Debido a la realización del National Western Stock Show el pasado 7 de enero, el cual tuvo como objetivo recaudar fondos para el periódico Denver Catholic en español, la lectora Mary Ferraro nos escribió preguntándonos si la Iglesia está de acuerdo con la violencia contra los animales.
La respuesta a esta pregunta es muy sencilla: La Iglesia Católica está en contra del maltrato de los animales, así lo ha manifestado siempre. La Iglesia defiende la naturaleza, la cual incluye a todos los seres vivos. Para documentar esta afirmación hago las siguientes citas:
El Catecismo de la Iglesia Católica en el No. 279 nos dice: «En el principio, Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1,1). Con estas palabras solemnes comienza la Sagrada Escritura. El Símbolo de la fe las recoge confesando a Dios Padre Todopoderoso como «el Creador del cielo y de la tierra», «de todo lo visible y lo invisible».
Continúa el Catecismo en el No. 284: “No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuándo apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Dios ha puesto la creación en nuestras manos para cuidar de ella y no para darle un mal uso o destruirla.”
El Papa S. Juan XXIII escribió en la encíclica Pacem in Terris: “Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta.”
El beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática» de la actividad descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación».
San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, Redemptor Hominis advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo». Luego llamó a una conversión ecológica global. Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana». La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación.
Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente», nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable.
En la Carta Encíclica Laudato Si del Papa Francisco dice: «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».
Esta hermana tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a explotarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8, 22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
El Papa Francisco hizo una “invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”.
Todos tenemos la responsabilidad de cuidar la obra de Dios.