligente y un hombre de acción. Miguel se dedicaba a la casa, a la oración, y hacía mucho apostolado a los jóvenes y a los niños, especialmente a través de la música. Zbigniew por otro lado era el que reflexionaba, creaba nuevas formas de apostolado, de promoción humana, es más de acción que de palabras, de mucha transparencia y con mucha dedicación visita a los enfermos. Le decían “el doctorcito”.

El P. Jarek, era superior de la comunidad y se encontraba en Polonia celebrando el matrimonio de su hermana cuando sus hermanos sacerdotes fueron martirizados. El Papa Juan Pablo II estaba visitando Polonia, allí tuvo una cita privada con él, cuatro días después de la muerte de sus hermanos.

“El Papa me dio mucho valor y al final de nuestra conversación me dijo esta gran profecía que hoy vemos cumplirse: «Tenemos nuevos santos misioneros mártires en Perú»”. Con La bendición del Papa y el corazón cargado de dolor, el padre Jarek regresó al Perú a continuar la obra, que había iniciado junto a sus dos hermanos mártires.

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Foto provista. Padre Miguel Tomaszek durante el Domingo de Ramos en los Andes Peruanos.

“Tal vez esté esperando un testimonio de vidas extraordinarias”, me dice el P. Jarek, “pero yo sólo le puedo decir que nuestras vidas eran muy sencillas, no hacíamos nada extraordinario, recién comenzábamos esta aventura, éramos jóvenes y estábamos llenos de pasión. Hoy estoy convencido de que mis hermanos tuvieron el valor de quedarse fieles hasta el final por gracia de Dios. Ese querer estar con el pueblo hasta las últimas consecuencias parte de una fidelidad a una inspiración del Espíritu Santo, mis hermanos eran hombres de oración y es la oración lo que les da el valor de vivir las bienaventuranzas de manera extrema”.

La beatificación de estos tres misioneros deja un mensaje fuerte, especialmente hoy que el mundo se ve convulsionado por la violencia, así lo relata el P. Jacek Lisowski, miembro de la Secretaría de la Comisión Central de Beatificación de los Mártires de Chimbote y superior de los Franciscanos Conventuales en Perú: “Hace 20 años terminó el conflicto del terrorismo en el Perú, donde murieron más de setenta mil personas. Queremos que ellas estén también presentes hoy. Ellos junto a nuestros hermanos beatificados nos muestran lo dramático que puede ser el conflicto interno, y nos enseñan que sólo a la paz reconciliación nos pueden ayudar a enfrentar estos retos.  Jesús  transformaba la sociedad desde dentro y apelaba a la conciencia de cada uno. La beatificación nos enseña que sólo el amor es capaz de transformar y atraer la participación de miles de peregrinos a esta fiesta de fe, nos lo demuestra así”.

 

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