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jueves, abril 25, 2024
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La felicidad matrimonial tiene un precio

Por: Ángela Marulanda

En el pasado, cuando la vida se regía por principios y creencias y no por la conveniencia personal, el matrimonio era un estado en virtud del cual las partes se comprometían de por vida con su cónyuge a formar un hogar para sus hijos. Pero parece que el constante bombardeo publicitario anunciando las delicias que nos ofrecen los avances tecnológicos, nos ha llevado a concluir que lo importante es vivir en un estado de gratificación constante y, por lo tanto, la estabilidad matrimonial está condicionada a que vivamos dichosos. Así, el matrimonio se asume como una institución ideada para contar con una pareja por el tiempo que nos agrade vivir con ella.

Como consecuencia de lo anterior, hoy se toman como oportunidades lo que realmente son tentaciones y como necesidades lo que son solo deseos, y estos se anteponen a cualquier obligación que hayamos adquirido en virtud del matrimonio. Si bien es cierto que no debemos olvidarnos de nosotros mismos y vivir exclusivamente en función de nuestro cónyuge e hijos, el compromiso adquirido con la familia nos exige luchar por encontrar nuestra felicidad y realización dentro de esta condición y como parte activa de la familia que encabezamos.

Lo fundamental para disfrutar el compromiso matrimonial es decidirnos a cultivar el amor conyugal. La claridad que emana de un amor sólido y generoso es la que nos da la sabiduría para encontrar el punto medio entre renunciar a ser uno mismo y mantener nuestra propia identidad; entre dedicarnos a la familia y realizarnos como profesionales; y entre ser padres sin dejar de ser pareja.

El amor conyugal no es un sentimiento sino ante todo una decisión que presupone el compromiso irrevocable de dedicarnos a colaborar en un proyecto de vida conjunta gracias a que caminamos, no atados pero sí unidos hacia la cima de nuestra existencia. Pocas experiencias pueden ser tan gratificantes como llegar a la cumbre de nuestra vida con la profunda satisfacción de haber logrado tener el hogar que soñamos. Es así como podremos proveerles a los hijos una familia en la que disfruten de la certeza de haber nacido como fruto de nuestro amor y que crezcan gozando de la dicha de saberse producto del profundo afecto que se profesan sus padres.

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